sábado, 18 de junio de 2011

Sulkemalla Ovet (Cerrando puertas)






                     Es tremendamente curioso como unos gestos cambian de un contexto a otro. Como cosas simples, cotidianas, que has hecho sin pararte a pensar una y otra vez día tras día, a veces son más complicados, como si se tuviera que invertir un esfuerzo superior para realizarlas. Hoy he cerrado la puerta de mi piso por última vez y la puerta pareció que pesara el triple, como de haber estado viviendo en una cámara acorazada. Dentro se han quedado las risas, las noches, los momentos, los susurros, los fríos, las depresiones y el compartir de un inmenso aprender que ha sido Finlandia para mí. Dentro se han quedado las añoranzas e ilusiones de dos mundos diferentes y a la vez cercanos. Así, mi habitación se convirtió en un amplio cubículo cual compartimento estanco. Nada entra ni sale sin control previo. Era un punto intermedio donde digerir este mundo hostil y donde no terminar de olvidar el mundo del que venía. Un subuniverso en el que protegerme de la frialdad finesa a base de frialdad propia. Ahora me cuesta realmente entender porque lo hice así pero durante mucho tiempo habitación era muy parca en decoración. Nada propio. Paredes blancas y vacías en las que solo se veía algo de humanidad en un pingüino de peluche como amuleto y una minifigurita de Athletic que mi padre se empeño en que tuviera. Nada acogedor, lo suficiente para forzarme a salir a ese mundo blanco para hacerme un sitio, integrarme y no enquistarme en esas cuatro paredes. Hoy cuando he recogido mis cosas y he almacenado lo que no me llevaría la montonera era colosal. Un sofá, dos lámparas de noche, una alfombra, fotos impresas en folios, posters, una cortina… he terminado apreciando mi vida aquí.



             He tenido tiempo para hacer balance. Para recordar todo lo vivido e integrarlo, para no olvidarlo. Durante las casi cuatro o cinco horas que me ha costado limpiar todo el rastro de mi permanencia aquí todo eran recuerdos. Es acojonante como tu cerebro puede asociar tantos recuerdos a tan ingente mierda. Que si esta mancha es de la última fiesta, que si estos calcetines que creía perdidos se los tiré a no sé quien para hacer la gracia… etc. Y sin querer, dejándote llevar, evocas tantas y tantas veces que has limpiado después de una fiesta, de una cena o simplemente porque el hijo de la gran Hungría, como siempre, seguía haciéndose el Sueco. He repasado tantas confidencias con Sabine en el sofá, la silla de la verdad con Patri, los cafés con Olivia, las conversaciones de blondies con Thibault aprovechando que la manada subía al feudo catalán, la creación de cerveza con Iván… ¡Cuantos momentos!



                  El día empezó denso, amargo. Cuando desperté una lluvia lenta pero persistente regaba todo Pori. De éstas que al principio no molestan del todo pero que abotaga tu mente y minan tu cuerpo mientras caminaba hacia la universidad en busca de terminar con la burocracia académica. Al terminar nos tocaba despedir a la que ha sido una de las personas más importantes en mi estancia aquí: Patri. Se fue serena, impertérrita pese a la lluvia, pese a que la checa no paraba de llorar y pese a que, como Iván, era una de las que no tenía sensaciones contradictorias, no quería volver. En Madrid se la esperaba con alegría, familia y amigos la iban a dar la bienvenida de nuevo, tras ello un sinfín de celebraciones entre examen y examen… y vuelta a la rutina. El mayor de los temores de la mayoría y, a la vez, una losa demasiado grande para algunos como Patri quien, desde su prisma rebelde veía en el extranjero un idílico paraíso donde no pensar en injusticias políticas o, como decía ella, en nuestras mierdas. En Finlandia sus mierdas, las suyas propias, se basaban en agotar sus innumerables horas muertas en el zulo. El 414 de etappi pronto se convirtió en el zulo de todos y de nadie. Un mundo subversivo y paralelo donde el rey era Facebook y su subalterno el tabaco. Patri nunca cocinó en todo su Erasmus, nunca se hizo la cena pero tampoco se saltó su dieta. No fue una cuestión de tacañería, más bien fue una cuestión de parasitismo simpático y entrañable. Amiga de todos pero propiedad de ninguno, sin hacer demasiado ruido, a poquitos, sin dar más voces que su histérica risa se ganó el corazón de todos.



