viernes, 30 de diciembre de 2011

Putasemeak (Los hijosdeputa)




 A 10 minutos de entrar a trabajar me siento en la barra de un bar un jueves de diciembre a tomarme un café rápido para un día largo y pesado. Como en los últimos tiempos tendré que aguantar tonterías, esnobismos y superficialidades varias (ya os hablaré de mi nuevo trabajo) por lo que el contacto con un bar de verdad se agradece. Una mujer de mediana edad con una sonrisa de oreja a oreja me atiende. Se le nota inexperta en el manejo de la cafetera, busca los utensilios básicos denotando que no conoce bien su recién conseguido puesto de trabajo. Además, y como reafirmación de mis sospechas, el chaleco de su uniforme de trabajo que a las claras no está preparado para el talle femenino, tiene un zurcido básico en la parte baja de la espalda. Cojo el periódico para conectarme con el mundo real antes de sumergirme en la selva que es mí trabajo. Increíblemente las siete primeras páginas versan sobre el sorteo de navidad de la lotería. Sorprendentemente el café está muy bueno. ¿Quién se lo hubiera imaginado? Pago y, aunque no suelo hacerlo, dejo propina, se lo ha ganado.

Los titulares del día no paran de sorprenderme “¡Nos vamos a canarias!” y debajo un hombre con dos dientes en la encía superior y barba descuidada de unos tres días rodea con su brazo el cuello de su presumiblemente esposa, una mujer cuyo anacrónico y alborotado peinado compite en sobresalir con unos ojos llenos de ilusión. Ha tocado el gordo. Leyendo la noticia empiezo a odiar el periodismo. Es sutil, casi imperceptible pero el destilado de las líneas resuena un poco al “alabare” de la iglesia pero con el estado como protagonista. “Nus vamoh a laj Canaria, y dejpué noh miraremo un pijico” escucharé después de boca de los mismos protagonistas en las noticias. En la siguiente página un camionero, nuevo héroe nacional, repartió el número premiado a 400 kilómetros del lugar donde se vendía… una proeza en tiempos de crisis. En la siguiente columna destacan que el PP repartió la suerte entre sus afiliados, esos que diga lo que diga el líder tienen por amen su voto. Le  sigue una larga lista de fotos de cavas descorchados e infelices que taparán agujeros. Llego a la pagina ocho (el periódico tenía solo 18 páginas, era el 20 minutos) donde se anuncia por enésima vez la empresa que te ofrece todo lo que cualquier taller mecánico ofrece pero sin mecánicos: “tú mismo con tu gran sapiencia en mecánica puedes destrozar tu coche pero aumentar tu ego masculino hasta unos límites insospechados ahorrándote una pasta y poniendo en peligro al resto de ciudadanos que sin saberlo circulan contigo por las carreteras tranquilamente”. Con esto de la crisis y los recortes, merma del consumo y pánicos colectivos varios acabaremos operándonos a nosotros mismos para no pagar lo que será la nueva sanidad universal privada.




Pasando la página del infumable taller, que está por todos lados (como se notan los nuevos emprendedores: pasta sin dar servicio donde tú curras y él gana) y que, cómo no, tiene el anuncio con un corte periodístico intachable que simula a la perfección la estética de cualquier noticia real con la advertencia arriba en la esquina: publicidad. Llego a la información política, lógicamente mucho menos importante que cualquier otra. ¿Para qué vas a leer que un viejo conocido como de Guindos, que se ha forrado contribuyendo a la caída de Lerman Brothers y otros, dirige hoy la economía? ¿Para qué leer que Sáez de Santamaría, vicepresidenta del gobierno, la mujer con más poder en democracia de la historia, apenas tiene formación académica? ¿Para qué pensar que ha sido necesario esperar semanas tras las elecciones para conocer quienes dirigirán el gobierno y, sobretodo, que medidas pretenden tomar? ¿Para qué pensar que hostias votamos?

Se me hace tarde, voy a llegar dos minutos tarde (dos menos de sufrimiento). Me bebo el resto del café y encamino hacia el trabajo. Allí, mientras los clientes hablan de miles de euros como si de gominolas se tratara y unos y otros discuten sobre si los recortes se están sintiendo o no, coloco los vasos en el armario mientras veo como, en la televisión silenciada por la música atronadora y pedante, Cayo Lara y un famoso contertulio neoliberal discuten en un plató lo que podrían suponer los recortes. A su lado se encuentra un sindicalista venido a pseudopolitico-marioneta y dos periodistas más. Todo es un circo. De una u otra manera el verdadero pueblo, inmóvil, pacifico, acallado, sigue sin tener hueco mediático. De una u otra manera a gente como yo le es muy difícil mandar a tomar aire fresco a los que, como mis clientes, se rien de los derechos de los trabajadores en pos de unos dividendos que cada ejercicio son insuficientes para su expectativa de crecimiento.

Pasan las horas y corre el champan. Todos celebran sus borracheras navideñas a diez euros y medio la copita mientras alardean de sus vacaciones en Kenia viendo negros. Sin quererlo, y cuando resta menos de hora y media para cerrar me veo sumido en una conversación sobre economía. Un grupo de cinco necesita la opinión del trabajador medio sobre el impacto de los recortes y la responsabilidad de los políticos en la cesta de la compra. Como no me intimidan los encorbatados venidos a mas como ellos, comienzo a exponer uno tras otro lo que a mi juicio hace que el sistema capitalista no se sostenga por muchas medidas que tomen los políticos: ruptura del Gold Estándar, desregularización financiera, modelo económico no productivo y financiero… etc. En seguida llega el torbellino, las acusaciones de comunista, perroflauta, de que el quince eme es muy bonito pero no dejamos de ser unos niñatos aprendiendo lo que es economía… etc. La conversación sigue, bien hilada, argumentada, no dejándome intimidar y de cuando en cuando con la aprobación de uno de ellos hasta que llegamos al punto de inflexión. ¿Es que no todos somos iguales? No. Igualdad de oportunidades si, igualdad entre el que produce y el que no, NO. Claro yo me pregunto entonces para mí, pues no puedo llamar hijodeputa a un cliente de mi trabajo, si pensara lo mismo en caso de quedarse inválido en un accidente de coche o si tiene un hijo con retraso mental severo… o simplemente si pierde su empleo y no consigue otro debido a su edad. Porque luego son ellos, los hijosdeputa, los que piden del estado ayudas cuando sus negocios no funcionan para “sostener” la economía. 

 


Llegado este punto, y no teniendo nada más que hablar con ellos, le cobro y se van. Acabo de caer en algo en lo que no había reparado. Todo se mueve porque la gente compra. El mundo se basa en que alguien hace algo para que otro lo compre, así de simple. De repente una voz entrecortada y modulada por el alcohol me avasalla. Se dice indignado. Está harto de trabajar por un sueldo de mierda en una empresa que se dedica a calificar los paquetes financieros de otras empresas. Cobra 970 euros. Me pide un ron con cocacola de once euros y me suelta una serie de quejas y retahílas sobre porque los gobiernos no se dan cuenta de que deberían dejar de dar dinero a sanidad, educación y demás “tonterías” para aflojar la presión fiscal a las empresas y que así le paguen más. Dice tener un sueldo miserable. Por lo que me cuenta es hijo de un empresario que posee una cadena de perfumerías y cosméticos que acaba de vender a IF. Se ha forrado en la transacción. Sin embargo el no se siente afortunado ya que tiene que pedir dinero a su padre para comprarse el audi A4 coupé que conduce. Según el nada es sostenible. Todo lo que tiene el estado debe pasar a manos privadas para que él, cuando reciba su herencia, pueda invertir en sanidad o educación y así tener un puesto digno y no ese trabajo basura que tiene.  

