viernes, 30 de diciembre de 2011

Putasemeak (Los hijosdeputa)




 A 10 minutos de entrar a trabajar me siento en la barra de un bar un jueves de diciembre a tomarme un café rápido para un día largo y pesado. Como en los últimos tiempos tendré que aguantar tonterías, esnobismos y superficialidades varias (ya os hablaré de mi nuevo trabajo) por lo que el contacto con un bar de verdad se agradece. Una mujer de mediana edad con una sonrisa de oreja a oreja me atiende. Se le nota inexperta en el manejo de la cafetera, busca los utensilios básicos denotando que no conoce bien su recién conseguido puesto de trabajo. Además, y como reafirmación de mis sospechas, el chaleco de su uniforme de trabajo que a las claras no está preparado para el talle femenino, tiene un zurcido básico en la parte baja de la espalda. Cojo el periódico para conectarme con el mundo real antes de sumergirme en la selva que es mí trabajo. Increíblemente las siete primeras páginas versan sobre el sorteo de navidad de la lotería. Sorprendentemente el café está muy bueno. ¿Quién se lo hubiera imaginado? Pago y, aunque no suelo hacerlo, dejo propina, se lo ha ganado.

Los titulares del día no paran de sorprenderme “¡Nos vamos a canarias!” y debajo un hombre con dos dientes en la encía superior y barba descuidada de unos tres días rodea con su brazo el cuello de su presumiblemente esposa, una mujer cuyo anacrónico y alborotado peinado compite en sobresalir con unos ojos llenos de ilusión. Ha tocado el gordo. Leyendo la noticia empiezo a odiar el periodismo. Es sutil, casi imperceptible pero el destilado de las líneas resuena un poco al “alabare” de la iglesia pero con el estado como protagonista. “Nus vamoh a laj Canaria, y dejpué noh miraremo un pijico” escucharé después de boca de los mismos protagonistas en las noticias. En la siguiente página un camionero, nuevo héroe nacional, repartió el número premiado a 400 kilómetros del lugar donde se vendía… una proeza en tiempos de crisis. En la siguiente columna destacan que el PP repartió la suerte entre sus afiliados, esos que diga lo que diga el líder tienen por amen su voto. Le  sigue una larga lista de fotos de cavas descorchados e infelices que taparán agujeros. Llego a la pagina ocho (el periódico tenía solo 18 páginas, era el 20 minutos) donde se anuncia por enésima vez la empresa que te ofrece todo lo que cualquier taller mecánico ofrece pero sin mecánicos: “tú mismo con tu gran sapiencia en mecánica puedes destrozar tu coche pero aumentar tu ego masculino hasta unos límites insospechados ahorrándote una pasta y poniendo en peligro al resto de ciudadanos que sin saberlo circulan contigo por las carreteras tranquilamente”. Con esto de la crisis y los recortes, merma del consumo y pánicos colectivos varios acabaremos operándonos a nosotros mismos para no pagar lo que será la nueva sanidad universal privada.




Pasando la página del infumable taller, que está por todos lados (como se notan los nuevos emprendedores: pasta sin dar servicio donde tú curras y él gana) y que, cómo no, tiene el anuncio con un corte periodístico intachable que simula a la perfección la estética de cualquier noticia real con la advertencia arriba en la esquina: publicidad. Llego a la información política, lógicamente mucho menos importante que cualquier otra. ¿Para qué vas a leer que un viejo conocido como de Guindos, que se ha forrado contribuyendo a la caída de Lerman Brothers y otros, dirige hoy la economía? ¿Para qué leer que Sáez de Santamaría, vicepresidenta del gobierno, la mujer con más poder en democracia de la historia, apenas tiene formación académica? ¿Para qué pensar que ha sido necesario esperar semanas tras las elecciones para conocer quienes dirigirán el gobierno y, sobretodo, que medidas pretenden tomar? ¿Para qué pensar que hostias votamos?

Se me hace tarde, voy a llegar dos minutos tarde (dos menos de sufrimiento). Me bebo el resto del café y encamino hacia el trabajo. Allí, mientras los clientes hablan de miles de euros como si de gominolas se tratara y unos y otros discuten sobre si los recortes se están sintiendo o no, coloco los vasos en el armario mientras veo como, en la televisión silenciada por la música atronadora y pedante, Cayo Lara y un famoso contertulio neoliberal discuten en un plató lo que podrían suponer los recortes. A su lado se encuentra un sindicalista venido a pseudopolitico-marioneta y dos periodistas más. Todo es un circo. De una u otra manera el verdadero pueblo, inmóvil, pacifico, acallado, sigue sin tener hueco mediático. De una u otra manera a gente como yo le es muy difícil mandar a tomar aire fresco a los que, como mis clientes, se rien de los derechos de los trabajadores en pos de unos dividendos que cada ejercicio son insuficientes para su expectativa de crecimiento.

