martes, 22 de mayo de 2012

Añorando el Cara al Sol




                Con los tiempos que corren uno empieza a añorar tiempos pasados a lo Jorge Manrique. Tal es así, que en ocasiones uno comienza a echar en falta épocas en las que ni siquiera ha vivido. No estoy seguro de las reacciones que provocarían estas palabras en nuestros abuelos que lucharon por el mundo que tenemos. En nuestras abuelas que decidieron ser libres y decir no a la supeditación femenina, que optaron por educar a los niños en libertad y no venderlos a una maquina-estado. Lo cierto es que, después de que miles de personas murieran para lograr unos tímidos derechos que hoy creemos tener, la realidad es abrumadora. 

                Ya no es solo el desengaño de quien creía en la carta de los derechos humanos o la depresión de quién ve que la libertad que le vendieron al crecer no existe, es un espejismo. El problema viene cuando siendo consciente de esta realidad, miras a tu alrededor y el resto de personas que cohabitan tu entorno adora, cual santo grial, esas sombras proyectadas en la caverna mientras besa reiteradamente las cadenas que le condenan. Algunos lo llamaron opio, otros moral de esclavo, otros alienación… yo no sé cómo llamarlo. Realmente lo único que sé es que de tener que elegir preferiría seguir cantando el Cara al Sol en los colegios porque de este modo sabría poner nombre y cara sobre quien depositar mis iras, identificar claramente al enemigo pero, sobre todas las cosas, poder hacérselo ver al resto con facilidad.

                Hoy no cantamos el cara al sol, cantamos el “Oh dios mercado te alabamos”. Vamos entonando progresivamente y a golpe “de reformas necesarias para la economía” discursos que fueron precursores de tiempos de barbarie hace menos de un siglo. A día de hoy ya no nos planteamos que queremos para este mundo, de hecho, a día de hoy ya no reflexionamos nada trascendental en absoluto. Será por la televisión o por el fútbol, por el consumismo o por el estrés socio-laboral, será por lo que sea, parecemos cada vez más seres lobotomizados, cuando menos infantilizados, con un páter omnipresente e invisible que nos guía sin rumbo a un camino sin retorno. Hoy ya no saludamos con el brazo altivo al frente y la mirada desafiante al pasar frente a la figura del líder, sin embargo, según pasa el tiempo, mas y mas gente invoca con su voto unos y con su pasividad otros, a quien sin bigote ni grandes aspavientos subyuga desde Alemania a media Europa.

                Ya no es tiempo de grandes cantos a la unión de las personas. No resuenan por las calles himnos internacionales que enaltecían el orgullo de los débiles. No se oyen tampoco aquellos que tratando de acallar los primeros prendían deseos de silenciar pensamientos con las armas. Ya no se oye nada, es imposible. Si acaso un murmullo atronador de música que abotaga pero no dice nada. El mar de conversaciones vacuas, de pasos acelerados hacia la cola del paro y de mentes que ya no gritan, ya no escuchan, solo callan. Entretenidos con los I-Phones los I-Pods y los I-Pads, embriagados con el Easy Jet el Ryanair y el Low Cost se nos ha olvidado el freedom, el democracy y el equality. Todo ello fruto sin duda de mezclar educación precaria con crédito fácil y altas horas de tontovisión. Ya los adolescentes no se rebelan, se ni-nizan. Se convierten en zombies que no contentos con la realidad calman sus ansias de cambio con ropa y videojuegos y sus apetitos libertarios con libertinaje y alcohol. Ya los padres no son carcas, sino cabrones que no me compran la Play Station nueva. Ni siquiera los abuelos cuentan batallas, son esa masa agotadora y arrugada que se queja porque los nietos les “roban” el jubileo (que no jubilación) de gastarse los dineros, otrora ahorrados, en viajes y cruceros  destinados a la “tercera edad”.
                 
                Hoy no cantamos el Cara al sol, pero a veces imagino que sí. De este modo sería más fácil unir a tanto tonto como hay suelto por las calles y decirle: “Mira esta foto ¿ves? Este es el hijo de puta”. De esto modo todo el mundo tendría claro quiénes son los que están arriba y los que están abajo. Entenderían que el dueño de la multinacional coge el mismo coche que ellos para trabajar pero que no se ha endeudado de por vida para ello y tiene cuatro más aguardando en el garaje de su casa. Entenderían que recorrerse el globo para después enseñar las fotos a todo ser viviente presumiendo de estatus social es mísero si para ello hipoteca los 350 días del año. Entenderían pues, que no son clase media, ni nunca lo fueron. Que solo hay dos estatus: los que tienen y los que no. Hay también algún que otro mayordomo a modo de político, perros guardianes vestidos de policía y multitud de esclavos que con cara de memos se sienten libres y autónomos.


                Nos hemos vuelto gilipollas en no demasiado tiempo y lo peor es que no parece que tengamos demasiada solución: Como no suenan timbales será que las tropas no se acercan, por tanto, esos que saltan por los aires ahí en frente deben estar de performance.