Apenas me atrevo a contestarle porque con todas mis ganas le daría un botellazo en los dientes. Tiene un año más que yo, según cuenta vive en un piso pequeño en la calle autonomía del casi centro de Bilbao, conduce un A4 que aparca en un garaje que tiene alquilado y trabaja para una empresa de calificación en la que uno de los socios tiene tratos comerciales con su tío. ¿Qué nos diferencia? Demasiadas cosas. Pero es el más indignado del mundo. Se siente bien porque envía donaciones a ONG y da calderilla a los pobres cuando los ve pedir en las calles. Lo hace por pena según él, por una especie de “deber” que todo el mundo tiene con la sociedad. Para él eso es suficiente, la limosna es fundamental para que la gente salga adelante hasta que encuentre sus oportunidades. Por suerte para mí llega la hora del cierre, es el momento de que se vaya con su tremenda borrachera a otro bar a dar la murga a otro pobre camarero que tendrá que aguantar sus sandeces evitando partirle la cara.

Hora del cierre. Como es habitual últimamente cierro una hora más tarde de lo estipulado en el contrato porque el bar está lleno y mi jefe necesita hacer caja. Incremento de dinero del que no veré un céntimo pues ya he renunciado a cobrar esa hora extra… ya os explicaré próximamente. Mientras barro y limpio mi barra hago un pequeño resumen mental del día. A estas horas y analizando un poco lo que leí horas antes en aquel bar se me antoja la lotería a poco menos que una inocentada. Es como cuando a aquella iluminada se le ocurrió dar bollos y pasteles a un vulgo hambriento. Lo peor es que además los medios de información corean al unisonó esas pequeñas alegrías enlatadas que cincelan una sonrisa en los espectadores. Recuerdo ahora como muchas veces he escuchado eso de que en las noticias solo dan malas noticias. Y como cuando hay una buena, aunque sea ajena, alegra a todos. Seguramente nadie se ha planteado porque un sistema de salud garantista no previno el problema dentario de aquel hombre o porque un gobierno que gobierna por y para nosotros permite que esa gente tenga que pagar unos agujeros que sin la lotería no hubieran podido pagar. Nadie se pregunta al ver la noticia cómo es posible que los agraciados señalen el premio como un balón de oxígeno  tras dos años de paro. Nadie se preguntará hoy que pasa con todos aquellos que compraron una participación con la esperanza de que este año fueran ellos quienes aparezcan en las noticias. Quienes necesitan realmente ese balón de oxígeno para vivir. Nadie se pregunta hoy si es justo que en las fotos de los peperos agraciados aparezca gente que alguna vez ha sabido lo que es apretarse el cinturón. Hoy en definitiva, nadie se pregunta porque tenemos un ministro de economía que fue el presidente de Lerman Brothers España cuando se colpasó el sistema financiero con la caída de esta empresa.




Tras recoger y limpiar, cansado, hastiado de tanta superficialidad maquillada de intelectualidad prefabricada, me voy con mis compañeros a tomarnos una cerveza a un bar cercano. A tomarnos un soplo de aire y calma después de la jornada. Allí entre risas y tonterías propias del cansancio y la avanzada noche que nos contempla conozco a otra superindignada. Otra hija de alguno de los hijosdeputa que pueblan la zona esta noche. Resumiendo su historia, su padre había cerrado la empresa y con ella los contactos e influencias que tenía. Sin el puesto asegurado se había tenido que poner a estudiar. Su indignación se basa en preceptos simples y lógicos: quiere un puesto en alguna empresa con un contrato de lo que ha estudiado. Es lo que tiene haber estudiado un curso de administrativo en el INEM. Sin más títulos que la ESO, sin más valores que una presencia agradable, ropa bastante cara en apariencia y probablemente unas prótesis mamarias, se ha ganado a pulso un puesto de trabajo. Pero no contenta con eso cierra su discurso con una frase que pasará seguramente a la historia: “Antes en el Telepizza contrataban a los cortitos, a los que les faltaba un hervor. Ahora con la crisis hasta los normales tenemos que trabajar en esos sitios” “Es que ya no es solo el Telepizza, es que hace un mes me llamaron de una peluquería, para coger llamadas y barrer pelos que vaya su puta madre, para eso prefiero cobrar los 900 euros del paro y lo que me pasa mi padre”

 Poco más puedo aguantar ya. Creo que he copado mi límite de hijosdeputa diario. De camino paro a comer un sándwich en una tienda que regentan dos sudamericanos y que hacen el agosto vendiendo desayunos a los borrachos que entre comentarios xenófobos mendigan por algo para llenar su estómago. Ya en el metro y con el sabor de la mayonesa en la lengua leo que el ADN publica hoy su último número. Baja la persiana. Nunca me he alegrado de que un medio de comunicación cierre, sea del color que sea. Ya no es rentable. Día a día se van cerrando empresas. Hoy le toca a un periódico gratuito que por lo visto no encuentra anunciantes que sostengan las noticias diarias. Repasando lo ocurrido el día anterior miro en derredor, nadie está leyendo la carta del director que puebla toda la primera página. A nadie le interesa que cierren este periódico que ahora les está entreteniendo e informando camino de su trabajo. En el interior una noticia que ya ni me sorprende: En Corea creen que la ola de frio que sufren es consecuencia directa del malestar de la naturaleza por la muerte del dictador Kim Jong-il. Un hijodeputa menos en el mundo. Acompaña a la noticia las fotos de miles de coreanos llorando. Miro de nuevo alrededor, la señora que esta mi derecha lee el horóscopo, enfrente un señor encorbatado ojea los deportes. A su lado una joven de mi edad está leyendo la revista Quore. Al parecer no solo en Corea existe gente absorta por las informaciones que el sistema les proporciona.


sábado, 10 de diciembre de 2011

Kemen (Ánimo)



En vaso largo, de sidra, el café con abundante leche se agota frío y reposado. Es el segundo ya de otra mañana como será la de mañana y como fue la de ayer. No son ni las once pero el sol aún no me ha descubierto despeinado y con las legañas puestas a través de una ventana que da al patio interior. Esta mañana no se me ha acelerado el pulso al ritmo del estridente despertador mañanero. Tampoco me he tropezado, descalzo, con la esquina traicionera del pasillo en búsqueda del baño donde aliviarme tras el poco reparador sueño de entre semana. Así pues tras desperezarme largamente y obligarme un día más a rastrear la red sabiendo que no voy a encontrar nada me encuentro delante de estas líneas viendo como se están escribiendo solas. Como un grito ahogado que no sale de mis dedos sino que penetra directamente en el papel digital de un portátil al que la batería ya no le funciona encamino la ducha, al fin y al cabo sigo necesitando unos mínimos, y dejo que el ordenador continúe escribiendo sensaciones y pensamientos que no salen de mí sino que, rebotados de cinco millones de mentes, rebotan entre estas esquinas que me ven arrastrarme cada día.