Pasan las horas y corre el champan. Todos celebran sus borracheras navideñas a diez euros y medio la copita mientras alardean de sus vacaciones en Kenia viendo negros. Sin quererlo, y cuando resta menos de hora y media para cerrar me veo sumido en una conversación sobre economía. Un grupo de cinco necesita la opinión del trabajador medio sobre el impacto de los recortes y la responsabilidad de los políticos en la cesta de la compra. Como no me intimidan los encorbatados venidos a mas como ellos, comienzo a exponer uno tras otro lo que a mi juicio hace que el sistema capitalista no se sostenga por muchas medidas que tomen los políticos: ruptura del Gold Estándar, desregularización financiera, modelo económico no productivo y financiero… etc. En seguida llega el torbellino, las acusaciones de comunista, perroflauta, de que el quince eme es muy bonito pero no dejamos de ser unos niñatos aprendiendo lo que es economía… etc. La conversación sigue, bien hilada, argumentada, no dejándome intimidar y de cuando en cuando con la aprobación de uno de ellos hasta que llegamos al punto de inflexión. ¿Es que no todos somos iguales? No. Igualdad de oportunidades si, igualdad entre el que produce y el que no, NO. Claro yo me pregunto entonces para mí, pues no puedo llamar hijodeputa a un cliente de mi trabajo, si pensara lo mismo en caso de quedarse inválido en un accidente de coche o si tiene un hijo con retraso mental severo… o simplemente si pierde su empleo y no consigue otro debido a su edad. Porque luego son ellos, los hijosdeputa, los que piden del estado ayudas cuando sus negocios no funcionan para “sostener” la economía. 

 


Llegado este punto, y no teniendo nada más que hablar con ellos, le cobro y se van. Acabo de caer en algo en lo que no había reparado. Todo se mueve porque la gente compra. El mundo se basa en que alguien hace algo para que otro lo compre, así de simple. De repente una voz entrecortada y modulada por el alcohol me avasalla. Se dice indignado. Está harto de trabajar por un sueldo de mierda en una empresa que se dedica a calificar los paquetes financieros de otras empresas. Cobra 970 euros. Me pide un ron con cocacola de once euros y me suelta una serie de quejas y retahílas sobre porque los gobiernos no se dan cuenta de que deberían dejar de dar dinero a sanidad, educación y demás “tonterías” para aflojar la presión fiscal a las empresas y que así le paguen más. Dice tener un sueldo miserable. Por lo que me cuenta es hijo de un empresario que posee una cadena de perfumerías y cosméticos que acaba de vender a IF. Se ha forrado en la transacción. Sin embargo el no se siente afortunado ya que tiene que pedir dinero a su padre para comprarse el audi A4 coupé que conduce. Según el nada es sostenible. Todo lo que tiene el estado debe pasar a manos privadas para que él, cuando reciba su herencia, pueda invertir en sanidad o educación y así tener un puesto digno y no ese trabajo basura que tiene.  

Apenas me atrevo a contestarle porque con todas mis ganas le daría un botellazo en los dientes. Tiene un año más que yo, según cuenta vive en un piso pequeño en la calle autonomía del casi centro de Bilbao, conduce un A4 que aparca en un garaje que tiene alquilado y trabaja para una empresa de calificación en la que uno de los socios tiene tratos comerciales con su tío. ¿Qué nos diferencia? Demasiadas cosas. Pero es el más indignado del mundo. Se siente bien porque envía donaciones a ONG y da calderilla a los pobres cuando los ve pedir en las calles. Lo hace por pena según él, por una especie de “deber” que todo el mundo tiene con la sociedad. Para él eso es suficiente, la limosna es fundamental para que la gente salga adelante hasta que encuentre sus oportunidades. Por suerte para mí llega la hora del cierre, es el momento de que se vaya con su tremenda borrachera a otro bar a dar la murga a otro pobre camarero que tendrá que aguantar sus sandeces evitando partirle la cara.

