martes, 22 de noviembre de 2011

Volver

 

Cuando una persona marcha lejos de su casa, de su hogar, de su gente lo normal es que la vuelta sea un hecho como mínimo ansiado, querido o ilusionante pero no siempre es así. Quizá esa sea la diferencia entre quien se marcha cual turista de mundo, de quien se marcha para interiorizar las experiencias que vive y trata de que lo vivido irrumpa en su interior para trasformar todo pensamiento establecido. No trato de erigirme como mejor de todos aquellos que me acompañaron durante estos meses y que al igual que yo, tuvieron que volver, solo digo que regresar no ha sido fácil para mí.

Escribir estas líneas ha sido un pequeño reto durante este tiempo. Bien podría haber tirado de textos almacenados para mantener vivo el blog pero lo cierto es que al releer estos poco tenían que ver conmigo. Es como si el ciclo no se hubiera completado del todo hasta mi regreso y el que escribía desde Finlandia poco tiene que ver con el que hoy recorre las calles de su barrio natal. Podría haber escrito cosas banales para mí, pero conseguir expresar las sensaciones de estos últimos tres meses era una deuda que tenía conmigo y con quien solía leer este blog. Es curioso como hasta hace nada la necesidad de escribir (esa que tengo desde que era adolescente) la había conseguido acallar, mas por miedo que por ganas, hasta llegar a un punto de insostenibilidad que me ha hecho vomitar aquí lo que tanto tiempo llevo guardando. Comenzaré por el principio.

Finlandia fue para mí como la tierra prometida. En realidad me hubiera dado igual que fuese este país o Suecia o Dinamarca o Australia, lo importante en cierta forma era conocer otra realidad alejada de esta cultura ibérica-cristiana-latina-vasca-llámese-como-se-quiera. Tenía claro hacia qué tipo de cultura huía. Una vez más oía, y esta vez en boca de todos mis conocidos, lo que llevan repitiendo mis padres desde que tengo memoria: volvía a nadar contracorriente. Y eso se palpaba en cualquier conversación. Pocos eran los que me animaban sin reparos, la mayoría me recordaban el frío que iba a pasar, lo carísimo que era todo y la poca fiesta que me iba a encontrar. Todos repetían cual loros programados que qué mejor fin de carrera que terminar mis prácticas en Italia o algún país ex satélite de la URSS donde los precios están tirados y el alcohol prácticamente lo regalan. No me voy a poner aquí en modo intelectual y nerd, me he pegado buenas fiestas en Finlandia, pero lo que he ganado como humano-ciudadano no lo hubiera logrado pasándome la mitad de mi estancia borracho dando tumbos de habitación en habitación con el concepto ebrio de la interculturalidad. Al final la sensación que se destila de las palabras de los que me rodeaban eran clichés establecidos tipo “como aquí no se vive en ningún sitio” “esa gente es muy fría, trabajan mucho pero no saben disfrutar de la vida, normal que se suiciden tanto” “te vas a deprimir sin ver el sol tanto tiempo, busca algún latino por ahí que sino poco te vas a animar”.

Cierto es que lo pasé mal las primeras dos semanas como sabréis los que seguisteis este blog desde su inicio, pero no menos cierto es que la sociedad y cultura que se presentaba ante mí era tan extraña como estimulante. No voy a negar cosas obvias: hacía frío, apenas veía el sol y de inicio no son muy dados al contacto humano. Poco después descubres que el frío es mucho menos limitante en la vida diaria de lo que parece. Descubres que la lluvia es mucho mas incomoda que las temperaturas bajo cero y que no es que no tuviesen contacto humano, es que lo entienden de forma distinta. Poco a poco fui aprendiendo a apreciar las bondades de una cultura tan diferente y a comprender que otros planteamientos de vida pueden no solo ser viables, sino más factibles. Con todo esto en la mente y cuando comenzaba a sentirme relativamente integrado en el panorama finés, cuando comenzaba a entenderles llegó el día de volver y con ese día la certidumbre. 

Si bien el panorama que planteaba frente a mí el movimiento 15M y volver a ver a mi gente hacía que la vuelta fuese cuanto menos estimulante, el miedo a revivir la sociedad de la Jenni Reshulikah hacía que solo saberme de nuevo en casa de mis padres fuese una desazón superlativa. Todo estaba igual. La gente, cual maniquíes en la trastienda de un comercia apenas había cambiado. Todo seguía igual, estático, permanente. La gente continuaba su misma rutina sin apenas modificaciones. Algún comercio más en liquidación, otros tantos que ya habían cerrado, las cifras del paro más altas que nunca y mis convecinos recluidos, al igual que antes, en sus bares de siempre.
-          Hombre ¿Qué tal?
-          Bueno como siempre, pocas cosas cambian. ¿Y tú qué tal? Cuanto tiempo sin saber de ti.
-          Es que he estado en Finlandia
-          ¿Qué dices? ¿Finlandia?.... ¿Mucho frío no?


Volvía una vez más al país de la Belén Esteban, del Barça y el Madrid, del paleta y el camareta. Sin embargo en convivencia perfecta, como las setas tras las semanas lluviosas, surgían elementos nuevos e imaginativos que alteraban el modus vivendi tradicional. Algo había nacido entre la gente que hacía que extraños se juntases y hablaran. Es como si la sociedad siguiese su perpetuo camino hacia la apatía más absoluta y nuevas gentes surgidas de a saber donde, de pronto y sin previo aviso conectaban conmigo de manera más profunda e íntima de lo que había hecho hasta entonces mucha otra gente. El 15M no había transformado al país como me esperaba, simplemente había hecho florecer frente a mí caras nuevas, mentes despiertas y discursos, que sonando a temas pensados y retrabajados en silencio, llegaban a mis oídos frescos y con olor a tostadas de domingo por la mañana. 

El día amanecía de nuevo, como por segunda ocasión en una misma mañana, pero esta vez no era el primero en despertarme. Esta vez compartía el desayuno en una terraza con desconocidos quienes, divertidos con la escena, disfrutaban tanto como yo del sol emergiendo entre los claros de nubes que nos difuminaban las montañas.