    Son muchos los que como yo esta mañana nada tienen que hacer. Vivir. Quizá ese sea el problema. Algunos decidimos que nuestro trabajo formaba una parte fundamental de nuestros ocios. Así hoy, de vez en cuando, disfruto como disfrutaran en su época gentes de alto grado intelectual en exposiciones de arte y snob variado, de conversaciones interminables sobre nuevos conceptos del dolor, ética sanitaria o ideaciones propias de una mejor gestión sanitaria cuando, en torno a un café con leche y hielo, frikis como yo se dejan pasar las horas. Vivir fuera del trabajo. Quizá algunos tampoco sabemos lo que eso significa. Cuando pasadas las horas laborales aun pagamos por ir a cursos que no serán reconocidos o exprimimos la semana para escuchar la sabia visión de algún pobre diablo a punto de retirarse con la sensación de que poco más ha podido hacer para mejorar el mundo. Separar ocio y trabajo. Quizá también por eso la gente, los amigos, nos miran raro y de reojo cuando regalamos nuestro tiempo para realizar algo que en otras lides sería remunerado. Trabajar. Desde luego ese es el problema. Ver pasar las horas muertas por las manecillas de un reloj de pared sonrojado de tanto ser observado. La agenda antes copiosa y abultada, llena de marcas y tachones, de escritos al margen para cuadrar un horario pleno y empachado, ahora mira como una pareja de mediana edad mira al otro lado de la cama, esperando una pasión que ya no recorre por la piel al tacto.

Ya de nuevo en la habitación, secándome, voy leyendo lo que el ordenador ha escrito y caigo en la cuenta de que no soy quien para quejarme. En el fondo mi posición habría sido un privilegio desmesurado en una sociedad loca que nunca ha premiado el esfuerzo sino la gracia de unos pobres diablos que. sabidos de una realidad aplastante, alimentan cada día una rueda que no cesa. No es que fuese yo una de esas personas orgullosas de no nutrir la maquinaria que nos está devorando y que hoy miran desesperanzados cómo, por mucho que gritan, siguen sin ser escuchados. Simplemente siempre me he conformado con una vida simple en cosas pero rica en conceptos. Labore si, pensare sobre todo. Sin gastar demasiado conseguía un rendimiento personal mucho mayor. Lógicamente mi trabajo en el hospital ayudaba. Con una carga laboral excesiva y un estrés agobiante pero que bien remunerado y con un horario asequible para alguien con mis veinticinco años, me dejaba un amplio margen de maniobra para soltar las bridas a mis inquietudes y que estas me llevaran allí donde el viento de la curiosidad soplase. 
 
Me acabo de sentar en la silla donde antes me esperaba el café y me he dado cuenta que me he vuelto a poner el pijama. Definitivamente no saldre a la calle. Podría enriquecer mis horas, dispongo del tiempo que tanto he clamado por tener, pero no sé hacerlo. Es realmente curioso como tardan las energías vitales en hacer acto de presencia cuando se tiene todo el tiempo del mundo y como aparecen de súbito, tras oler el café mañanero cuando tienes cronometrado el tiempo de pestañear. ¿Será que mi educación, subproducto manufacturado de esta lógica capitalista-productivista, hace que mi comportamiento y ánimo se desvirtúe? Mi situación dista en mucho de la realidad que por las calles puebla las aceras y, cómo no en esta cultura tan rica, los bares. Esta navidad serán muchas las familias que celebraran el nuevo año brindando con agua extraída de alguna fuente cercana para ahorrar. Sin embargo y salvando las distancias, comienzo a entender aquello que se repite una y otra vez en las asambleas ciudadanas: los parados no se movilizan y son los que más razones tienen. 



Durante este mes y medio que no he trabajado mi ánimo y ganas de emprender acciones ha ido mermando progresivamente a la misma velocidad con la que mi cerebro ha dejado de distinguir un día de otro. Los días iguales, las mismas rutinas, las búsquedas en infojobs que no llevan a nada, los cursos de “reciclaje” donde se lucran los mas pillos y pagan los mas ansiados de emprender el viaje hacían un nuevo rumbo laboral en cuyo horizonte se ven los mismos nubarrones negros que ya han visto antes en horizontes propios. Termina por agotar. ¿Por qué no aprovechar para estudiar idiomas? ¿Para ir al gimnasio? ¿Para leer? Todos tienen soluciones pero la realidad es la misma… la agenda, gastada por el uso, ahora coge polvo. Y no es que uno no quiera, no es cuestión de conformismo, es que después de muchas decepciones tras atisbos de entrevistas de trabajo merman la capacidad de calentar motores y pisar el acelerador a fondo. Supongo también, que la desesperación de ver unos niños en casa que, sin saber aun que pasa en el paralelo mundo de los mayores, siguen demandando atenciones y cuidados que, aún no siendo caros, agrietan el ya de por si ajustado presupuesto.

Con los ecos de tantas voces sobre mi cuarto y sin ganas de hundir el ánimo de quien lea, decido arrastrarme hacia la cocina para hacer inventario y reponer una despensa que no entiende de desempleo. De pronto suena el teléfono. Son las once y media y es un número oculto el que me requiere al otro lado del pasillo. Con ansia corro a descolgar. Por fin en alguna de las muchas empresas se han acordado de mí. Será un trabajo corto, de periodo vacacional, suficiente para desempolvar habilidades en proceso de oxidación. Cuelgo el teléfono airado. No quiero cambiarme de compañía telefónica. He pagado mi desilusión con un teleoperador que necesitaba un cliente más para llenar el cupo de la semana, para no ser despedido, que no tiene la culpa de lo que al otro lado de la línea sucede. Que fácil hubiera sido hacerle la agria mañana algo más sencilla. Ojalá tenga suerte la próxima vez.

Termino el inventario pero no quiero salir a comprar. Aun me quedan macarrones que con agua y sal comienzan a ser parte habitual de una dieta que cada semana pierde enteros en complejidad. No por falta de economía sino por desanimo en la cocción. Que más da agradar un paladar que es el propio. Hasta la comida se ha vuelto perezosa, ya solo cumple la función nutritiva que, con todo, es la única esencial. Es horrible la sensación de hambre cuando el mayor esfuerzo que se hace es recorrer el largo pasillo para sentarme en el sofá y encender el televisor.

Una nueva llamada. Son las doce, el clásico horario comercial presagia algo bueno. No me quiero ilusionar puede ser cualquiera. Tantas posibilidades hay de que sea mi madre como recursos humanos de cualquier hospital o clínica aunque, ahora que lo pienso, en número son más las clínicas y hospitales que familiares que ahora mismo no trabajen. Es un amigo, también en paro.
-          Buenas ¿echamos una caña en la bar de abajo?
-          ¿Ahora?
-          Bueno o sino en un rato… ¿tienes algo mejor que hacer?
-          Es que… bueno…- De repente miro el taco de cincuenta curriculums que repartiré de nuevo a la mañana siguiente. Como cada semana.- No me apetece mucho la verdad. ¿Viene alguien más?
-          Eres el primero que llamo pero fijo que alguno más se acerca. Ya sabes cómo son… unas cañas, son unas cañas
-          Bueno… no me apetece nada la verdad. ¿Vas a hacer algo esta tarde?
-          Lo de siempre, pásate por la lonja y echamos unas plays
-          Bueno, ok. Hablamos sino por facebook luego. Adios.
           

             Cuelgo sin saber muy bien donde dejar el móvil. Los curriculums me miran con los ojos de un niño que quiere bañarse en la piscina nada mas comer. Imploran actividad. Los cojo como si quisiera calcular su peso, su tacto. Repaso sus líneas comprobando de nuevo si hay faltas de ortografía o erratas. Quizá deba salir ahora y comenzar a buscar nuevos sitios donde entregarlos. Quizá mejor mañana, nadie me va a llamar ya hoy.

martes, 22 de noviembre de 2011

Volver

 

Cuando una persona marcha lejos de su casa, de su hogar, de su gente lo normal es que la vuelta sea un hecho como mínimo ansiado, querido o ilusionante pero no siempre es así. Quizá esa sea la diferencia entre quien se marcha cual turista de mundo, de quien se marcha para interiorizar las experiencias que vive y trata de que lo vivido irrumpa en su interior para trasformar todo pensamiento establecido. No trato de erigirme como mejor de todos aquellos que me acompañaron durante estos meses y que al igual que yo, tuvieron que volver, solo digo que regresar no ha sido fácil para mí.

