martes, 18 de febrero de 2014

Cortinas de humo con botes de humo





                Es muy curioso cómo, tras el partido de Villarreal-Celta, quien más y quien menos se llevaban las manos a la cabeza y se rasgaba las vestiduras. “¿Cómo es posible que alguien lance un bote de gas lacrimógeno al campo?” Se pregunta uno en el bar donde desayuno, “es increíble, no hay derecho”  contesta otro más allá, “a ver si pillan al desgraciado ese y le meten un buen paquete por gilipollas” sentencia el camarero. De pronto, como inspiración divina se me ocurre intervenir “Pues anda que cuando los lanza la policía… a los de Melilla solo les falto tirar botes de esos a  los pobres inmigrantes…” No hay respuesta. Como mucho un silencio incomodo hasta que se cambia de conversación. ¿Cómo se me ocurre comparar el material antidisturbios contra unos negros que a nadie le importa con el uso para reventar la “fiesta” del futbol?

                Y es que el problema está en eso, en la fiesta. Perturbar la “fiesta” del futbol es un sacrilegio, poco importa los desmanes que este negocio/deporte lleve asociado. Como perturbar la “fiesta” del toro o los excesos de la fiesta del ladrillo que todos hemos vivido. Porque al final, en el fondo, todas estas “fiestas” no dejan de ser cortinas de humo. Humo como el que sale de algunos botes para defender la “fiesta” de la democracia, que son lanzados por los mismos que protegen a quienes tras la “fiesta” de la vida urden planes para recortar libertades a las mujeres.

                Quizá todo sea porque nos quieren tener en una fiesta continúa. Quizá porque saben que de fiesta uno no piensa ni profundiza pero se entretiene tanto, que acaba exigiendo vivir en permanente fiesta. Da igual que sea para divertirse que para protestar: que nos roban la sanidad o nos recortan el sueldo hagamos una fiesta batuka en mano o al ritmo de una cadeneta que seguro que con nuestra “fiesta” conseguiremos cosas. Y es que al final, la fiesta, como los botes de humo, solo sirven para formar cortinas tras la que tapar la realidad.



miércoles, 5 de febrero de 2014

Victoria... ¿De quien?








                Con júbilo, vítores y onanismos varios se celebró el día 27 la dimisión de Lasquetty y el anuncio del fin del camino privatizador emprendido por la comunidad de de Madrid. Esto, además de ser una flagrante mentira, supone una estrategia política en toda regla. Una cortina de humo acrecentada por la que se supone que es la movilización en defensa de lo público por antonomasia: la marea blanca. Como entiendo que en principio es un mensaje un tanto chocante, creo que es importante hacer una pequeña retrospectiva que nos sitúe en la realidad de lo que está ocurriendo. 

La marea blanca, sin noticias hasta 2012

                Hacia 2012 todos vimos en nuestras televisiones lo que parecía una nueva forma de sindicalismo. Cientos de batas blancas comenzaban reivindicaciones al más puro estilo “quincemero” para concienciar a la población de la importancia de la defensa de la sanidad pública. ¿Era posible que los médicos se hubieran desprendido de esa caspa brillante de aspirantes a clase alta para ponerse el mono de obrero y, por primera vez, preocuparse realmente de sus convecinos? Nada más lejos de la realidad. Sin embargo, toda la clase media progreguay rápidamente corrió a destacar lo loable de su lucha. 

                Hacia 2012 lo que había ocurrido era que el proceso privatizador de la sanidad había llegado al sueldo de facultativos y enfermeras. Durante los diez años anteriores todos los demás servicios había sido pasto de las “externalizaciones” del PP y PSOE (fundamentalmente). Durante aquel tiempo mantenimiento, cocina, lavandería, transporte general y emergente, analíticas, pruebas diagnosticas por imagen, tratamiento y procesamiento de sangres y tejidos, limpieza, provisión y almacenaje, celaduría (no en todos), gestión de recursos, informática, gestión y documentación de historias… etc. habían sido ya privatizadas y sus trabajadores despojados de sus derechos (bajada salarial incluida). El hecho diferencial esta vez es que era el turno de enfermería y medicina.

                Sabedores de que en el momento en el que la sanidad privada no tenga que competir con la pública bajarían considerablemente sus sueldos y privilegios, comenzaron los bailes y cadenetas mediáticas. No hay que ser muy inteligente para entender que una de las formas de aumentar el beneficio neto empresarial pasa por adelgazar el “coste laboral”, sin embargo. sus estrategias de lucha distaban mucho de las lógicas en un problema laboral. La estrategia consiste en disfrazar de cara a la opinión pública una lucha legítima que engloba a toda la ciudadanía (demostración de fuerza) mientras la presión real se ejerce tras la cortina. Pero… ¿Quién ejerce esa presión?

