miércoles, 9 de septiembre de 2015

La foto que retrata a la izquierda




            Hace unos días la foto de un niño muerto en las playas de Turquía conmocionaba a la opinión pública de media Europa. No lo habían hecho 4 años de guerra en Siria. Tampoco lo habían hecho las innumerables imágenes de muertos, también ahogados, en el estrecho de Gibraltar y Lampedusa. No habían conmocionado a media Europa los cientos de niños y adolescentes que anualmente se esconden entre las ruedas de los camiones para buscar un futuro mejor y que, desgraciadamente, muchos mueren por el camino. Tampoco, aunque todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando saltó la noticia, avergonzó a Europa entera la noticia del niño que murió cuando su desesperado padre lo metió en una maleta para que pudiera cruzar la frontera. El único que ha causado vergüenza y conmoción ha sido Aylan Kurdi; probablemente el primer emigrante muerto que tiene nombre y apellidos para la mayoría de la población Europea.

            Ríos de tinta surcan desde hace días cientos de papeles de periódicos y revistas. De pronto, como si de algo repentino y sorpresivo se tratase, periodistas de una y otra ideología abordan el drama de la guerra y sus víctimas. Todos opinan, se rasgan las vestiduras y, con una vehemencia repleta de dignidad democrática Europea, voceros de izquierda y derecha reclaman a los gobiernos una solución rápida, tajante y eficaz ante lo acontecido. Nadie recuerda que han guardado un silencio interesado durante mas de cuatro años. O que quienes ahora braman en las tertulias del cuché político, aplaudieron con las orejas el apoyo del gobierno del puño y la rosa a la guerra en Siria. A veces, algún despistado más moralista que intelectual, recuerda levemente estas cuestiones pero nuevamente, y como parte de esa amnesia periodística tan española, se le olvida recordar que las potencias occidentales (la OTAN) han ido alargando la guerra y la muerte durante estos años a través de mercenarios de toda índole y de su títere predilecto: Turquía.

            Lo que si nos cuentan es que estos emigrantes no son como los otros: éstos, los sirios, son “refugiados” y el resto (todos los demás) son “emigrantes económicos”. Algo así como lo que hacen ahora todos los giliprogres pseudo izquierdistas cuando se llaman así mismos exiliados económicos para no llamarse emigrantes (deben creer que eso de emigrantes es cosa de negros y moros). Tenemos que escuchar también en denigrantes tertulias televisivas que “estos emigrantes son como nosotros” que “les hemos visto orientarse en Grecia y Turquía con iPhones”. Y lo que es peor, mientras el innombrable Sardá decía que Aylan podría ser cualquiera de nuestros hijos (una bonita forma de decir que parecía blanco y vestía al estilo occidental) la despreciable Tania Sánchez callaba vilmente, cuando no, asentía.

Tampoco a faltado el desprecio caritativo de las Ana Rosas Quintanas quienes destacan lo bien que hablan inglés y que muchos de los exiliados son universitarios, gente de bien al fin y al cabo. Pareciera que un espíritu Carmen Lomanesco nos hubiera invadido a todos con el tufo clasista propio de quien desprecia a cualquiera que no encaja en el sueño capitalista de falsa “clase media”. Clase fantasiosa que no se cortan en reproducir los Errejones aspirantes a representar obreros. Esos auto ascendidos a intelectuales que insisten una y otra vez en reclamar para los sirios derechos humanos debido a que “son refugiados, no inmigrantes económicos”, como si los desheredados del desecho colonial africano (cuestión económica por antonomasia) no pudieran alcanzar el grado de “aspirantes al derecho”. Como si la solidaridad obrera, tan característica de lo que ahora se llama “los de abajo” (se ve que llamarnos obreros no es cool) estuviera condicionada por procedencia o formación.