Escribir estas líneas ha sido un pequeño reto durante este tiempo. Bien podría haber tirado de textos almacenados para mantener vivo el blog pero lo cierto es que al releer estos poco tenían que ver conmigo. Es como si el ciclo no se hubiera completado del todo hasta mi regreso y el que escribía desde Finlandia poco tiene que ver con el que hoy recorre las calles de su barrio natal. Podría haber escrito cosas banales para mí, pero conseguir expresar las sensaciones de estos últimos tres meses era una deuda que tenía conmigo y con quien solía leer este blog. Es curioso como hasta hace nada la necesidad de escribir (esa que tengo desde que era adolescente) la había conseguido acallar, mas por miedo que por ganas, hasta llegar a un punto de insostenibilidad que me ha hecho vomitar aquí lo que tanto tiempo llevo guardando. Comenzaré por el principio.

Finlandia fue para mí como la tierra prometida. En realidad me hubiera dado igual que fuese este país o Suecia o Dinamarca o Australia, lo importante en cierta forma era conocer otra realidad alejada de esta cultura ibérica-cristiana-latina-vasca-llámese-como-se-quiera. Tenía claro hacia qué tipo de cultura huía. Una vez más oía, y esta vez en boca de todos mis conocidos, lo que llevan repitiendo mis padres desde que tengo memoria: volvía a nadar contracorriente. Y eso se palpaba en cualquier conversación. Pocos eran los que me animaban sin reparos, la mayoría me recordaban el frío que iba a pasar, lo carísimo que era todo y la poca fiesta que me iba a encontrar. Todos repetían cual loros programados que qué mejor fin de carrera que terminar mis prácticas en Italia o algún país ex satélite de la URSS donde los precios están tirados y el alcohol prácticamente lo regalan. No me voy a poner aquí en modo intelectual y nerd, me he pegado buenas fiestas en Finlandia, pero lo que he ganado como humano-ciudadano no lo hubiera logrado pasándome la mitad de mi estancia borracho dando tumbos de habitación en habitación con el concepto ebrio de la interculturalidad. Al final la sensación que se destila de las palabras de los que me rodeaban eran clichés establecidos tipo “como aquí no se vive en ningún sitio” “esa gente es muy fría, trabajan mucho pero no saben disfrutar de la vida, normal que se suiciden tanto” “te vas a deprimir sin ver el sol tanto tiempo, busca algún latino por ahí que sino poco te vas a animar”.

Cierto es que lo pasé mal las primeras dos semanas como sabréis los que seguisteis este blog desde su inicio, pero no menos cierto es que la sociedad y cultura que se presentaba ante mí era tan extraña como estimulante. No voy a negar cosas obvias: hacía frío, apenas veía el sol y de inicio no son muy dados al contacto humano. Poco después descubres que el frío es mucho menos limitante en la vida diaria de lo que parece. Descubres que la lluvia es mucho mas incomoda que las temperaturas bajo cero y que no es que no tuviesen contacto humano, es que lo entienden de forma distinta. Poco a poco fui aprendiendo a apreciar las bondades de una cultura tan diferente y a comprender que otros planteamientos de vida pueden no solo ser viables, sino más factibles. Con todo esto en la mente y cuando comenzaba a sentirme relativamente integrado en el panorama finés, cuando comenzaba a entenderles llegó el día de volver y con ese día la certidumbre. 

Si bien el panorama que planteaba frente a mí el movimiento 15M y volver a ver a mi gente hacía que la vuelta fuese cuanto menos estimulante, el miedo a revivir la sociedad de la Jenni Reshulikah hacía que solo saberme de nuevo en casa de mis padres fuese una desazón superlativa. Todo estaba igual. La gente, cual maniquíes en la trastienda de un comercia apenas había cambiado. Todo seguía igual, estático, permanente. La gente continuaba su misma rutina sin apenas modificaciones. Algún comercio más en liquidación, otros tantos que ya habían cerrado, las cifras del paro más altas que nunca y mis convecinos recluidos, al igual que antes, en sus bares de siempre.
-          Hombre ¿Qué tal?
-          Bueno como siempre, pocas cosas cambian. ¿Y tú qué tal? Cuanto tiempo sin saber de ti.
-          Es que he estado en Finlandia
-          ¿Qué dices? ¿Finlandia?.... ¿Mucho frío no?


Volvía una vez más al país de la Belén Esteban, del Barça y el Madrid, del paleta y el camareta. Sin embargo en convivencia perfecta, como las setas tras las semanas lluviosas, surgían elementos nuevos e imaginativos que alteraban el modus vivendi tradicional. Algo había nacido entre la gente que hacía que extraños se juntases y hablaran. Es como si la sociedad siguiese su perpetuo camino hacia la apatía más absoluta y nuevas gentes surgidas de a saber donde, de pronto y sin previo aviso conectaban conmigo de manera más profunda e íntima de lo que había hecho hasta entonces mucha otra gente. El 15M no había transformado al país como me esperaba, simplemente había hecho florecer frente a mí caras nuevas, mentes despiertas y discursos, que sonando a temas pensados y retrabajados en silencio, llegaban a mis oídos frescos y con olor a tostadas de domingo por la mañana. 

El día amanecía de nuevo, como por segunda ocasión en una misma mañana, pero esta vez no era el primero en despertarme. Esta vez compartía el desayuno en una terraza con desconocidos quienes, divertidos con la escena, disfrutaban tanto como yo del sol emergiendo entre los claros de nubes que nos difuminaban las montañas.


domingo, 3 de julio de 2011

Loppuun ... Mitä nyt? (El fin… ¿ Y ahora qué?)



                En esta vida todo, absolutamente todo, tiene un final. Nada es eterno, infinito ni dura para siempre. Mi experiencia aquí no iba ser menos. Sin embargo esta vez no he sido yo el que desgastando los zapatos del Erasmus ha llegado al final del camino… Finlandia se ha acabado sola, así misma. Agotada de tenernos y enseñarnos parece que se ha consumido en nuestras narices dándonos un final advenedizo y prematuro. Desde que se fueran las nieves y los vientos del sur trajeran temperaturas primaverales, a golpe de despedida de unos y turismo de otros, diluimos nuestro recién adquirido espíritu fines hasta un punto que era difícil saber si nos comportábamos como integrados o como acogidos. Por un lado los lugareños en plena campaña de exámenes se relacionaban menos y por otro, íbamos terminando nuestras obligaciones lectivas por lo que tampoco asistíamos a las clases o prácticas. Así que en eso de involucionar a un estado de Erasmus recién llegado, el país se nos consumió hasta tal punto que a dos semanas de irnos nada de nuestro entorno se parecía a lo anterior. Las gentes, las caras, las risas y hasta los olores eran diferentes. Las terrazas de las calles se llenaban y hasta se veía gente paseando, las cenas se alargaban y se apuraban unos días que de tanto consumirlos apenas dejaban espacio que la noche se dejara ver. Todo fue cambiando a pasitos cortos pero constantes. Tanto que para cuando despedimos a las catalanas, al mirar atrás y casi no reconocer nada, apenas nos entristeció despedir a la checa.

