Hace unos días la foto de un niño muerto en las playas de Turquía
conmocionaba a la opinión pública de media Europa. No lo habían hecho 4 años de
guerra en Siria. Tampoco lo habían hecho las innumerables imágenes de muertos,
también ahogados, en el estrecho de Gibraltar y Lampedusa. No habían
conmocionado a media Europa los cientos de niños y adolescentes que anualmente
se esconden entre las ruedas de los camiones para buscar un futuro mejor y que,
desgraciadamente, muchos mueren por el camino. Tampoco, aunque todos nos
llevamos las manos a la cabeza cuando saltó la noticia, avergonzó a Europa
entera la noticia del niño que murió cuando su desesperado padre lo metió en
una maleta para que pudiera cruzar la frontera. El único que ha causado
vergüenza y conmoción ha sido Aylan Kurdi; probablemente el primer emigrante
muerto que tiene nombre y apellidos para la mayoría de la población Europea.
Ríos de tinta
surcan desde hace días cientos de papeles de periódicos y revistas. De pronto,
como si de algo repentino y sorpresivo se tratase, periodistas de una y otra
ideología abordan el drama de la guerra y sus víctimas. Todos opinan, se rasgan
las vestiduras y, con una vehemencia repleta de dignidad democrática Europea,
voceros de izquierda y derecha reclaman a los gobiernos una solución rápida,
tajante y eficaz ante lo acontecido. Nadie recuerda que han guardado un
silencio interesado durante mas de cuatro años. O que quienes ahora braman en
las tertulias del cuché político, aplaudieron con las orejas el apoyo del
gobierno del puño y la rosa a la guerra en Siria. A veces, algún despistado más
moralista que intelectual, recuerda levemente estas cuestiones pero nuevamente,
y como parte de esa amnesia periodística tan española, se le olvida recordar
que las potencias occidentales (la OTAN) han ido alargando la guerra y la
muerte durante estos años a través de mercenarios de toda índole y de su títere
predilecto: Turquía.
Lo que si nos
cuentan es que estos emigrantes no son como los otros: éstos, los sirios, son
“refugiados” y el resto (todos los demás) son “emigrantes económicos”. Algo así
como lo que hacen ahora todos los giliprogres pseudo izquierdistas cuando se
llaman así mismos exiliados económicos para no llamarse emigrantes (deben creer
que eso de emigrantes es cosa de negros y moros). Tenemos que escuchar también
en denigrantes tertulias televisivas que “estos emigrantes son como nosotros”
que “les hemos visto orientarse en Grecia y Turquía con iPhones”. Y lo que es
peor, mientras el innombrable Sardá decía que Aylan podría ser cualquiera de
nuestros hijos (una bonita forma de decir que parecía blanco y vestía al estilo
occidental) la despreciable Tania Sánchez callaba vilmente, cuando no, asentía.
Tampoco a faltado el desprecio
caritativo de las Ana Rosas Quintanas quienes destacan lo bien que hablan
inglés y que muchos de los exiliados son universitarios, gente de bien al fin y
al cabo. Pareciera que un espíritu Carmen Lomanesco nos hubiera invadido a
todos con el tufo clasista propio de quien desprecia a cualquiera que no encaja
en el sueño capitalista de falsa “clase media”. Clase fantasiosa que no se
cortan en reproducir los Errejones aspirantes a representar obreros. Esos auto
ascendidos a intelectuales que insisten una y otra vez en reclamar para los sirios
derechos humanos debido a que “son refugiados, no inmigrantes económicos”, como
si los desheredados del desecho colonial africano (cuestión económica por
antonomasia) no pudieran alcanzar el grado de “aspirantes al derecho”. Como si
la solidaridad obrera, tan característica de lo que ahora se llama “los de
abajo” (se ve que llamarnos obreros no es cool) estuviera condicionada por
procedencia o formación.