 

El sindicato y colegio médico y su sobrino pequeño SATSE y los colegios de enfermería: Una mafia

 

                Algo que la gente de a pie no suele saber es que hacia finales de los años ochenta, con la llegada masiva del “obrero a la universidad” se produjo un “excedente” de médicos. Es decir, algunos médicos recién salidos del hospital no encontraban trabajo. El paro no era nada alarmante (aprox. 6-8%) si se tiene en cuenta que el paro entre 1982 y 1998 no descendió del 15,5% y que tocó su techo en 1994 (23,9%) (Fuente). Sin embargo se produjo una gran alarma en el sector médico que rápidamente se enfrentó a la administración pública. En primer lugar porque los recién ascendidos a la clase media-alta presionaban al toparse con dificultades para trabajar de forma inmediata (rompiendo el “ascensor social” mediante la universidad) y en segundo lugar porque, aunque se impusieron normativas de reparto del trabajo (número de días máximos de trabajo por eventual), la realidad es que la corrupción y “venta” de cupos de guardias y contratos eran la norma ya en el año 89 – 92.

                Finalmente el sindicato médico junto con los colegios profesionales consiguieron poner orden entre los médicos y mediante la lucha institucional consiguieron un acuerdo en 1994 por el cual se instauraban números clausus en las universidades (1 estudiante por cada 10.000 habitantes) que, en la práctica, suponía restringir el acceso a la formación médica a un número garantista de candidatos. ¿Qué quiere decir garantista? Pues quiere decir que era una restricción lo suficientemente importante como para garantizar el trabajo al 100% de los formados en la universidad. La consecuencia inmediata, de la que alertaban numerosos estudios en aquella época, era que España tendría un déficit de médicos hacia la década de 2000-2010 (como así fue). Cuestión que tuvo que ser resuelta durante el segundo mandato de Zapatero con la homologación masiva de profesionales médicos extranjeros, en su mayoría, latinoamericanos. Actualmente muchas voces vuelven a clamar que el paro está aumentando peligrosamente entre los médicos y lo achacan a esta medida tomada. La realidad es que el sector médico es un sector extremadamente protegido (desconozco si existe otro igual) y actualmente el paro médico es de 1,2% Fuente



                Ya con la entrada del tratado de Maastrich (1993) el colegio médico se dedicó a presionar al gobierno reclamando una equiparación de salarios con sus compatriotas europeos entre otras muchas reivindicaciones, todas ellas dedicadas al aumento de sus salarios. Protestas que fueron escuchadas por la entonces oposición del señor Aznar. Así, entre el 1996 y 2005 el colectivo médico consiguió, entre otras cosas, el fin de la clausula que les impedía compaginar el trabajo en la pública y en la privada (sin menoscabo del sueldo pese a eliminar este complemento), mantener las guardias médicas (desaconsejado por el consejo europeo), aumentar la remuneración de las guardias (aunque la mayoría de países europeos optan por el turno rotativo), la implantación de las peonadas (cirugías realizadas por la tarde y cobradas como horas extras), facilidades para la concesión de licencias de consultas médicas privadas y retribuciones extra si se alcanzaban logros tan cuestionables como la disminución de listas de espera en cirugías (objetivo logrado si “aconsejaban” a sus pacientes pasar consulta en su propia clínica privada) aumentos de hasta el 10% del sueldo si disminuyen el gasto farmacológico entre otras cuestiones.

                El sindicato mayoritario en enfermería y auxiliares SATSE y los colegios de enfermería no le van a la zaga. Pese a carecer de la fuerza de los galenos, al ser mayoría sindical y laboral en el sistema sanitario han utilizado durante estos años su fuerza para boicotear sistemáticamente mesas de negociación a cambio del mantenimiento del estatus del colectivo. Paradigmático es su desmovilización durante las luchas antiprivatización de otros colectivos sanitarios, la vinculación con la trama Gürtel de algunos de sus dirigentes o sus curiosas puertas giratorias con empresas privadas como Capio.