               Despedirla fue casi un trámite. Teníamos todos tan asumido que nos íbamos sin remedio, que nada nos retenía, que nadie se afligió. Nadie salvo ella. La pobre tuvo que aguantar a lágrima viva como uno tras otro, cual cura en un entierro, le repetíamos que no había que llorar por marcharse sino alegrarse por lo compartido. Como también en los entierros al cura, Sabine nos dedicó una penétrate mirada de qué coño me estas contando. Ni que decir tiene que ella fue una de las personas más importantes para mí aquí. Para lo bueno y para lo malo. Casi tantas veces me dieron ganas de estrangularla como de pedirle matrimonio pero de una cosa no cabe duda: era el alma de la fiesta. Desde que se aprendió cuatro frases básicas en castellano (que repetía cada vez que podía) se ganó a cada uno de nosotros. De esta forma bastaba oír en acento como eslavo un ¡A la puta calle! que todos, hasta los que no hablaban castellano, sabíamos que se iban fuera a fumar.

                Así pues, nos quedamos tres interminables días Iván y yo solos. Unos días que han servido para recordar y hacer balance de cómo llegué y de cómo me voy. Porque me marché de la piel de toro casi huyendo. Largándome de la sinrazón latina, de sus desmanes y desvaríos. De lo que acostumbramos a llamar país de pandereta. Dejaba así el país del paleta y camareta, del Madrid o el Barça, de la Esteban o la Campanario para sumergirme en un país al que consideraba de primer nivel en todo. No es que me fuera a descubrir las “maravillas de de otros mundos” más bien a alejarme del borreguismo, chabacanería, ni-nis, canis y jennys. Allí donde los niñikohs reshulones no ganan dinero a espuertas en platós de televisión conquistando a unas jennys xulikahs que su mayor mérito fue rozar la bulimia sin sufrirla y siliconarse los restos. Donde tampoco élites intelectuales como Ana Rosa o Jorge Javier son juez, jurado y verdugo de otros tantos infelices y cuyos subproductos colaboran en generar flujos de opinión tan influyentes que podría modificar la intención de voto del borrego populacho.

                Es por esto, y por otras muchas cosas, que estoy encantado de haber vivido aquí. En estos días de reflexión me he dado cuenta de la ingente cantidad de cosas que he aprendido de este país. He encontrado aquello que vine a buscar. Tampoco es que sea el paraíso pero ver que otra forma es posible consuela. Por supuesto no todo ha sido perfecto. Finlandia tiene cosas malas que ya os contaré pero esas cosas también me han servido para aprender algo muy valioso: nuestro país también tiene cosas geniales. Nos sorprendería saber los conceptos sobre sexualidad, religión o justicia social que tienen otros países. En ciertos aspectos se podría decir que al menos un sector importante de nosotros tenemos un pensamiento mucho más avanzado que los escandinavos y otros países. El problema de de todo es que se ha terminado demasiado pronto, el banquete ha terminado cuando apenas comenzaba a saborear los primeros platos y muchas cosas se han quedado sin ver, entender o aprender. Más bien yo diría que para cuando conseguí entenderles y, así, mimetizarme en su mundo llego el final.

                Así que ahora en pleno vuelo de regreso solo hay una pregunta que me revolotea la cabeza sin cesar ¿Y ahora qué? Mi futuro cercano lo tengo resuelto pues me han contratado en un hospital de mi ciudad pero ¿Seré capaz de readaptarme al borreguismo? ¿Me acostumbraré a estar rodeado de veintegenarios? Y no sólo eso. En cuanto al trabajo se me antoja difícil volver a participar en un sistema de salud donde el médico apenas habla con el paciente y con la enfermería su aporte más constructivo es ¿Hay café hecho? ¿Podré acostumbrarme a que nadie escuche a nadie? ¿A no reunirme semanalmente para plantearnos como mejorar el trabajo diario? No quiero parecer pesimista ni extremista pues, en realidad, una parte importante de mi está deseando volver para estar con mi gente, pero esa parte también es consciente que ese deseo es solo temporal y, tarde o temprano, cesará y divagará en busca de retos más estimulantes. ¿Podré acostumbrarme a apagar el cerebro? ¿Seré capaz esta vez de nadar a favor de corriente y comportarme y pensar como se supone que hace el resto de la manada?

                De pronto y cuando empezaba a dispersarme más y más, un innecesario, enorme y eufórico aplauso me devuelve a la realidad. Hemos aterrizado. Minuto y medio más tarde el señor que se sentaba a mi lado se levanta de un salto y a empujones se hace un hueco para coger su maleta del compartimento superior mientras a gritos, por el móvil, le dice a algún familiar que había ya estaba en el aeropuerto. Ahora sí que no me quedan dudas, he vuelto a la península.

sábado, 18 de junio de 2011

Sulkemalla Ovet (Cerrando puertas)






                     Es tremendamente curioso como unos gestos cambian de un contexto a otro. Como cosas simples, cotidianas, que has hecho sin pararte a pensar una y otra vez día tras día, a veces son más complicados, como si se tuviera que invertir un esfuerzo superior para realizarlas. Hoy he cerrado la puerta de mi piso por última vez y la puerta pareció que pesara el triple, como de haber estado viviendo en una cámara acorazada. Dentro se han quedado las risas, las noches, los momentos, los susurros, los fríos, las depresiones y el compartir de un inmenso aprender que ha sido Finlandia para mí. Dentro se han quedado las añoranzas e ilusiones de dos mundos diferentes y a la vez cercanos. Así, mi habitación se convirtió en un amplio cubículo cual compartimento estanco. Nada entra ni sale sin control previo. Era un punto intermedio donde digerir este mundo hostil y donde no terminar de olvidar el mundo del que venía. Un subuniverso en el que protegerme de la frialdad finesa a base de frialdad propia. Ahora me cuesta realmente entender porque lo hice así pero durante mucho tiempo habitación era muy parca en decoración. Nada propio. Paredes blancas y vacías en las que solo se veía algo de humanidad en un pingüino de peluche como amuleto y una minifigurita de Athletic que mi padre se empeño en que tuviera. Nada acogedor, lo suficiente para forzarme a salir a ese mundo blanco para hacerme un sitio, integrarme y no enquistarme en esas cuatro paredes. Hoy cuando he recogido mis cosas y he almacenado lo que no me llevaría la montonera era colosal. Un sofá, dos lámparas de noche, una alfombra, fotos impresas en folios, posters, una cortina… he terminado apreciando mi vida aquí.



             He tenido tiempo para hacer balance. Para recordar todo lo vivido e integrarlo, para no olvidarlo. Durante las casi cuatro o cinco horas que me ha costado limpiar todo el rastro de mi permanencia aquí todo eran recuerdos. Es acojonante como tu cerebro puede asociar tantos recuerdos a tan ingente mierda. Que si esta mancha es de la última fiesta, que si estos calcetines que creía perdidos se los tiré a no sé quien para hacer la gracia… etc. Y sin querer, dejándote llevar, evocas tantas y tantas veces que has limpiado después de una fiesta, de una cena o simplemente porque el hijo de la gran Hungría, como siempre, seguía haciéndose el Sueco. He repasado tantas confidencias con Sabine en el sofá, la silla de la verdad con Patri, los cafés con Olivia, las conversaciones de blondies con Thibault aprovechando que la manada subía al feudo catalán, la creación de cerveza con Iván… ¡Cuantos momentos!