Cosas como éstas se han ido sucediendo
en el show televisivo del sistema y nosotros, como imbéciles, seguimos tragando
mierda a raudales sin que una izquierda timorata, irreconocible y mezquina sea
capaz de decir absolutamente nada. De trasmitir a las masas nada. Capaz de, al
menos, cuestionar mínimamente la “versión oficial” del drama sirio. Mientras tanto,
mientras nosotros seguimos con nuestra propia diarrea mental, Merkel y la UE
con su imperio camuflado de democracia, viven el sueño húmedo de incorporar una
mano de obra barata que nuevamente divida las tímidas luchas obreras. Lucha de
gentes que, hastiadas de minijobs y precariedad, pujaban en Alemania por
procurarse una dignidad básica. No solo no escuchamos los avisos de compañeros
como Die Linke o de sindicalistas alemanes, nos mofamos de la advertencia de
que esta inmigración se instrumentalizará para dividir aún mas a la clase
obrera alemana, esperanza última de las clases obreras del sur de Europa.
Aquí decimos que ese discurso es zafio,
propio de derechones y carente de sentido. Somos la supuesta izquierda
consciente. Esa que palmeamos con las orejas (la izquierda en pequeño y la
derecha en grande) la caridad a través del estado. “Welcome refugees” gritamos,
pero no decimos nada de las maniobras que la OTAN, ese instrumento del horror
capital, realizará en nuestra propia casa. Bienvenidos refugiados encartelamos
orgullosos, pero no somos capaces de llamar refugiados a los miles de
inmigrantes que conviven en nuestros barrios, de reclamarles derechos y
privilegios como los que nosotros tenemos. No pusimos tanto empeño cuando la
burbuja inmobiliaria se infló sobre los hombros explotados de la masa
inmigrante; ni supimos prever que la pendiente descendente que la marginación
laboral inmigrante arrastró a la juventud obrera. Somos la izquierda de clase,
quizá revolucionaria, pero no he visto escrachear los ministerios pidiendo que
nuestras embajadas acojan y protejan a la población civil para evitar que solo
los más pudientes entre la miseria se “beneficien” de la “paz” europea.
Somos La Izquierda, con mayúsculas. Los
intelectuales. Los conscientes. La vaguardia. Somos los sesudos analistas de la
realidad política pero es, una vez más (como tantas a lo largo de la breve
historia que mi memoria permite recordar) el análisis de la verdadera clase
obrera la que delata nuestra flema aburguesada: un niño de apenas 13 años nos
recuerda que no quiere nuestra caridad, necesita que paremos la guerra en
Siria. ¿Estamos parando la guerra en Siria? No lo creo. Más bien creo que con
nuestra nula combatividad mediática-hegemónica-televisiva-discursiva estamos
allanando el camino para que las oligarquías occidentales saqueen Oriente Medio
mientras nuestros hermanos árabes vuelan por los aires. Seguiremos conmovidos
con las entrevistas a emigrantes sin pararnos a pensar en porqué LaSexta,
Cuatro o Público entrevista por primera vez en profundidad a un emigrante, como
si el resto fuesen una simple masa cárnica hacinada en una barcaza sin derecho
a voz ni opinión.
Pero nos da lo
mismo porque somos gente con conciencia de clase, los de abajo, los normales o
como se quiera llamar, pero consentiremos la depredación imperialista porque
ISIS es el terror. Como siempre nos olvidaremos quien entrenó a ISIS, quien
dilató la guerra Siria, quien despedazó Irak o quien sometió a Irán y Pakistán.
Se nos olvidarán los yacimientos minerales e hidrocarburos que casualmente se
encuentran en el territorio hoy controlado por ISIS. Así, con esta memoria selectiva,
pediremos que se combata el terror que nosotros causamos. Un terror que solo
tenemos en cuenta cuando los trozos de carne muerta o en proceso de muerte
salpican de sangre el jardín europeo.
Nuestro silencio o tibieza seguirá
siendo cómplice de las atrocidades de un sistema que se supone combatimos. A
Rosa Luxemburgo, en su momento la fusilaron por no ser tibia, ni cómplice y
porque su oreja izquierda no aplaudía con su oreja derecha: la combatía. Pero
nosotros somos mejores que Rosa, mas leídos, mas analistas y más modernos. La
foto de la emigración no retrata solo las barbaridades imperialistas, retratan
a la izquierda… o a lo que queda de ella.