 

Las Unidades de Gestión Clínica (UGC): el quid de la cuestión

                Al amparo de la ley 15/97 (piedra angular para privatizar todo el sector) se ha desarrollado un nuevo modelo de gestión de los servicios sanitarios. Con este nuevo modelo, los recursos económicos pasan, de ser gestionados por el gerente del hospital, a manos de la jefatura de cada servicio (medico y enfermera). De este modo, todo lo que es gasto en materiales y sueldos se decide de manera independiente por cada servicio (Fuente). De este modo, y según esta filosofía empresarial, todo el ahorro que produzcan, bien sea en material, pruebas o personal, pasa directamente a manos de los gestores.

                En la práctica consiste en dividir los centros sanitarios públicos en microempresas dotadas de entidad jurídica propia y con capacidad para apropiarse de los beneficios generados por la venta de sus servicios a otras Unidades o Centros Sanitarios. Es decir, hacer de un hospital un conjunto de pequeñas empresas independientes. (Fuente).

                De este modo, en lugar de una privatización completa (una empresa se hace con el control de todo el centro), este sistema privatiza el servicio a manos de los mismos médicos y enfermeras (obviamente no todos) que hoy se manifiestan mediante bailes y cadenetas en contra de que la sanidad pase a otras manos que no sean las suyas. Quizá la diferencia más notable entre ambos métodos de privatización sea que, a diferencia de la privatización total, la financiación de estas microempresas sigue siendo pública mediante diversas y complejas formulas que, se imagina, dependerán de la negociación con el ministerio.

 

La industria farmacéutica y su interés por la sanidad “pública”


                Otra de las caras en estas presiones en la trastienda, es la industria farmacéutica. Considerada uno de los lobbies más influyentes del mundo (junto con el armamentístico) tiene enorme interés en el mantenimiento de una sanidad semipública. En primer lugar por el consumismo sanitario. La hiperdemanda sanitaria de las clases medias (fomentado por el sistema y gestión ministerial) y el sobreconsumo de fármacos suponen inmensos beneficios para estas empresas. Empresas que tienen los mejores comerciales del mundo: los propios médicos.

                ¿Qué piensa usted que es un visitador médico? Pues un corruptor. Se estima que los laboratorios farmacéuticos se gastan entre 6 y 10.000 euros por médico (Fuente). Se lo gastan en regalos de todo tipo, cenas en restaurantes de lujo, viajes en primera clase para toda la familia con todos los gastos pagados (la excusa siempre es una convención médica, curso o congreso), ordenadores portátiles, bicicletas, teléfonos móviles de alta gama… etc. Todo para que los facultativos prescriban determinados medicamentos, pruebas, utilicen unos dispositivos y no otros en operaciones… etc. A más ingresos que produzcan mejores regalos reciben… y es algo normalizado y conocido por todos.

                 Esto, a priori,  es difícil de pensar cuando se trata de un ambulatorio donde los médicos prescriben analgésicos.  Pensemos ahora el gasto hospitalario, es decir, en la diferencia que supone que se utilicen unos dispositivos y no otros. Tomemos como ejemplo a los traumatólogos que ponen una prótesis de cadera o rodilla que vale de media 1.500-2.500 (Fuente) o en un cirujano cardiovascular que pone un stent (cateterismo) de unos 1.000€-2000€ (Fuente). ¿Saben cuantas operaciones de prótesis de rodilla se hicieron en España en el año 2009? 22.693 y tengan en cuenta estas operaciones aumentarán un 174% en los próximos 25 años (673% las de rodilla) (Fuente) ¿Saben cuántos dispositivos stent cardiovasculares se colocan en España cada año? Más de 100.000 (Fuente).

                Con esto no se pretende argumentar que el colectivo médico opere por operar. De lo que se trata es de que mientras la sanidad sea universal, y se mantenga el consumismo sanitario (que existe, sobre todo en las clases medias) las farmacéuticas mantendrán unos márgenes de beneficios cuantioso. De limitar el acceso al sistema, verían mermado este margen.

                Está claro que con la privatización absoluta de la sanidad pública muchos otros intereses económicos entran en juego, pero mientras exista un sistema donde se permita el gasto de dinero público sin cortapisas y a criterio de intereses privados, las farmacéuticas tendrán un mercado poco competitivo y muy rentable.

 

Los “problemas” de la privatización total

                La privatización completa de la sanidad pública supone la supervisión absoluta y milimétrica del gasto para conseguir rentabilizar al máximo lo invertido, es decir, aumentar beneficios. Para ello minimizan en pruebas diagnosticas (salvo quienes las sufraguen con pólizas de seguros de alta gama), operaciones de riesgo o medicaciones caras. Todo ello, en realidad, disminuye el gasto farmacéutico si lo comparamos con el sistema actual, aunque sea una disminución a costa de la salud del usuario.