                  El día empezó denso, amargo. Cuando desperté una lluvia lenta pero persistente regaba todo Pori. De éstas que al principio no molestan del todo pero que abotaga tu mente y minan tu cuerpo mientras caminaba hacia la universidad en busca de terminar con la burocracia académica. Al terminar nos tocaba despedir a la que ha sido una de las personas más importantes en mi estancia aquí: Patri. Se fue serena, impertérrita pese a la lluvia, pese a que la checa no paraba de llorar y pese a que, como Iván, era una de las que no tenía sensaciones contradictorias, no quería volver. En Madrid se la esperaba con alegría, familia y amigos la iban a dar la bienvenida de nuevo, tras ello un sinfín de celebraciones entre examen y examen… y vuelta a la rutina. El mayor de los temores de la mayoría y, a la vez, una losa demasiado grande para algunos como Patri quien, desde su prisma rebelde veía en el extranjero un idílico paraíso donde no pensar en injusticias políticas o, como decía ella, en nuestras mierdas. En Finlandia sus mierdas, las suyas propias, se basaban en agotar sus innumerables horas muertas en el zulo. El 414 de etappi pronto se convirtió en el zulo de todos y de nadie. Un mundo subversivo y paralelo donde el rey era Facebook y su subalterno el tabaco. Patri nunca cocinó en todo su Erasmus, nunca se hizo la cena pero tampoco se saltó su dieta. No fue una cuestión de tacañería, más bien fue una cuestión de parasitismo simpático y entrañable. Amiga de todos pero propiedad de ninguno, sin hacer demasiado ruido, a poquitos, sin dar más voces que su histérica risa se ganó el corazón de todos.



            Pocas horas después le llegó el turno a las catalanas. Arian y Olivia. Un dúo engranado perfectamente, equilibrado, sobrio y loco al mismo tiempo que fue durante todo este tiempo mi verdadero hogar. Olivia fue mi madre aquí. Poco importaba que fuese menor que yo o que me auto erigiera siempre como sensato consejero: era ella la que siempre, desde su serenidad inocente, me aconsejaba a mí. Una catalizadora perfecta de impulsos y pasiones que siempre ha tenido una sonrisa o palabra amable. Arian fue la revolución. Un torbellino imparable de alegría y desenfreno, una pasión de incontinencia verbal y gestual que se chocaba brutal y continuamente contra mí. Me encantaba. Podríamos habernos pasado horas argumentando y reargumentado para acabar repitiéndonos el uno al otro agotados de nosotros mismos. Juntas formaron el feudo catalán. El 212 de etappi fue un lugar donde acogerse, posada de muchos y segunda casa de otros. El lugar perfecto para una buena conversación, un café a media tarde o un excelente cena el resto de las veces. Un lugar donde estar, ver pasar las horas y darse cuenta allí uno estaba en casa.



                 Su marcha fue algo peor. La checa desconsolada ponía la banda sonora a lo que el resto pensábamos: ahora sí, esto ha llegado a su fin. El vacío de lo catalán era demasiado grande como para obviarlo, todos teníamos ya fijada nuestra hora. Finlandia se había acabado. Al día siguiente se iría la checa, no sin lágrimas una vez más, y yo me trasladaría a casa de Iván a pasar mis últimos días antes de coger el avión que me devolviera a casa.



                Como he dicho al principio me costó mucho cerrar la puerta a las once de la noche de un día tan emotivo. Aún sigo aquí mirando como un idiota al 116 de etappi sin saber muy bien si entreabrirla o dejarla cerrada para siempre. Miró la cerradura y me devuelve la mirada con una sonrisa coqueta de quien no se cree que nunca la vayas a mirar más. En derredor las antiguas habitaciones de tantos otros compañeros, las escalinatas de medio caracol, el lúgubre pasillo y la doble puerta que da hacia la calle. Son las once y media de la noche y el día aun produce sombra tras mis pasos. Con gesto firme y mirada melancólica encamino hacia ese sol que no termina de ceder y ponerse. La página ya ha tornado en el libro de mi vida aunque me resista a saltar de línea en línea en busca de textos pasados.

Perintö (Herencia)

          Los momentos finales de alguien durante el Erasmus son intensos. Un contraste de emociones y de pensamientos interrumpidos por la rutina del resto del grupo. Todo el mundo sigue teniendo que ir a clase, a prácticas, de fiesta… y todas estas rutinas se mantienen salvo para una cosa: las herencias. Quizá no puedas despedirte de alguien porque tienes clase o puede que te despidas la noche anterior porque saldrás de fiesta y te da una pereza terrible madrugar con la resaca pero siempre, absolutamente siempre, podrás hacer un stop en tu en tu vida para saquear la casa del prójimo.


           Recuerdo la primera vez que me convertí en uno de esos buitres. Se marchaba una de las escocesas, Megan. A penas había tenido relación con ella, sin embargo, mientras llorosa me repetía lo bien que se lo había pasado y todo lo que echaría de menos yo no paraba de preguntarle si podía coger esto o aquello. Y ella con los ojos en lagrimas, entre abrazos, me iba dando uno tras otro platos, vasos, cuchillos, una tetera (no bebo té), fuentes para el horno, algo de comida, algo de cerveza… etc. Era como un buffet libre, si nadie lo había reclamado primero ya tenía dueño: yo. Supongo que es ley de vida. Ella nunca más lo iba a utilizar y para que la compañía arrendadora se lo quedara ¿Qué mejor que dárselo a un compañero? Así que cual escuadrón de la muerte todos nos íbamos acercando a coger lo que nos era útil o simplemente lo que nos convenía. Todos mostrando nuestro pesar por su marcha (aunque en realidad que se fuese la escocesa a mi no me afectó lo más mínimo) en un juego en el que ella misma sabía que muchas veces era un simple formalismo educado y que ella tampoco nos iba a echar de menos a todos. Así era mucho más fácil saquearla y sobre todo para ella era más fácil marcharse.



         De esto modo al irse uno tras otro, en mi caso, pasé de tener un mobiliario escaso a parecer de verdad una casa. Cuando llegué sólo tenía un plato, un vaso, un tenedor, una cuchara y un cuchillo. Cuando me fui, no solo tenía una de las vajillas más completas de la residencia sino que tenía, además, dos bicis, dos colcones, una mesita de noche extra, tres lámparas de mesa, una alfombra y un sofá entre otras muchas cosas. Una de las herencias más curiosas que recibí (junto con la del sofá que me dio la vida) fue una llave que abría una taquilla en el sótano de la residencia (que no sabía ni que existiera) donde unos italianos que allí vivieron hace unos años legaron su herencia. Lo más curioso de todo lo que allí había era que tenían todo el material básico para la fabricación de cerveza: todo un regalo.  En cuanto vimos semejante regalo un compañero de Vitoria (Iván) y yo no pudimos evitar un pensamiento común, había que fabricar cerveza. Os contaré con más detalle cómo nos fue en próximos post pero os aseguro que solo el proceso de fabricación ya merece la pena.

           Por supuesto no todo es de color de rosa en el mundo gominola del Erasmus. Existe gente que no entiende del todo lo que significa comunidad y grupo. Gente que no estudia empresariales porque afición al conocimiento sino al dinero. No pondré nombres ni cara de estos indeseables porque tampoco es justo hacer carnaza de nadie así que me referiré a ella como V. Erónica. No lo voy a negar cuando se marchó esta mostoleña me alegré. Pero me alegré como nunca antes de perder alguien de vista. Era la reencarnación de la ruindad y la avaricia. Una persona que no sólo pretendía recibir dinero por lo “suyo” lo heredado, sino por los préstamos de algunos que se fueron antes de poder devolverles lo que cedieron. Alguien que para pedirle un colchón (que ella no usaba) por tener visitas debías soltar cinco o diez euros como “alquiler”. Capaz de pedir dinero por una aspiradora que todos usábamos o de, prácticamente, subastar una bici que alguno se olvidó en el garaje el semestre pasado. No voy a negar el asco que me producía, ni que deseo no volver a saber de ella en toda mi vida… no todo el mundo iba a ser estupendo, que le vamos a hacer. V.erónica te dedico este párrafo a sabiendas que no mereces los tres minutos que he invertido en redactarlo.