            Pocas horas después le llegó el turno a las catalanas. Arian y Olivia. Un dúo engranado perfectamente, equilibrado, sobrio y loco al mismo tiempo que fue durante todo este tiempo mi verdadero hogar. Olivia fue mi madre aquí. Poco importaba que fuese menor que yo o que me auto erigiera siempre como sensato consejero: era ella la que siempre, desde su serenidad inocente, me aconsejaba a mí. Una catalizadora perfecta de impulsos y pasiones que siempre ha tenido una sonrisa o palabra amable. Arian fue la revolución. Un torbellino imparable de alegría y desenfreno, una pasión de incontinencia verbal y gestual que se chocaba brutal y continuamente contra mí. Me encantaba. Podríamos habernos pasado horas argumentando y reargumentado para acabar repitiéndonos el uno al otro agotados de nosotros mismos. Juntas formaron el feudo catalán. El 212 de etappi fue un lugar donde acogerse, posada de muchos y segunda casa de otros. El lugar perfecto para una buena conversación, un café a media tarde o un excelente cena el resto de las veces. Un lugar donde estar, ver pasar las horas y darse cuenta allí uno estaba en casa.



                 Su marcha fue algo peor. La checa desconsolada ponía la banda sonora a lo que el resto pensábamos: ahora sí, esto ha llegado a su fin. El vacío de lo catalán era demasiado grande como para obviarlo, todos teníamos ya fijada nuestra hora. Finlandia se había acabado. Al día siguiente se iría la checa, no sin lágrimas una vez más, y yo me trasladaría a casa de Iván a pasar mis últimos días antes de coger el avión que me devolviera a casa.



                Como he dicho al principio me costó mucho cerrar la puerta a las once de la noche de un día tan emotivo. Aún sigo aquí mirando como un idiota al 116 de etappi sin saber muy bien si entreabrirla o dejarla cerrada para siempre. Miró la cerradura y me devuelve la mirada con una sonrisa coqueta de quien no se cree que nunca la vayas a mirar más. En derredor las antiguas habitaciones de tantos otros compañeros, las escalinatas de medio caracol, el lúgubre pasillo y la doble puerta que da hacia la calle. Son las once y media de la noche y el día aun produce sombra tras mis pasos. Con gesto firme y mirada melancólica encamino hacia ese sol que no termina de ceder y ponerse. La página ya ha tornado en el libro de mi vida aunque me resista a saltar de línea en línea en busca de textos pasados.

Perintö (Herencia)

          Los momentos finales de alguien durante el Erasmus son intensos. Un contraste de emociones y de pensamientos interrumpidos por la rutina del resto del grupo. Todo el mundo sigue teniendo que ir a clase, a prácticas, de fiesta… y todas estas rutinas se mantienen salvo para una cosa: las herencias. Quizá no puedas despedirte de alguien porque tienes clase o puede que te despidas la noche anterior porque saldrás de fiesta y te da una pereza terrible madrugar con la resaca pero siempre, absolutamente siempre, podrás hacer un stop en tu en tu vida para saquear la casa del prójimo.


           Recuerdo la primera vez que me convertí en uno de esos buitres. Se marchaba una de las escocesas, Megan. A penas había tenido relación con ella, sin embargo, mientras llorosa me repetía lo bien que se lo había pasado y todo lo que echaría de menos yo no paraba de preguntarle si podía coger esto o aquello. Y ella con los ojos en lagrimas, entre abrazos, me iba dando uno tras otro platos, vasos, cuchillos, una tetera (no bebo té), fuentes para el horno, algo de comida, algo de cerveza… etc. Era como un buffet libre, si nadie lo había reclamado primero ya tenía dueño: yo. Supongo que es ley de vida. Ella nunca más lo iba a utilizar y para que la compañía arrendadora se lo quedara ¿Qué mejor que dárselo a un compañero? Así que cual escuadrón de la muerte todos nos íbamos acercando a coger lo que nos era útil o simplemente lo que nos convenía. Todos mostrando nuestro pesar por su marcha (aunque en realidad que se fuese la escocesa a mi no me afectó lo más mínimo) en un juego en el que ella misma sabía que muchas veces era un simple formalismo educado y que ella tampoco nos iba a echar de menos a todos. Así era mucho más fácil saquearla y sobre todo para ella era más fácil marcharse.