                En esta lucha encarnizada por aumentar beneficios entre las distintas empresas otra de las estrategias es la disminución de los costes laborales. Así, salvo que sea un facultativo puntero que dé renombre (mayor clientela) a la entidad y que, por su fama, las empresas compitan por contratarle, el resto de facultativos sufrirán la competición opuesta. Al igual que hoy hay trabajadores que compiten por bajarse el sueldo para que las empresas les contraten, a los médicos les pasaría lo mismo.

                Esto solo puede ser frenado en el caso de que exista un ente mucho más poderoso con el que competir: la sanidad pública. La ecuación es fácil, si en la pública con un trabajo de “ochoatres” ganan 10, las privadas tienen que ofrecerles como mínimo 11 para llevárselos o, gran flexibilidad horaria y menos presión para que trabajen en la privada como complemento de la función pública. Todo esto sin mencionar que las empresas privadas se ahorran el coste económico que supone formar un/a buen/a profesional.

 

La falacia de esta marea blanca…

 

                La supervisión absoluta y milimétrica del gasto en fármacos, pruebas innecesarias, o el “coste” asistencial se puede hacer perfectamente desde la gestión pública con la ventaja, además, de que como no hay que repartir beneficios económicos entre nadie, se disminuye el “gasto” sanitario, con lo que se puede invertir ese remanente en políticas de aumentando la salud y calidad de vida de la comunidad. De eso no habla la marea blanca.

                La marea blanca no se replantea como está montado este sistema sanitario. No habla de quienes han ido torpedeando la línea de flotación de la, hasta 2009, quinta sanidad más eficiente del mundo (Fuente). No se replantea el enorme gasto sanitario que supone la inversión real en atención primaría y promoción de salud. No habla de la eliminación de las peonadas, de los complementos al sueldo desleales, de la conexión directa de las farmacéuticas con los médicos, de las contraprestaciones en forma de planes de pensiones privados de la administración pública, no habla de la importancia de la autonomía del paciente en sus cuidados… etc.

                Ni siquiera se plantea la reivindicación del retorno al sistema público de todo lo privatizado ya. De todxs lxs compañerxs que trabajan en sanidad de forma subcontratada. No se plantea que los usuarios puedan elegir el sistema que más les conviene, es decir, de la democratización de la sanidad. No hablan de la importancia de la participación del individuo y la comunidad en los diseños sanitarios. No quieren compartir la silla. Prefieren mantenerse en su estatus de privilegiado agradecido.

 

¿Pero quiénes son la marea blanca?



                Lo que se olvidan quienes ahora se vanaglorian de esta “victoria” es que ellxs no son realmente la marea blanca. Ellxs llevaron las batas puestas pero la fuerza la pusieron las gentes en las calles. Muchxs de quienes ven con buenos ojos todas estas manifestaciones no se creerán todo lo aquí expuesto… porque no son tontxs. Saben qué sanidad necesitan, pueden desconocer el cómo, pero no son menores de edad.

                Lo que ha ocurrido el día 27 de enero es solo un parón en el proceso de privatización agresivo de los neoliberales que gobiernan la comunidad de Madrid y el resto de comunidades del estado (sin excepción). Nos quedan muchos retos por delante ya que, centrada la opinión pública ahora en Lasquetty y compañía, tienen las manos libres para seguir el proceso bajo manta a través de las Unidades de Gestión Clínica. La siguiente línea que parece quieren seguir es derivar la atención de las contingencias comunes a las mutuas, restándoselas así a la atención primaria. Una privatización más, esta vez encubierta, de la que la marea blanca no dirá nada.

                Sin embargo somos quienes realmente necesitamos el sistema público de salud (nuestra salud y vidas dependen de ello) quienes debemos relevar estas batas blancas y repensar como queremos la sanidad. Debemos darnos cuenta que quienes bailan en las puertas de los hospitales de cara a los medios son pura pantomima mediática, la fuerza la tenemos quienes salimos a las calles a pelear por lo de todxs, por lo público. No todas las batas blancas son mafiosas, muchas de las que hoy favorecen esta rueda privatizadora ni siquiera son conscientes de ello. Es nuestro trabajo encontrar apoyos y pelear por lo que es nuestro.

                No hacen falta batas para defender lo público. Hacen falta mentes, manos, bocas, ojos… personas para repensar lo de todxs.