                Pero claro, llegado el último día, también me tocó ser saqueado. La verdad es que en mi caso no hubo una jauría ávida de llevárselo todo, más bien fue un momento chino. Hao, uno de los chinos que vivían en la residencia me pidió permiso para empezar a saquear y en menos de diez minutos se llevó todo lo que yo había sacado al pasillo y parte de lo que tenía en casa. Fue curioso estar al otro lado. Ver mi habitación involucionar a como estaba cuando llegué en diez minutos. Sin sofá sin decoración ni lámparas, los estantes de platos vacios, apenas cubiertos escurriendo en la fregadera… de nuevo yo y las cuatro enormes paredes blancas, la destartalada cama y el desvencijado colchón. Esta vez no hubo falsedad, Hao no era Erasmus, estudiaba en Finlandia y había saqueado muchas veces ya. Un simple muchas gracias que tengas buen viaje sirvió. Nada más que decir ni que aguantar, todo mucho más real. Mejor. Algo bueno tenía que tener irse el último te ahorras las plañideras, y los falsos pesares de gente que sabes que le importa una mierda lo que pase en tu vida a partir de ese momento. De alguna forma es como volver al inicio, al principio de mi estancia aquí. Yo, una habitación vacía, nadie conocido alrededor y unos días venideros un tanto inciertos.


domingo, 12 de junio de 2011

Hätääntynyt kuukautta (Un mes frenético)


                

                      Ha sido extraño volver. Después de casi veinte días danzando, a salto de mata, viendo esto y aquello de ciudad en ciudad, de gente en gente volver a mí casa en Finlandia ha sido como estar de visita en otra ciudad. Quizá por la falta de gente que ya no está, quizá por tener puesta la mirada permanentemente en twitter o facebook para enterarme de la ultima hora en sol o quizá porque en este último mes mi presente, mi pasado y mi futuro se han dado de hostias en mi cerebro dejándome una resaca llena de incertidumbres. Empezaré por el principio.

                Mayo llegó con la despedida de gran parte de mi grupo en Finlandia. La residencia vacía, el silencio en la sauna, el vacío garaje de bicis todo producía un punto nostálgico que nos recordaba una y otra vez que nuestra familia comenzaba a mermar irremediablemente, que esta nube de ensoñación tocaba acordes finales mientras nuestras mentes seguían pidiendo más y más. Les siguieron inesperados exámenes a los que me vi obligado a presentarme y un inmenso reguero de trabajos y exposiciones que mantenían la mente ocupada y el cuerpo impaciente por perderse, acostumbrado, en el torbellino semanal de fiesta y cervezas. Fue como volver de repente a la realidad. Volver a estudiar cosas que no me interesaban, atender a profesores que me aburrían y forzarme a prestar intención cuando mi mente divagaba. Fue sorprendente darle cuenta de que por primera vez no buscaba cosas nuevas. Había perdido ese espíritu emprendedor, había tirado la toalla. Me había resignado-conformado con no hacer mas practicas clínicas, con no tener clases interesantes o aprender sobre mi carrera aquí. Había transformado mi viaje desde el punto de vista sanitario por uno puramente social donde lo único interesante era conocer otras nacionalidades y de paso salir de fiesta. Me acababa de vencer la rigidez finesa y me había acomodado al otro lado del Erasmus way of life.

                Días después y cuando estaba a punto de coger un tren destino las republicas bálticas, un golpe de realidad: mi economía comenzaba a flaquear. No es que hubiera cometido grandes excesos, simplemente me había relajado. Me había dedicado el último mes sobre todo a despreocuparme de ello, integrado por fin en la sociedad finesa, comenzaba a vivir acorde con la vida de cualquier estudiante. Salía de fiesta y tomaba cafés con mis compañeros como en Bilbao pero, ahora, ya no me sorprendían los precios. Se ve que mi aletargado cerebro, espabilado por nuevas preocupaciones, comienza a funcionar como acostumbraba y a buscar nuevos retos. Gracias a una buena amiga del Erasmus y a mí renacida curiosidad por el mundo me busco nuevas posibilidades en mi futuro próximo: participar en proyectos humanitarios en África.

         Castillo de Trakai: Lituania


                Con todo esto en mente comienzo un viaje planeado muchas semanas atrás: recorrer las republicas bálticas en coche con mi padre y un amigo de la familia. El viaje fue mejor de lo que esperaba. Lo pasamos bien y nos dio tiempo a visitar las tres capitales y alguna parada interesante por el camino (ya os lo contaré en próximos post). Fue curioso ver a mi padre fuera de su hábitat natural, ver la problemática de no dominar un idioma y, sobre todo, ver como se desenvuelve alguien que apenas ha salido de la piel de toro. Quizá me pasara un poco pero me chocaba sobremanera esa fea costumbre de compararlo todo y juzgarlo como si lo de uno fuera mejor por defecto. Lo peor por supuesto, es que aunque en el momento no me di cuenta, lo más probable es que yo actuara igual al principio de mi estancia en Finlandia. Es curioso como uno aprende con el tiempo a ser más tolerante, a aceptar las cosas de los demás como buenas y quedarse solo con las mejores. Fue como mirarse al espejo de lo que hubiera sido mi comportamiento si, como muchos de mis compañeros, hubiese buscado trabajo nada más acabar la carrera en lugar de decidir moverme fuera.

                Al volver a Finlandia me esperaba un examen al que me tenía que presentar “voluntariamente” gracias a mi amada profesora finesa. Lo peor de todo es que la asignatura era anual y yo solo había asistido unas pocas semanas al final del curso. Por tanto mis planes pasaban por meterme la máxima información en el cerebro en el menor tiempo posible y tener suerte. Pero nada más conectar el ordenador me encontré con los movimientos del 15 M. He de reconocer que un compañero me advirtió antes de irme de viaje la convocatoria pero no creí que esta llegara a triunfar. Como tantas otras la supuse vacía, yerma, caduca y como siempre a deshora. Pero esta vez no. Esta vez el mensaje era claro directo y simple: hay que cambiar este sistema sin violencia, en democracia. Aun recuerdo las seis frenéticas horas que me pasé de blog en blog, de video en streaming, de Facebook, en Twitter (que no sabía cómo se usaba) toda esa actividad digital de pensamientos, ideas y esperanzas. Fue increíble me encandiló hasta tal punto que ya no estudié porque mi cerebro no daba a mas. Solo se debatía entre dejarlo todo e irme a Madrid a chillar como el que más o en quedarme aquí de mero espectador.