         De esto modo al irse uno tras otro, en mi caso, pasé de tener un mobiliario escaso a parecer de verdad una casa. Cuando llegué sólo tenía un plato, un vaso, un tenedor, una cuchara y un cuchillo. Cuando me fui, no solo tenía una de las vajillas más completas de la residencia sino que tenía, además, dos bicis, dos colcones, una mesita de noche extra, tres lámparas de mesa, una alfombra y un sofá entre otras muchas cosas. Una de las herencias más curiosas que recibí (junto con la del sofá que me dio la vida) fue una llave que abría una taquilla en el sótano de la residencia (que no sabía ni que existiera) donde unos italianos que allí vivieron hace unos años legaron su herencia. Lo más curioso de todo lo que allí había era que tenían todo el material básico para la fabricación de cerveza: todo un regalo.  En cuanto vimos semejante regalo un compañero de Vitoria (Iván) y yo no pudimos evitar un pensamiento común, había que fabricar cerveza. Os contaré con más detalle cómo nos fue en próximos post pero os aseguro que solo el proceso de fabricación ya merece la pena.

           Por supuesto no todo es de color de rosa en el mundo gominola del Erasmus. Existe gente que no entiende del todo lo que significa comunidad y grupo. Gente que no estudia empresariales porque afición al conocimiento sino al dinero. No pondré nombres ni cara de estos indeseables porque tampoco es justo hacer carnaza de nadie así que me referiré a ella como V. Erónica. No lo voy a negar cuando se marchó esta mostoleña me alegré. Pero me alegré como nunca antes de perder alguien de vista. Era la reencarnación de la ruindad y la avaricia. Una persona que no sólo pretendía recibir dinero por lo “suyo” lo heredado, sino por los préstamos de algunos que se fueron antes de poder devolverles lo que cedieron. Alguien que para pedirle un colchón (que ella no usaba) por tener visitas debías soltar cinco o diez euros como “alquiler”. Capaz de pedir dinero por una aspiradora que todos usábamos o de, prácticamente, subastar una bici que alguno se olvidó en el garaje el semestre pasado. No voy a negar el asco que me producía, ni que deseo no volver a saber de ella en toda mi vida… no todo el mundo iba a ser estupendo, que le vamos a hacer. V.erónica te dedico este párrafo a sabiendas que no mereces los tres minutos que he invertido en redactarlo.

                Pero claro, llegado el último día, también me tocó ser saqueado. La verdad es que en mi caso no hubo una jauría ávida de llevárselo todo, más bien fue un momento chino. Hao, uno de los chinos que vivían en la residencia me pidió permiso para empezar a saquear y en menos de diez minutos se llevó todo lo que yo había sacado al pasillo y parte de lo que tenía en casa. Fue curioso estar al otro lado. Ver mi habitación involucionar a como estaba cuando llegué en diez minutos. Sin sofá sin decoración ni lámparas, los estantes de platos vacios, apenas cubiertos escurriendo en la fregadera… de nuevo yo y las cuatro enormes paredes blancas, la destartalada cama y el desvencijado colchón. Esta vez no hubo falsedad, Hao no era Erasmus, estudiaba en Finlandia y había saqueado muchas veces ya. Un simple muchas gracias que tengas buen viaje sirvió. Nada más que decir ni que aguantar, todo mucho más real. Mejor. Algo bueno tenía que tener irse el último te ahorras las plañideras, y los falsos pesares de gente que sabes que le importa una mierda lo que pase en tu vida a partir de ese momento. De alguna forma es como volver al inicio, al principio de mi estancia aquí. Yo, una habitación vacía, nadie conocido alrededor y unos días venideros un tanto inciertos.


domingo, 12 de junio de 2011

Hätääntynyt kuukautta (Un mes frenético)


                

                      Ha sido extraño volver. Después de casi veinte días danzando, a salto de mata, viendo esto y aquello de ciudad en ciudad, de gente en gente volver a mí casa en Finlandia ha sido como estar de visita en otra ciudad. Quizá por la falta de gente que ya no está, quizá por tener puesta la mirada permanentemente en twitter o facebook para enterarme de la ultima hora en sol o quizá porque en este último mes mi presente, mi pasado y mi futuro se han dado de hostias en mi cerebro dejándome una resaca llena de incertidumbres. Empezaré por el principio.

