SOMOS MUCHXS QUIENES NOS DAMOS CUENTA QUE
DETRÁS DE LAS ÚLTIMAS MEDIDAS TOMADAS EN OSAKIDETZA SE OCULTAN LOS CIMIENTOS
DEL DESMANTELAMIENTO DE LA SANIDAD PÚBLICA, EL DERECHO A LA SALUD UNIVERSAL Y
LA PRIVATIZACIÓN DE ESTE DERECHO FUNDAMENTAL PARA ENRIQUECIMIENTO DE LAS
GRANDES FORTUNAS.
A veces no es que sea dificil despertar de un largo sueño, es que evadirse de la realidad es algo necesario para poder construirla de nuevo y que, de ese modo, merezca mucho mas la pena el placer de construir un mundo mejor para todos
lunes, 22 de julio de 2013
domingo, 21 de julio de 2013
De clases trabajadoras y risas de clases medias
Siete de la mañana. Una hilera de
coches con las luces de emergencia nos abre paso en la autopista. Olor a goma
quemada en el asfalto, a cristales rotos y a sangre mezclada con humo. Marcas
de neumáticos entrecruzados en el suelo y un turismo pequeño, barato y algo
viejo estampado contra un quitamiedos. Unos
metros más allá una furgoneta pequeña, parecida a la de mi compañero de piso,
parecida a la de cualquier electricista.
Aparece
de pronto un hombre con reflectantes que nos señala donde parar. Las luces de
la policía se me clavan en las pupilas cuando me bajo. Mientras cojo el
desfibrilador y el equipo el ertzaintza me informa. Dos conductores, uno ileso,
otro aún en el coche. Oigo sus gritos de dolor. Buena señal me digo. Mientras
mi compañero baja el resto del instrumental me acerco al turismo. A la derecha,
guiado, casi transportado por un policía, un hombre de mediana edad con mono de
trabajo es conducido al arcén. A mi izquierda, una mujer joven, de unos
treinta, dentro del coche me mira con la cara descompuesta.
La
mujer se encuentra bien, pero está muy nerviosa. Cuesta comunicarse con ella. Se
mira el hueso blanco y brillante que sale de la piel de su brazo y chilla, aún más
que antes. La inmovilizamos para sacarle del coche con cuidado. No es una
hemorragia grande y se controla bien. No aparenta mas lesiones y tiene
sensibilidad en todo el cuerpo. Buena señal me digo.
Han
llegado otros compañeros en otra ambulancia, no me había percatado. Me
preguntan qué tal y si necesito ayuda mientras la mujer nos mira incrédula de
nuestra conversación, es la protagonista y no nos dirigimos a ella directamente.
Ya en la ambulancia le ponemos analgesia y un tranquilizante. No había más
personas en el vehículo, iba a trabajar. Se llama Eneritz y es limpiadora. Sigue
nerviosa, le duele el cuello. Me pregunta por su brazo roto, me dice que tiene
que llamar a su novio y a su madre. Dos segundos después me dice que no puede
cogerse la baja, que no está asegurada. Llora, aún más.
Aparece
un policía muy joven, más que yo. Me dice que tiene que hacerle la prueba de tóxicos.
Tiene las manos muy grandes y callosas, no creo que sean de trabajar, serán de
algún gimnasio. Lleva las mangas recogidas y los bíceps bien marcados, no lleva
guantes. ¿Para qué? pensará. Le contesto que no es el momento pero no me
entiende. Cierro la ambulancia en sus narices. Eneritz necesita intimidad
mientras habla con su familia. Mi compañero, que está dentro, le ayuda. Le
aseguro al policía que le harán la prueba de tóxicos en sangre para quitármelo de
encima y voy a interesarme por el otro accidentado y el equipo compañero de la otra
ambulancia.
El
hombre está sentado en el arcén, con la mirada perdida en la inmensidad. Está
bien. Todo el golpe se lo ha llevado una furgoneta destrozada por completo. Me
mira con ojos de súplica. Tiene las facciones muy marcadas, con ojeras. ¿Se
habrá dormido al volante? La situación le supera, se le nota. Rápidamente me
pregunta si la chica está bien, si está viva, si se recuperará. Se alivia solo
medio instante para después sumirse de nuevo en el vacío. Seguramente se esté
haciendo demasiadas preguntas. También iba trabajar, necesita un teléfono para
llamar.
Vuelvo
hacia mi ambulancia al encuentro de mi compañero y de dos agentes que nos
preguntan por la evacuación. Nos vamos al hospital. Antes, a modo de despedida,
el agente novel, aquel chico de gimnasio, hace un comentario jocoso.
—Me ha preguntado dos veces si tenía que pagar algo por la asistencia.— Todos ríen.
—Haberle dicho que sí—espeta mi compañero entre risas.
—No me hace ni puta gracia.—digo—Nos vamos.— Todos callan. Medio sorprendido unos, medio avergonzado otros.
Trasladamos al hospital. Eneritz
ha dejado de llorar y se encuentra más calmada. La hemorragia ha cesado y aún
le duele bastante. No quiere mirar el vendaje. Nos despedimos de ella deseándole
suerte y que se mejore. Es casi protocolario. Ya no significa nada para mí
aunque esta vez puede que sea diferente. Volvemos a la ambulancia para regresar
a la base.
—En este trabajo hay que tomarse
la vida con mas humor—rompe el silencio de pronto mi compañero. Es el conductor
de la ambulancia, uno de los que mejor me caen. Nos conocemos bastante, no es
la primera vez que trabajamos juntos. Sin embargo, sí es la primera vez que soy
tan cortante con él. Sé que es buena gente, seguramente este muy sorprendido.
—Imagina por un momento que te
retirasen el carnet de conducir. Ponte en la situación.
Vuelve el silencio. Enciende la
radio para poner la primera emisora que encuentra. Una música banal y casi
fiestera nos envuelve. Regresamos a la base, a nuestro trabajo. Desayunamos con
el oído puesto en la emisora. Puede que, aunque a veces algunos no lo vean, algún
trabajador como nosotros, en algún lugar necesite nuestro auxilio.
Emergencias es nuestro trabajo y
también el derecho de cualquier persona. Quizá más derecho aún de quien además de
trabajador se siente de la clase trabajadora, pues nos valora en nuestra justa
medida. Puede que nosotros a ellos no, no lo sé. Termino estas líneas preguntándomelo.
jueves, 18 de julio de 2013
Harto de tanto hipster subnormal
Hay muchas
cosas difíciles de aguantar en este mundo globalizado capitalista, pero pocas
como los hipster (palabra de mierda que odio por cierto). Son ese tipo
de personas que se tragan toda la “cultura” industrial sin criterio alguno y
objetivan sus baremos de calidad en función de los parámetros básicos
comerciales. Todo esto tiene mucho que ver con la invasión cultural que venimos
sufriendo desde hace años, pero fundamentalmente tiene que ver con la
comercialización del arte y, sobre todo, de la música. Me explicaré mejor en
adelante.
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