Hora del cierre. Como es habitual últimamente cierro una hora más tarde de lo estipulado en el contrato porque el bar está lleno y mi jefe necesita hacer caja. Incremento de dinero del que no veré un céntimo pues ya he renunciado a cobrar esa hora extra… ya os explicaré próximamente. Mientras barro y limpio mi barra hago un pequeño resumen mental del día. A estas horas y analizando un poco lo que leí horas antes en aquel bar se me antoja la lotería a poco menos que una inocentada. Es como cuando a aquella iluminada se le ocurrió dar bollos y pasteles a un vulgo hambriento. Lo peor es que además los medios de información corean al unisonó esas pequeñas alegrías enlatadas que cincelan una sonrisa en los espectadores. Recuerdo ahora como muchas veces he escuchado eso de que en las noticias solo dan malas noticias. Y como cuando hay una buena, aunque sea ajena, alegra a todos. Seguramente nadie se ha planteado porque un sistema de salud garantista no previno el problema dentario de aquel hombre o porque un gobierno que gobierna por y para nosotros permite que esa gente tenga que pagar unos agujeros que sin la lotería no hubieran podido pagar. Nadie se pregunta al ver la noticia cómo es posible que los agraciados señalen el premio como un balón de oxígeno  tras dos años de paro. Nadie se preguntará hoy que pasa con todos aquellos que compraron una participación con la esperanza de que este año fueran ellos quienes aparezcan en las noticias. Quienes necesitan realmente ese balón de oxígeno para vivir. Nadie se pregunta hoy si es justo que en las fotos de los peperos agraciados aparezca gente que alguna vez ha sabido lo que es apretarse el cinturón. Hoy en definitiva, nadie se pregunta porque tenemos un ministro de economía que fue el presidente de Lerman Brothers España cuando se colpasó el sistema financiero con la caída de esta empresa.




Tras recoger y limpiar, cansado, hastiado de tanta superficialidad maquillada de intelectualidad prefabricada, me voy con mis compañeros a tomarnos una cerveza a un bar cercano. A tomarnos un soplo de aire y calma después de la jornada. Allí entre risas y tonterías propias del cansancio y la avanzada noche que nos contempla conozco a otra superindignada. Otra hija de alguno de los hijosdeputa que pueblan la zona esta noche. Resumiendo su historia, su padre había cerrado la empresa y con ella los contactos e influencias que tenía. Sin el puesto asegurado se había tenido que poner a estudiar. Su indignación se basa en preceptos simples y lógicos: quiere un puesto en alguna empresa con un contrato de lo que ha estudiado. Es lo que tiene haber estudiado un curso de administrativo en el INEM. Sin más títulos que la ESO, sin más valores que una presencia agradable, ropa bastante cara en apariencia y probablemente unas prótesis mamarias, se ha ganado a pulso un puesto de trabajo. Pero no contenta con eso cierra su discurso con una frase que pasará seguramente a la historia: “Antes en el Telepizza contrataban a los cortitos, a los que les faltaba un hervor. Ahora con la crisis hasta los normales tenemos que trabajar en esos sitios” “Es que ya no es solo el Telepizza, es que hace un mes me llamaron de una peluquería, para coger llamadas y barrer pelos que vaya su puta madre, para eso prefiero cobrar los 900 euros del paro y lo que me pasa mi padre”

 Poco más puedo aguantar ya. Creo que he copado mi límite de hijosdeputa diario. De camino paro a comer un sándwich en una tienda que regentan dos sudamericanos y que hacen el agosto vendiendo desayunos a los borrachos que entre comentarios xenófobos mendigan por algo para llenar su estómago. Ya en el metro y con el sabor de la mayonesa en la lengua leo que el ADN publica hoy su último número. Baja la persiana. Nunca me he alegrado de que un medio de comunicación cierre, sea del color que sea. Ya no es rentable. Día a día se van cerrando empresas. Hoy le toca a un periódico gratuito que por lo visto no encuentra anunciantes que sostengan las noticias diarias. Repasando lo ocurrido el día anterior miro en derredor, nadie está leyendo la carta del director que puebla toda la primera página. A nadie le interesa que cierren este periódico que ahora les está entreteniendo e informando camino de su trabajo. En el interior una noticia que ya ni me sorprende: En Corea creen que la ola de frio que sufren es consecuencia directa del malestar de la naturaleza por la muerte del dictador Kim Jong-il. Un hijodeputa menos en el mundo. Acompaña a la noticia las fotos de miles de coreanos llorando. Miro de nuevo alrededor, la señora que esta mi derecha lee el horóscopo, enfrente un señor encorbatado ojea los deportes. A su lado una joven de mi edad está leyendo la revista Quore. Al parecer no solo en Corea existe gente absorta por las informaciones que el sistema les proporciona.


sábado, 10 de diciembre de 2011

Kemen (Ánimo)