                Mayo llegó con la despedida de gran parte de mi grupo en Finlandia. La residencia vacía, el silencio en la sauna, el vacío garaje de bicis todo producía un punto nostálgico que nos recordaba una y otra vez que nuestra familia comenzaba a mermar irremediablemente, que esta nube de ensoñación tocaba acordes finales mientras nuestras mentes seguían pidiendo más y más. Les siguieron inesperados exámenes a los que me vi obligado a presentarme y un inmenso reguero de trabajos y exposiciones que mantenían la mente ocupada y el cuerpo impaciente por perderse, acostumbrado, en el torbellino semanal de fiesta y cervezas. Fue como volver de repente a la realidad. Volver a estudiar cosas que no me interesaban, atender a profesores que me aburrían y forzarme a prestar intención cuando mi mente divagaba. Fue sorprendente darle cuenta de que por primera vez no buscaba cosas nuevas. Había perdido ese espíritu emprendedor, había tirado la toalla. Me había resignado-conformado con no hacer mas practicas clínicas, con no tener clases interesantes o aprender sobre mi carrera aquí. Había transformado mi viaje desde el punto de vista sanitario por uno puramente social donde lo único interesante era conocer otras nacionalidades y de paso salir de fiesta. Me acababa de vencer la rigidez finesa y me había acomodado al otro lado del Erasmus way of life.

                Días después y cuando estaba a punto de coger un tren destino las republicas bálticas, un golpe de realidad: mi economía comenzaba a flaquear. No es que hubiera cometido grandes excesos, simplemente me había relajado. Me había dedicado el último mes sobre todo a despreocuparme de ello, integrado por fin en la sociedad finesa, comenzaba a vivir acorde con la vida de cualquier estudiante. Salía de fiesta y tomaba cafés con mis compañeros como en Bilbao pero, ahora, ya no me sorprendían los precios. Se ve que mi aletargado cerebro, espabilado por nuevas preocupaciones, comienza a funcionar como acostumbraba y a buscar nuevos retos. Gracias a una buena amiga del Erasmus y a mí renacida curiosidad por el mundo me busco nuevas posibilidades en mi futuro próximo: participar en proyectos humanitarios en África.

         Castillo de Trakai: Lituania


                Con todo esto en mente comienzo un viaje planeado muchas semanas atrás: recorrer las republicas bálticas en coche con mi padre y un amigo de la familia. El viaje fue mejor de lo que esperaba. Lo pasamos bien y nos dio tiempo a visitar las tres capitales y alguna parada interesante por el camino (ya os lo contaré en próximos post). Fue curioso ver a mi padre fuera de su hábitat natural, ver la problemática de no dominar un idioma y, sobre todo, ver como se desenvuelve alguien que apenas ha salido de la piel de toro. Quizá me pasara un poco pero me chocaba sobremanera esa fea costumbre de compararlo todo y juzgarlo como si lo de uno fuera mejor por defecto. Lo peor por supuesto, es que aunque en el momento no me di cuenta, lo más probable es que yo actuara igual al principio de mi estancia en Finlandia. Es curioso como uno aprende con el tiempo a ser más tolerante, a aceptar las cosas de los demás como buenas y quedarse solo con las mejores. Fue como mirarse al espejo de lo que hubiera sido mi comportamiento si, como muchos de mis compañeros, hubiese buscado trabajo nada más acabar la carrera en lugar de decidir moverme fuera.

                Al volver a Finlandia me esperaba un examen al que me tenía que presentar “voluntariamente” gracias a mi amada profesora finesa. Lo peor de todo es que la asignatura era anual y yo solo había asistido unas pocas semanas al final del curso. Por tanto mis planes pasaban por meterme la máxima información en el cerebro en el menor tiempo posible y tener suerte. Pero nada más conectar el ordenador me encontré con los movimientos del 15 M. He de reconocer que un compañero me advirtió antes de irme de viaje la convocatoria pero no creí que esta llegara a triunfar. Como tantas otras la supuse vacía, yerma, caduca y como siempre a deshora. Pero esta vez no. Esta vez el mensaje era claro directo y simple: hay que cambiar este sistema sin violencia, en democracia. Aun recuerdo las seis frenéticas horas que me pasé de blog en blog, de video en streaming, de Facebook, en Twitter (que no sabía cómo se usaba) toda esa actividad digital de pensamientos, ideas y esperanzas. Fue increíble me encandiló hasta tal punto que ya no estudié porque mi cerebro no daba a mas. Solo se debatía entre dejarlo todo e irme a Madrid a chillar como el que más o en quedarme aquí de mero espectador.