Cosas como éstas se han ido sucediendo en el show televisivo del sistema y nosotros, como imbéciles, seguimos tragando mierda a raudales sin que una izquierda timorata, irreconocible y mezquina sea capaz de decir absolutamente nada. De trasmitir a las masas nada. Capaz de, al menos, cuestionar mínimamente la “versión oficial” del drama sirio. Mientras tanto, mientras nosotros seguimos con nuestra propia diarrea mental, Merkel y la UE con su imperio camuflado de democracia, viven el sueño húmedo de incorporar una mano de obra barata que nuevamente divida las tímidas luchas obreras. Lucha de gentes que, hastiadas de minijobs y precariedad, pujaban en Alemania por procurarse una dignidad básica. No solo no escuchamos los avisos de compañeros como Die Linke o de sindicalistas alemanes, nos mofamos de la advertencia de que esta inmigración se instrumentalizará para dividir aún mas a la clase obrera alemana, esperanza última de las clases obreras del sur de Europa.





Aquí decimos que ese discurso es zafio, propio de derechones y carente de sentido. Somos la supuesta izquierda consciente. Esa que palmeamos con las orejas (la izquierda en pequeño y la derecha en grande) la caridad a través del estado. “Welcome refugees” gritamos, pero no decimos nada de las maniobras que la OTAN, ese instrumento del horror capital, realizará en nuestra propia casa. Bienvenidos refugiados encartelamos orgullosos, pero no somos capaces de llamar refugiados a los miles de inmigrantes que conviven en nuestros barrios, de reclamarles derechos y privilegios como los que nosotros tenemos. No pusimos tanto empeño cuando la burbuja inmobiliaria se infló sobre los hombros explotados de la masa inmigrante; ni supimos prever que la pendiente descendente que la marginación laboral inmigrante arrastró a la juventud obrera. Somos la izquierda de clase, quizá revolucionaria, pero no he visto escrachear los ministerios pidiendo que nuestras embajadas acojan y protejan a la población civil para evitar que solo los más pudientes entre la miseria se “beneficien” de la “paz” europea.

Somos La Izquierda, con mayúsculas. Los intelectuales. Los conscientes. La vaguardia. Somos los sesudos analistas de la realidad política pero es, una vez más (como tantas a lo largo de la breve historia que mi memoria permite recordar) el análisis de la verdadera clase obrera la que delata nuestra flema aburguesada: un niño de apenas 13 años nos recuerda que no quiere nuestra caridad, necesita que paremos la guerra en Siria. ¿Estamos parando la guerra en Siria? No lo creo. Más bien creo que con nuestra nula combatividad mediática-hegemónica-televisiva-discursiva estamos allanando el camino para que las oligarquías occidentales saqueen Oriente Medio mientras nuestros hermanos árabes vuelan por los aires. Seguiremos conmovidos con las entrevistas a emigrantes sin pararnos a pensar en porqué LaSexta, Cuatro o Público entrevista por primera vez en profundidad a un emigrante, como si el resto fuesen una simple masa cárnica hacinada en una barcaza sin derecho a voz ni opinión.

            Pero nos da lo mismo porque somos gente con conciencia de clase, los de abajo, los normales o como se quiera llamar, pero consentiremos la depredación imperialista porque ISIS es el terror. Como siempre nos olvidaremos quien entrenó a ISIS, quien dilató la guerra Siria, quien despedazó Irak o quien sometió a Irán y Pakistán. Se nos olvidarán los yacimientos minerales e hidrocarburos que casualmente se encuentran en el territorio hoy controlado por ISIS. Así, con esta memoria selectiva, pediremos que se combata el terror que nosotros causamos. Un terror que solo tenemos en cuenta cuando los trozos de carne muerta o en proceso de muerte salpican de sangre el jardín europeo.


Nuestro silencio o tibieza seguirá siendo cómplice de las atrocidades de un sistema que se supone combatimos. A Rosa Luxemburgo, en su momento la fusilaron por no ser tibia, ni cómplice y porque su oreja izquierda no aplaudía con su oreja derecha: la combatía. Pero nosotros somos mejores que Rosa, mas leídos, mas analistas y más modernos. La foto de la emigración no retrata solo las barbaridades imperialistas, retratan a la izquierda… o a lo que queda de ella.