En vaso largo, de sidra, el café con abundante leche se agota frío y reposado. Es el segundo ya de otra mañana como será la de mañana y como fue la de ayer. No son ni las once pero el sol aún no me ha descubierto despeinado y con las legañas puestas a través de una ventana que da al patio interior. Esta mañana no se me ha acelerado el pulso al ritmo del estridente despertador mañanero. Tampoco me he tropezado, descalzo, con la esquina traicionera del pasillo en búsqueda del baño donde aliviarme tras el poco reparador sueño de entre semana. Así pues tras desperezarme largamente y obligarme un día más a rastrear la red sabiendo que no voy a encontrar nada me encuentro delante de estas líneas viendo como se están escribiendo solas. Como un grito ahogado que no sale de mis dedos sino que penetra directamente en el papel digital de un portátil al que la batería ya no le funciona encamino la ducha, al fin y al cabo sigo necesitando unos mínimos, y dejo que el ordenador continúe escribiendo sensaciones y pensamientos que no salen de mí sino que, rebotados de cinco millones de mentes, rebotan entre estas esquinas que me ven arrastrarme cada día.

    Son muchos los que como yo esta mañana nada tienen que hacer. Vivir. Quizá ese sea el problema. Algunos decidimos que nuestro trabajo formaba una parte fundamental de nuestros ocios. Así hoy, de vez en cuando, disfruto como disfrutaran en su época gentes de alto grado intelectual en exposiciones de arte y snob variado, de conversaciones interminables sobre nuevos conceptos del dolor, ética sanitaria o ideaciones propias de una mejor gestión sanitaria cuando, en torno a un café con leche y hielo, frikis como yo se dejan pasar las horas. Vivir fuera del trabajo. Quizá algunos tampoco sabemos lo que eso significa. Cuando pasadas las horas laborales aun pagamos por ir a cursos que no serán reconocidos o exprimimos la semana para escuchar la sabia visión de algún pobre diablo a punto de retirarse con la sensación de que poco más ha podido hacer para mejorar el mundo. Separar ocio y trabajo. Quizá también por eso la gente, los amigos, nos miran raro y de reojo cuando regalamos nuestro tiempo para realizar algo que en otras lides sería remunerado. Trabajar. Desde luego ese es el problema. Ver pasar las horas muertas por las manecillas de un reloj de pared sonrojado de tanto ser observado. La agenda antes copiosa y abultada, llena de marcas y tachones, de escritos al margen para cuadrar un horario pleno y empachado, ahora mira como una pareja de mediana edad mira al otro lado de la cama, esperando una pasión que ya no recorre por la piel al tacto.

Ya de nuevo en la habitación, secándome, voy leyendo lo que el ordenador ha escrito y caigo en la cuenta de que no soy quien para quejarme. En el fondo mi posición habría sido un privilegio desmesurado en una sociedad loca que nunca ha premiado el esfuerzo sino la gracia de unos pobres diablos que. sabidos de una realidad aplastante, alimentan cada día una rueda que no cesa. No es que fuese yo una de esas personas orgullosas de no nutrir la maquinaria que nos está devorando y que hoy miran desesperanzados cómo, por mucho que gritan, siguen sin ser escuchados. Simplemente siempre me he conformado con una vida simple en cosas pero rica en conceptos. Labore si, pensare sobre todo. Sin gastar demasiado conseguía un rendimiento personal mucho mayor. Lógicamente mi trabajo en el hospital ayudaba. Con una carga laboral excesiva y un estrés agobiante pero que bien remunerado y con un horario asequible para alguien con mis veinticinco años, me dejaba un amplio margen de maniobra para soltar las bridas a mis inquietudes y que estas me llevaran allí donde el viento de la curiosidad soplase. 
 
Me acabo de sentar en la silla donde antes me esperaba el café y me he dado cuenta que me he vuelto a poner el pijama. Definitivamente no saldre a la calle. Podría enriquecer mis horas, dispongo del tiempo que tanto he clamado por tener, pero no sé hacerlo. Es realmente curioso como tardan las energías vitales en hacer acto de presencia cuando se tiene todo el tiempo del mundo y como aparecen de súbito, tras oler el café mañanero cuando tienes cronometrado el tiempo de pestañear. ¿Será que mi educación, subproducto manufacturado de esta lógica capitalista-productivista, hace que mi comportamiento y ánimo se desvirtúe? Mi situación dista en mucho de la realidad que por las calles puebla las aceras y, cómo no en esta cultura tan rica, los bares. Esta navidad serán muchas las familias que celebraran el nuevo año brindando con agua extraída de alguna fuente cercana para ahorrar. Sin embargo y salvando las distancias, comienzo a entender aquello que se repite una y otra vez en las asambleas ciudadanas: los parados no se movilizan y son los que más razones tienen. 