     Esta fue una de las primeras fotos que vi y me hizo comprender la magnitid del momento

                Al día siguiente y sin haber estudiado me desperté tarde. En una de mis innumerables crisis apagadespertadores me dedique a parar la alarma medio sonámbulo hasta que a veinte minutos del inicio del examen abrí un ojo sobresaltado. No me daba tiempo. A medio vestir y peinado al viento finlandés, me lancé bici por las calles de Pori para llegar exactamente minuto y medio tarde (dos según el reloj de mi profesora) y ganarme la mirada asesina de ésta. El examen no era sencillo. Elegías entre todos unos cuantos papeles las que serian tus dos preguntas de examen y en base a ellas debías establecer un tratamiento y unas posibles consecuencias clínicas. Para más inri esto no debías contárselo a la profesora sino a un paciente real que tenía antecedentes de sufrir esa dolencia durante años y que tenía, además, la bonita experiencia de ir de un profesional a otro sin demasiadas soluciones (hasta mi profesora supongo, pues eran pacientes suyos). Como la taquicardia fruto de hacerme el Indurain para llegar a tiempo, el cerco sudoroso de la axila y la respiración entrecortada no ayudaban, como invadido por el espíritu del mejor actor holliwoodiense decidí que puestos a suspender, mejor suspender a puerta gayola y con las gónadas encima de la mesa por lo que renuncié a consultar mis apuntes antes de decidir el tratamiento ante la mirada atónita de mi profesora. ¿Para qué? Si no me sabía ni los encabezados de cada tema. Así que sin vergüenza ni ligero sonrojo me solté un órdago a grande cuando solo tenía dos pitos por mano y me salió bien. También he de decir que tuve suerte pues las preguntas que me hicieron no eran complicadas, pero con la seguridad que conseguí trasmitir el paciente parecía convencido (la opinión del paciente contaba un 25% de la nota) y el resto… bueno limando de aquí y allá conseguí aprobar. Aun no se la nota definitiva, pero sé que aprobé. Lo mejor fue al despedirme cuando mi profesora a sabiendas de que le había colado un triple sobre la bocina me despidió diciéndome: eres un chico con mucha suerte, ya nos veremos. No le faltaba razón.

                Nada más terminar el examen cogí un tren que me llevaba a Rovaniemi, al círculo polar ártico. Volvía a aquellas lejanas tierras pero esta vez sin nieve en el suelo ni el frio de la otra vez. Básicamente debía participar en unas jornadas sobre ecología e industria turística sostenible en el parque nacional de Oulanka (ya os contaré). Allí conocí a dos versiones de una misma sonata. Por un lado un grupo de españoles veintegenarios que no sabían ni tenían opinión alguna sobre cualquier cosa que saliese de irse de fiesta, las saunas finesas o el poker que estaban jugando cuando llegué. Apenas estaban informados de los movimientos del 15M ni tan siquiera interesados por lo que no estaban ni a favor ni en contra solo… pasaban. El mundo no iba a cambiar pero era mejor vaguear viviendo de los dineros de papá y mamá hasta completar unas vacaciones llamadas Erasmus (no textualmente pero básicamente lo que uno de ellos me dijo). Tan sólo un chico que hacía las practicas de un modulo de jardinería mostro un tenue interés y un francés que si estaba al corriente de todo y que lo estaba siguiendo de cerca. Por otro lado el grupo de estudiantes que nos acompañaría desde entonces hasta el fin del Erasmus: las americanas. 

 Parke Oulanka: Laponia. Este rio fue en el que hicimos rafting

  
                Son un grupo de unas veinte americanas que participan en unas jornadas internacionales con los estudiantes de intercambio fineses. Son gente simpática y agradable pero… muy yankees.  Lo suyo no es un veintegenariado al uso, más bien es un conformismo agobiante. Un pensamiento estático y adormecido impropio de una generación con acceso a múltiples fuentes de información. Resumiendo su forma de pensar: no hay que preguntarse porque son las cosas, las cosas son así como han sido siempre, por tanto, no hay porque preguntarse nada. Como os podéis imaginar, entre mi incontinencia verbal y mi cerebro bullente de ideas “revolucionarias” de cambiar sistemas democráticos etc.… me gane la animadversión de la mitad de las pobres americanas. Ya os contaré más a fondo el tema estadounidense. El resto del fin de semana resulto bueno. Mucha naturaleza y actividades, rutas por parajes increíbles, rafting y mucha visita ecoturista. Lo mejor que hice un montón de fotos geniales, la verdad no hay que ser un experto para hacer buenas fotos allí, dispares donde dispares todo es precioso.

