Con los tiempos que corren uno
empieza a añorar tiempos pasados a lo Jorge Manrique. Tal es así, que en
ocasiones uno comienza a echar en falta épocas en las que ni siquiera ha
vivido. No estoy seguro de las reacciones que provocarían estas palabras en
nuestros abuelos que lucharon por el mundo que tenemos. En nuestras abuelas que
decidieron ser libres y decir no a la supeditación femenina, que optaron por
educar a los niños en libertad y no venderlos a una maquina-estado. Lo cierto
es que, después de que miles de personas murieran para lograr unos tímidos
derechos que hoy creemos tener, la realidad es abrumadora.
Ya
no es solo el desengaño de quien creía en la carta de los derechos humanos o la
depresión de quién ve que la libertad que le vendieron al crecer no existe, es
un espejismo. El problema viene cuando siendo consciente de esta realidad,
miras a tu alrededor y el resto de personas que cohabitan tu entorno adora,
cual santo grial, esas sombras proyectadas en la caverna mientras besa
reiteradamente las cadenas que le condenan. Algunos lo llamaron opio, otros
moral de esclavo, otros alienación… yo no sé cómo llamarlo. Realmente lo único
que sé es que de tener que elegir preferiría seguir cantando el Cara al Sol en
los colegios porque de este modo sabría poner nombre y cara sobre quien
depositar mis iras, identificar claramente al enemigo pero, sobre todas las
cosas, poder hacérselo ver al resto con facilidad.
Hoy
no cantamos el cara al sol, cantamos el “Oh dios mercado te alabamos”. Vamos
entonando progresivamente y a golpe “de reformas necesarias para la economía”
discursos que fueron precursores de tiempos de barbarie hace menos de un siglo.
A día de hoy ya no nos planteamos que queremos para este mundo, de hecho, a día
de hoy ya no reflexionamos nada trascendental en absoluto. Será por la
televisión o por el fútbol, por el consumismo o por el estrés socio-laboral,
será por lo que sea, parecemos cada vez más seres lobotomizados, cuando menos
infantilizados, con un páter omnipresente e invisible que nos guía sin rumbo a
un camino sin retorno. Hoy ya
no saludamos con el brazo altivo al frente y la mirada desafiante al pasar
frente a la figura del líder, sin embargo, según pasa el tiempo, mas y mas
gente invoca con su voto unos y con su pasividad otros, a quien sin bigote ni
grandes aspavientos subyuga desde Alemania a media Europa.
Ya
no es tiempo de grandes cantos a la unión de las personas. No resuenan por las
calles himnos internacionales que enaltecían el orgullo de los débiles. No se
oyen tampoco aquellos que tratando de acallar los primeros prendían deseos de
silenciar pensamientos con las armas. Ya no se oye nada, es imposible. Si acaso
un murmullo atronador de música que abotaga pero no dice nada. El mar de
conversaciones vacuas, de pasos acelerados hacia la cola del paro y de mentes
que ya no gritan, ya no escuchan, solo callan. Entretenidos con los I-Phones los I-Pods y los I-Pads,
embriagados con el Easy Jet el Ryanair y el Low Cost se nos ha olvidado el freedom,
el democracy y el equality. Todo ello fruto sin duda de
mezclar educación precaria con crédito fácil y altas horas de tontovisión. Ya
los adolescentes no se rebelan, se ni-nizan. Se convierten en zombies que no
contentos con la realidad calman sus ansias de cambio con ropa y videojuegos y
sus apetitos libertarios con libertinaje y alcohol. Ya los padres no son
carcas, sino cabrones que no me compran la Play Station nueva. Ni siquiera los
abuelos cuentan batallas, son esa masa agotadora y arrugada que se queja porque
los nietos les “roban” el jubileo (que no jubilación) de gastarse los dineros,
otrora ahorrados, en viajes y cruceros destinados
a la “tercera edad”.
Hoy
no cantamos el Cara al sol, pero a veces imagino que sí. De este modo sería más
fácil unir a tanto tonto como hay suelto por las calles y decirle: “Mira esta
foto ¿ves? Este es el hijo de puta”. De esto modo todo el mundo tendría claro quiénes
son los que están arriba y los que están abajo. Entenderían que el dueño de la
multinacional coge el mismo coche que ellos para trabajar pero que no se ha
endeudado de por vida para ello y tiene cuatro más aguardando en el garaje de
su casa. Entenderían que recorrerse el globo para después enseñar las fotos a
todo ser viviente presumiendo de estatus social es mísero si para ello hipoteca
los 350 días del año. Entenderían pues, que no son clase media, ni nunca lo
fueron. Que solo hay dos estatus: los que tienen y los que no. Hay también algún
que otro mayordomo a modo de político, perros guardianes vestidos de policía y
multitud de esclavos que con cara de memos se sienten libres y autónomos.
Nos
hemos vuelto gilipollas en no demasiado tiempo y lo peor es que no parece que
tengamos demasiada solución: Como no suenan timbales será que las tropas no se
acercan, por tanto, esos que saltan por los aires ahí en frente deben estar de performance.