Durante este mes y medio que no he trabajado mi ánimo y ganas de emprender acciones ha ido mermando progresivamente a la misma velocidad con la que mi cerebro ha dejado de distinguir un día de otro. Los días iguales, las mismas rutinas, las búsquedas en infojobs que no llevan a nada, los cursos de “reciclaje” donde se lucran los mas pillos y pagan los mas ansiados de emprender el viaje hacían un nuevo rumbo laboral en cuyo horizonte se ven los mismos nubarrones negros que ya han visto antes en horizontes propios. Termina por agotar. ¿Por qué no aprovechar para estudiar idiomas? ¿Para ir al gimnasio? ¿Para leer? Todos tienen soluciones pero la realidad es la misma… la agenda, gastada por el uso, ahora coge polvo. Y no es que uno no quiera, no es cuestión de conformismo, es que después de muchas decepciones tras atisbos de entrevistas de trabajo merman la capacidad de calentar motores y pisar el acelerador a fondo. Supongo también, que la desesperación de ver unos niños en casa que, sin saber aun que pasa en el paralelo mundo de los mayores, siguen demandando atenciones y cuidados que, aún no siendo caros, agrietan el ya de por si ajustado presupuesto.

Con los ecos de tantas voces sobre mi cuarto y sin ganas de hundir el ánimo de quien lea, decido arrastrarme hacia la cocina para hacer inventario y reponer una despensa que no entiende de desempleo. De pronto suena el teléfono. Son las once y media y es un número oculto el que me requiere al otro lado del pasillo. Con ansia corro a descolgar. Por fin en alguna de las muchas empresas se han acordado de mí. Será un trabajo corto, de periodo vacacional, suficiente para desempolvar habilidades en proceso de oxidación. Cuelgo el teléfono airado. No quiero cambiarme de compañía telefónica. He pagado mi desilusión con un teleoperador que necesitaba un cliente más para llenar el cupo de la semana, para no ser despedido, que no tiene la culpa de lo que al otro lado de la línea sucede. Que fácil hubiera sido hacerle la agria mañana algo más sencilla. Ojalá tenga suerte la próxima vez.

Termino el inventario pero no quiero salir a comprar. Aun me quedan macarrones que con agua y sal comienzan a ser parte habitual de una dieta que cada semana pierde enteros en complejidad. No por falta de economía sino por desanimo en la cocción. Que más da agradar un paladar que es el propio. Hasta la comida se ha vuelto perezosa, ya solo cumple la función nutritiva que, con todo, es la única esencial. Es horrible la sensación de hambre cuando el mayor esfuerzo que se hace es recorrer el largo pasillo para sentarme en el sofá y encender el televisor.

Una nueva llamada. Son las doce, el clásico horario comercial presagia algo bueno. No me quiero ilusionar puede ser cualquiera. Tantas posibilidades hay de que sea mi madre como recursos humanos de cualquier hospital o clínica aunque, ahora que lo pienso, en número son más las clínicas y hospitales que familiares que ahora mismo no trabajen. Es un amigo, también en paro.
-          Buenas ¿echamos una caña en la bar de abajo?
-          ¿Ahora?
-          Bueno o sino en un rato… ¿tienes algo mejor que hacer?
-          Es que… bueno…- De repente miro el taco de cincuenta curriculums que repartiré de nuevo a la mañana siguiente. Como cada semana.- No me apetece mucho la verdad. ¿Viene alguien más?
-          Eres el primero que llamo pero fijo que alguno más se acerca. Ya sabes cómo son… unas cañas, son unas cañas
-          Bueno… no me apetece nada la verdad. ¿Vas a hacer algo esta tarde?
-          Lo de siempre, pásate por la lonja y echamos unas plays
-          Bueno, ok. Hablamos sino por facebook luego. Adios.
           

             Cuelgo sin saber muy bien donde dejar el móvil. Los curriculums me miran con los ojos de un niño que quiere bañarse en la piscina nada mas comer. Imploran actividad. Los cojo como si quisiera calcular su peso, su tacto. Repaso sus líneas comprobando de nuevo si hay faltas de ortografía o erratas. Quizá deba salir ahora y comenzar a buscar nuevos sitios donde entregarlos. Quizá mejor mañana, nadie me va a llamar ya hoy.