viernes, 13 de noviembre de 2015

Cuando la izquierda ya no tiene sentido



Acostumbra a decir Juan Carlos Monedero (y gran parte de los círculos que le rodean) que la izquierda como tal ha dejado de tener sentido. Que ya la izquierda no significa nada puesto que las personas corrientes no pueden sentirse identificadas con un espectro político que abarca desde el PSOE hasta los partidos mas subversivos. Un espectro que, en el mejor de los casos cuando no ha fracasado en sus aspiraciones electorales o de representación institucional, les ha traicionado.  Puede que tenga razón.


Antes de empezar a escribir estas líneas, de vuelta casa tras varias horas en una biblioteca pública, he entrado en un bar cercano a mi casa ha pedir un café con leche. Allí, en un ambiente recargado, unos diez hombres de mediana edad apuraban vinos y cañas ya calientes entre risotadas y comentarios típicos de un día cualquiera a final de jornada. Junto a ellos, una madre trataba de ayudar a su hijo con los deberes del colegio. La madre, camarera del bar, se levantó a servirme el café con una cojera más que evidente, secuela de una caída en el bar días anteriores del cual ni se ha tratado ni ha dado parte. Mientras la camarera prepara el café grita a su hijo (de otro modo no le oiría) que se centre en el problema de matemáticas del libro. El chaval, de unos ocho años no se concentra. Tampoco ayudan los parroquianos que, a falta de otra cosa con la que entretenerse, usan al crío, que ya de por sí es bastante despierto y respondón, como entretenimiento nocturno. Al fin y al cabo el niño es parte de la parroquia del bar. La camarera, madre soltera desde joven y con dificultades para cuadrar las cuentas, acostumbra a hacer de madre, camarera y profesora particular antes del cierre. Me comenta que no puede con el chiquillo y que, encima, los profesores le mandan muchos deberes, demasiados, y cada vez más complicados.


Al acabarme el café y volver a casa, tras pensar un poco en lo visto en el bar de al lado de mi casa pienso en la gente que estaba conmigo en la biblioteca. Universitarios la mayoría preparando oposiciones y exámenes, la mayoría mujeres jóvenes. También había gente que pasaba los treinta que llegaba a última hora, seguramente de trabajar, la mayoría con libros donde se podía leer “oposiciones cuerpo nacional de policía” o “fundamentos de la administración pública”. No hay gran diferencia entre quienes estaban en la biblioteca y en el bar. Es verdad que aquellas que estudiaban para las oposiciones no se sentirán trabajadoras manuales, seguramente ni siquiera obreras, pero conseguirán un trabajo poco remunerado para el servicio que realizan y una gran parte de ellas se divorciarán con los hijos a su cargo. Las que no tengan suerte en los exámenes públicos (la mayoría) encadenarán trabajos temporales y paro tras trabajos temporales y mas paro. Quienes sí la tengan acabarán endeudadas casi hasta su jubilación, cercenando de paso el poder adquisitivo que el puesto les daba, logrando al final pasar los mismos apuros económicos que quienes pasaban las horas en el bar. Quienes no pasen por el aro del país panderetero que se nos ofrece a los jóvenes llenarán sus maletas con ilusiones y la civilizada Europa estamparán sus sueños. Allí, donde los medios corean el futuro que aquí parece negarse a unos pocos acabarán sucumbiendo a la realidad del emigrante. Esa que te obliga a coger los trabajos que el nacional no quiere y esforzarte diez veces mas que el resto para acceder a una posición media estable, cuando no, lo menos que les espera es trabajar en aquellos trabajos manuales que habrían despreciado antes de viajar fuera cegados por los dañinos medios de comunicación.




¿Qué será para todos ellos la izquierda? ¿Algo lejano, caduco, traicionero? Es probable que para muchos de ellos tan solo sea algo meramente retórico. Y es que la acaramelada socialdemocracia europea se disipó hace años y, con ella, el ascensor social con el que se anclaba en la tierra. Los hijos de los obreros, los más, siguen teniendo menos oportunidades de prosperar que las menos familias acomodadas. Siguen yendo a colegios con menor oferta educativa y de apoyo, siguen teniendo que esforzarse mas para llegar al mismo sitio y, de llegar, muchas veces tampoco se valora. Hoy las empresas mas punteras tienen como referencia de contratación a aquellas personas que hicieron voluntariado estival, hicieron practicas en alguna empresa (la de papá) en los meses de no universidad o estudiaron idiomas en países extranjeros. La mayor parte de quienes compartían biblioteca conmigo trabajaron en verano para pagarse la universidad o estuvieron en el pueblo de la abuela los verano mientras sus padres se ganaban el sustento familiar.