                Nada más volver ya tenía planes. Una buena amiga, que resulta ser mi primera novia, venía a verme. Era una visita de una semana y así de paso aprovechaba para visitar uno de mis destinos pendientes: Estocolmo (Ya os contaré en mas profundidad). El plan era el siguiente: bajarnos a Turku a pasar el día y visitarlo, coger el ferri nocturno rumbo Estocolmo y permanecer allí tres días. En la noche del tercer día cogimos otro ferri rumbo Helsinki, visitarlo durante el día y llegar a Pori a la noche para que a la mañana siguiente ella pudiera coger el avión de vuelta. Lo cierto es que fue una semana llena de sentimientos opuestos. Llevaba casi sin saber de ella en los últimos dos años si exceptuamos un breve periodo un año atrás donde pasamos una semana en Valencia (vino a verme). Desde que hace años superamos esa fase de remembers y recaídas que toda ex pareja tiene hemos sido muy amigos. Una amistad en mi opinión buena y de la que estaba orgulloso. Sin embargo, quizá por el tiempo, quizá por los derroteros de la vida o simplemente porque la gente evoluciona todo había cambiado. Ya no era la misma chica que yo conocía. Fue muy curioso ver cómo esa chica con la que tanto compartí y tanto me atrajo se había desvanecido por completo hasta ser una autentica desconocida con el mismo cuerpo. Empecé a darme cuenta que las cosas que me servían no hace mucho ya no eran suficientes, que yo mismo había cambiado expectativas y que, mientras el mundo caminaba en una dirección, yo seguía en un rumbo secante, el que me venía en gana.


     Estocolmo: Simplemente precioso


                Como siempre que todo humano entra en un conflicto de intereses o ideas la semana acabó como el rosario de la aurora. Una fuerte discusión por despedida y una incógnita por amistad que se resolverá con el tiempo. Tras ello, y casi sin apenas descansar, tocaba irse a tierras rusas. Como parte del curso internacional teníamos que visitar San Petersburgo donde aprenderíamos temas de gestión sanitaria rusas y las compararíamos con las de nuestros países de origen. Lo peor fue la burocracia. Dos viajes a Helsinki y uno a Turku para poder hacer el visado. Nos hicieron dar mil y una vueltas y, aun así, cuando por fin entregamos toda la documentación me hicieron firmar un papel en el que, si finalmente algo estaba incorrecto y no me reembolsarían los cincuenta y seis euros que costaba el visado.

                Por lo demás el viaje a Rusia fue genial (ya os contaré) si no fuera por el sesgo-lastre estadounidense que llegábamos con nosotros. Era como llevar una pesada mochila de treinta kilos ávida por sacar fotos-postal (sin mostrar mayor interés en lo fotografiado) y parar en las tiendas de souvenirs. Estuvimos allí tres días y casi uno entero viajando, pero mereció la pena. Fue una lástima no haber podido exprimir más el viaje pero dadas las circunstancias salió todo bien. A la vuelta del viaje me esperaba otra semana y media de curso internacional donde conocería mejor el mundo americano, pero esa es otra historia.

         Foto de americanas: Tipicas Matrioskhas en tipica tienda de regalos


                Básicamente este ha sido mi último mes. El mes en el que menos caso os he hecho porque realmente tampoco sabía que contar ni decir. Un mes en el que me replanteado muchas veces que hago aquí en Finlandia y sobre todo que haré al volver. Donde me dado cuenta que yo mismo he cambiado en muchas cosas y donde creo que el mundo que me espera a mi vuelta también ha cambiado. Empiezo a temer el retorno y, al rodearme de mi núcleo de siempre, notarlo todo diferente. Por otro lado, el surgimiento de protestas y sobre todo propuestas ciudadanas reabre un horizonte que daba por imposible y que por momentos se me hace más y más atractivo. En definitiva, me encuentro a la orilla de un rio del que nada conozco y del que no sé si seguir el curso o cruzarlo. Y de decidirme por una de ambas opciones tampoco sabría si sumergirme o tomar un rodeo. Prácticamente no sé nada, y lo peor me quedan diez días para volver.