     Esta fue una de las primeras fotos que vi y me hizo comprender la magnitid del momento

                Al día siguiente y sin haber estudiado me desperté tarde. En una de mis innumerables crisis apagadespertadores me dedique a parar la alarma medio sonámbulo hasta que a veinte minutos del inicio del examen abrí un ojo sobresaltado. No me daba tiempo. A medio vestir y peinado al viento finlandés, me lancé bici por las calles de Pori para llegar exactamente minuto y medio tarde (dos según el reloj de mi profesora) y ganarme la mirada asesina de ésta. El examen no era sencillo. Elegías entre todos unos cuantos papeles las que serian tus dos preguntas de examen y en base a ellas debías establecer un tratamiento y unas posibles consecuencias clínicas. Para más inri esto no debías contárselo a la profesora sino a un paciente real que tenía antecedentes de sufrir esa dolencia durante años y que tenía, además, la bonita experiencia de ir de un profesional a otro sin demasiadas soluciones (hasta mi profesora supongo, pues eran pacientes suyos). Como la taquicardia fruto de hacerme el Indurain para llegar a tiempo, el cerco sudoroso de la axila y la respiración entrecortada no ayudaban, como invadido por el espíritu del mejor actor holliwoodiense decidí que puestos a suspender, mejor suspender a puerta gayola y con las gónadas encima de la mesa por lo que renuncié a consultar mis apuntes antes de decidir el tratamiento ante la mirada atónita de mi profesora. ¿Para qué? Si no me sabía ni los encabezados de cada tema. Así que sin vergüenza ni ligero sonrojo me solté un órdago a grande cuando solo tenía dos pitos por mano y me salió bien. También he de decir que tuve suerte pues las preguntas que me hicieron no eran complicadas, pero con la seguridad que conseguí trasmitir el paciente parecía convencido (la opinión del paciente contaba un 25% de la nota) y el resto… bueno limando de aquí y allá conseguí aprobar. Aun no se la nota definitiva, pero sé que aprobé. Lo mejor fue al despedirme cuando mi profesora a sabiendas de que le había colado un triple sobre la bocina me despidió diciéndome: eres un chico con mucha suerte, ya nos veremos. No le faltaba razón.

                Nada más terminar el examen cogí un tren que me llevaba a Rovaniemi, al círculo polar ártico. Volvía a aquellas lejanas tierras pero esta vez sin nieve en el suelo ni el frio de la otra vez. Básicamente debía participar en unas jornadas sobre ecología e industria turística sostenible en el parque nacional de Oulanka (ya os contaré). Allí conocí a dos versiones de una misma sonata. Por un lado un grupo de españoles veintegenarios que no sabían ni tenían opinión alguna sobre cualquier cosa que saliese de irse de fiesta, las saunas finesas o el poker que estaban jugando cuando llegué. Apenas estaban informados de los movimientos del 15M ni tan siquiera interesados por lo que no estaban ni a favor ni en contra solo… pasaban. El mundo no iba a cambiar pero era mejor vaguear viviendo de los dineros de papá y mamá hasta completar unas vacaciones llamadas Erasmus (no textualmente pero básicamente lo que uno de ellos me dijo). Tan sólo un chico que hacía las practicas de un modulo de jardinería mostro un tenue interés y un francés que si estaba al corriente de todo y que lo estaba siguiendo de cerca. Por otro lado el grupo de estudiantes que nos acompañaría desde entonces hasta el fin del Erasmus: las americanas. 

 Parke Oulanka: Laponia. Este rio fue en el que hicimos rafting

  
                Son un grupo de unas veinte americanas que participan en unas jornadas internacionales con los estudiantes de intercambio fineses. Son gente simpática y agradable pero… muy yankees.  Lo suyo no es un veintegenariado al uso, más bien es un conformismo agobiante. Un pensamiento estático y adormecido impropio de una generación con acceso a múltiples fuentes de información. Resumiendo su forma de pensar: no hay que preguntarse porque son las cosas, las cosas son así como han sido siempre, por tanto, no hay porque preguntarse nada. Como os podéis imaginar, entre mi incontinencia verbal y mi cerebro bullente de ideas “revolucionarias” de cambiar sistemas democráticos etc.… me gane la animadversión de la mitad de las pobres americanas. Ya os contaré más a fondo el tema estadounidense. El resto del fin de semana resulto bueno. Mucha naturaleza y actividades, rutas por parajes increíbles, rafting y mucha visita ecoturista. Lo mejor que hice un montón de fotos geniales, la verdad no hay que ser un experto para hacer buenas fotos allí, dispares donde dispares todo es precioso.

                Nada más volver ya tenía planes. Una buena amiga, que resulta ser mi primera novia, venía a verme. Era una visita de una semana y así de paso aprovechaba para visitar uno de mis destinos pendientes: Estocolmo (Ya os contaré en mas profundidad). El plan era el siguiente: bajarnos a Turku a pasar el día y visitarlo, coger el ferri nocturno rumbo Estocolmo y permanecer allí tres días. En la noche del tercer día cogimos otro ferri rumbo Helsinki, visitarlo durante el día y llegar a Pori a la noche para que a la mañana siguiente ella pudiera coger el avión de vuelta. Lo cierto es que fue una semana llena de sentimientos opuestos. Llevaba casi sin saber de ella en los últimos dos años si exceptuamos un breve periodo un año atrás donde pasamos una semana en Valencia (vino a verme). Desde que hace años superamos esa fase de remembers y recaídas que toda ex pareja tiene hemos sido muy amigos. Una amistad en mi opinión buena y de la que estaba orgulloso. Sin embargo, quizá por el tiempo, quizá por los derroteros de la vida o simplemente porque la gente evoluciona todo había cambiado. Ya no era la misma chica que yo conocía. Fue muy curioso ver cómo esa chica con la que tanto compartí y tanto me atrajo se había desvanecido por completo hasta ser una autentica desconocida con el mismo cuerpo. Empecé a darme cuenta que las cosas que me servían no hace mucho ya no eran suficientes, que yo mismo había cambiado expectativas y que, mientras el mundo caminaba en una dirección, yo seguía en un rumbo secante, el que me venía en gana.


     Estocolmo: Simplemente precioso


                Como siempre que todo humano entra en un conflicto de intereses o ideas la semana acabó como el rosario de la aurora. Una fuerte discusión por despedida y una incógnita por amistad que se resolverá con el tiempo. Tras ello, y casi sin apenas descansar, tocaba irse a tierras rusas. Como parte del curso internacional teníamos que visitar San Petersburgo donde aprenderíamos temas de gestión sanitaria rusas y las compararíamos con las de nuestros países de origen. Lo peor fue la burocracia. Dos viajes a Helsinki y uno a Turku para poder hacer el visado. Nos hicieron dar mil y una vueltas y, aun así, cuando por fin entregamos toda la documentación me hicieron firmar un papel en el que, si finalmente algo estaba incorrecto y no me reembolsarían los cincuenta y seis euros que costaba el visado.

                Por lo demás el viaje a Rusia fue genial (ya os contaré) si no fuera por el sesgo-lastre estadounidense que llegábamos con nosotros. Era como llevar una pesada mochila de treinta kilos ávida por sacar fotos-postal (sin mostrar mayor interés en lo fotografiado) y parar en las tiendas de souvenirs. Estuvimos allí tres días y casi uno entero viajando, pero mereció la pena. Fue una lástima no haber podido exprimir más el viaje pero dadas las circunstancias salió todo bien. A la vuelta del viaje me esperaba otra semana y media de curso internacional donde conocería mejor el mundo americano, pero esa es otra historia.

         Foto de americanas: Tipicas Matrioskhas en tipica tienda de regalos


                Básicamente este ha sido mi último mes. El mes en el que menos caso os he hecho porque realmente tampoco sabía que contar ni decir. Un mes en el que me replanteado muchas veces que hago aquí en Finlandia y sobre todo que haré al volver. Donde me dado cuenta que yo mismo he cambiado en muchas cosas y donde creo que el mundo que me espera a mi vuelta también ha cambiado. Empiezo a temer el retorno y, al rodearme de mi núcleo de siempre, notarlo todo diferente. Por otro lado, el surgimiento de protestas y sobre todo propuestas ciudadanas reabre un horizonte que daba por imposible y que por momentos se me hace más y más atractivo. En definitiva, me encuentro a la orilla de un rio del que nada conozco y del que no sé si seguir el curso o cruzarlo. Y de decidirme por una de ambas opciones tampoco sabría si sumergirme o tomar un rodeo. Prácticamente no sé nada, y lo peor me quedan diez días para volver.