La izquierda durante los años en los que los hijos de los obreros miraban de tú a tú al pijo de la clase en la universidad era una simplificación política. Una forma de decir “debemos seguir luchando, ir hacia delante, no nos han regalado estar así y cuando puedan nos lo quitarán”. Sin embargo, para esa mal llamada izquierda que tiene de progresismo lo poco que la caridad tiene de tierno, bastante era haber llegado hasta ahí. El resto, los obreros que tanta sangre y sudor habían derramado para conseguirlo querían más, necesitaban más, pero su estrategia de “normalización” con la modernidad se diluyó en el esperpento de izquierda mal entendida que hoy tenemos. No es tan distinta esta idea que lo que hoy se llama (de diferentes formas) unidad del pueblo o lo que Podemos quiere capitalizar hacía sí en su marca. Mas bien es un refrito de lo mismo pero sin contar con la experiencia de quienes de tanto refrito tienen las manos llenas de quemaduras.




Y es que no es lo mismo escribir la receta de un refrito que sacar plancha y hornillo para ponerte a hacerla. A aquella izquierda le sobró harina de ligazón y le faltó chicha. Si, le faltó chicha, enjundia, miga, entraña, sustancia, víscera… le faltó clase. Porque cuando la izquierda, o sus diferentes formas de denominarla caen lo que emerge es la necesidad de una orientación de clase, bien sea consciente o inconsciente, pero de clase. Esa clase que no se estudia en los libros pero que huele a lentejas de puchero para comer y cenar en los malos inviernos y a sudor por los metros y la barra de los bares cuando el trabajo se acumula en las calles. 


Es muy posible que ya no tenga sentido la izquierda y que reclamarla ya no se ajuste a lo que la gente necesita, ¿pero que necesita la gente? Seguramente si preguntase a la madre soltera y camarera a jornada completa, a los obreros que ya no pueden recortar mas los vinos que toman o las universitarias que desgastan su tiempo descerebrándose en las bibliotecas las respuestas serían muy dispares, sin embargo, todas ellas estarían atravesadas por perspectivas transversales. La perspectiva de tener un futuro, unas garantías de vida, unas condiciones de educación y trabajo, evitar el ahogo de la deuda económica para poder vivir… etc. No es la centralidad de ningún tablero donde descansa el 100% de la población. No es una perspectiva bien vista por el pijo de la clase y el niño que estudia a las nueve de la noche en el bar donde su madre trabaja sin derecho a baja por accidente laboral. No es una perspectiva que afirme por igual quien dedica horas de estudio para un puesto precario que quien en su puesto directivo (logrado por recomendación de la empresa de papá) decide cuanto de precario serán este año los contratos.


Pero tampoco será una lógica para quienes viviendo del lado de los esforzados se empeñen en defender las cosas como están con la esperanza de alcanzar el puesto de verdugo (o rey) antes de que el nudo de la soga apriete demasiado.


La clase emerge con fuerza cuando la izquierda como elemento aglutinador cae por su propio peso. Los aglutinantes solo sirven cuando la salsa ya esta mas que cocinada, al final del plato y no al revés. Es la conciencia de clase (actualizada y modernizada en su lenguaje y formas) quien une a quienes se necesitan entre sí, sin esa conciencia ¿para que unirnos? ¿Acaso podemos permitirnos una vez mas desafilar las pretensiones en pos de mantenernos unidos con quien no sabe lo que es el trabajo con las manos? ¿Acaso les necesitamos a ellos o son ellos quienes nos necesitan a nosotros para seguir sin dar un palo al agua?





Juan Carlos Monedero tiene razón cuando habla de que la izquierda ha dejado de tener sentido para la gente de mi barrio. Pero la gente de mi barrio no oyen el sentido común cuando suena la barriga clamando lentejas. Quizá sea el tiempo de dejar de idear pasteles y comer pan duro. Quizá sea el momento de unirnos sí, pero entre los iguales. Hasta ese momento, quienes poblaban la biblioteca se sentirán mejores que quienes estaban en el bar y competirán unos contra otros mientras, los predicadores pseudo intelectuales se partirán el culo con los carrillos llenos.