domingo, 12 de junio de 2011

Hätääntynyt kuukautta (Un mes frenético)


                

                      Ha sido extraño volver. Después de casi veinte días danzando, a salto de mata, viendo esto y aquello de ciudad en ciudad, de gente en gente volver a mí casa en Finlandia ha sido como estar de visita en otra ciudad. Quizá por la falta de gente que ya no está, quizá por tener puesta la mirada permanentemente en twitter o facebook para enterarme de la ultima hora en sol o quizá porque en este último mes mi presente, mi pasado y mi futuro se han dado de hostias en mi cerebro dejándome una resaca llena de incertidumbres. Empezaré por el principio.

                Mayo llegó con la despedida de gran parte de mi grupo en Finlandia. La residencia vacía, el silencio en la sauna, el vacío garaje de bicis todo producía un punto nostálgico que nos recordaba una y otra vez que nuestra familia comenzaba a mermar irremediablemente, que esta nube de ensoñación tocaba acordes finales mientras nuestras mentes seguían pidiendo más y más. Les siguieron inesperados exámenes a los que me vi obligado a presentarme y un inmenso reguero de trabajos y exposiciones que mantenían la mente ocupada y el cuerpo impaciente por perderse, acostumbrado, en el torbellino semanal de fiesta y cervezas. Fue como volver de repente a la realidad. Volver a estudiar cosas que no me interesaban, atender a profesores que me aburrían y forzarme a prestar intención cuando mi mente divagaba. Fue sorprendente darle cuenta de que por primera vez no buscaba cosas nuevas. Había perdido ese espíritu emprendedor, había tirado la toalla. Me había resignado-conformado con no hacer mas practicas clínicas, con no tener clases interesantes o aprender sobre mi carrera aquí. Había transformado mi viaje desde el punto de vista sanitario por uno puramente social donde lo único interesante era conocer otras nacionalidades y de paso salir de fiesta. Me acababa de vencer la rigidez finesa y me había acomodado al otro lado del Erasmus way of life.

                Días después y cuando estaba a punto de coger un tren destino las republicas bálticas, un golpe de realidad: mi economía comenzaba a flaquear. No es que hubiera cometido grandes excesos, simplemente me había relajado. Me había dedicado el último mes sobre todo a despreocuparme de ello, integrado por fin en la sociedad finesa, comenzaba a vivir acorde con la vida de cualquier estudiante. Salía de fiesta y tomaba cafés con mis compañeros como en Bilbao pero, ahora, ya no me sorprendían los precios. Se ve que mi aletargado cerebro, espabilado por nuevas preocupaciones, comienza a funcionar como acostumbraba y a buscar nuevos retos. Gracias a una buena amiga del Erasmus y a mí renacida curiosidad por el mundo me busco nuevas posibilidades en mi futuro próximo: participar en proyectos humanitarios en África.

         Castillo de Trakai: Lituania


                Con todo esto en mente comienzo un viaje planeado muchas semanas atrás: recorrer las republicas bálticas en coche con mi padre y un amigo de la familia. El viaje fue mejor de lo que esperaba. Lo pasamos bien y nos dio tiempo a visitar las tres capitales y alguna parada interesante por el camino (ya os lo contaré en próximos post). Fue curioso ver a mi padre fuera de su hábitat natural, ver la problemática de no dominar un idioma y, sobre todo, ver como se desenvuelve alguien que apenas ha salido de la piel de toro. Quizá me pasara un poco pero me chocaba sobremanera esa fea costumbre de compararlo todo y juzgarlo como si lo de uno fuera mejor por defecto. Lo peor por supuesto, es que aunque en el momento no me di cuenta, lo más probable es que yo actuara igual al principio de mi estancia en Finlandia. Es curioso como uno aprende con el tiempo a ser más tolerante, a aceptar las cosas de los demás como buenas y quedarse solo con las mejores. Fue como mirarse al espejo de lo que hubiera sido mi comportamiento si, como muchos de mis compañeros, hubiese buscado trabajo nada más acabar la carrera en lugar de decidir moverme fuera.

                Al volver a Finlandia me esperaba un examen al que me tenía que presentar “voluntariamente” gracias a mi amada profesora finesa. Lo peor de todo es que la asignatura era anual y yo solo había asistido unas pocas semanas al final del curso. Por tanto mis planes pasaban por meterme la máxima información en el cerebro en el menor tiempo posible y tener suerte. Pero nada más conectar el ordenador me encontré con los movimientos del 15 M. He de reconocer que un compañero me advirtió antes de irme de viaje la convocatoria pero no creí que esta llegara a triunfar. Como tantas otras la supuse vacía, yerma, caduca y como siempre a deshora. Pero esta vez no. Esta vez el mensaje era claro directo y simple: hay que cambiar este sistema sin violencia, en democracia. Aun recuerdo las seis frenéticas horas que me pasé de blog en blog, de video en streaming, de Facebook, en Twitter (que no sabía cómo se usaba) toda esa actividad digital de pensamientos, ideas y esperanzas. Fue increíble me encandiló hasta tal punto que ya no estudié porque mi cerebro no daba a mas. Solo se debatía entre dejarlo todo e irme a Madrid a chillar como el que más o en quedarme aquí de mero espectador.

     Esta fue una de las primeras fotos que vi y me hizo comprender la magnitid del momento

                Al día siguiente y sin haber estudiado me desperté tarde. En una de mis innumerables crisis apagadespertadores me dedique a parar la alarma medio sonámbulo hasta que a veinte minutos del inicio del examen abrí un ojo sobresaltado. No me daba tiempo. A medio vestir y peinado al viento finlandés, me lancé bici por las calles de Pori para llegar exactamente minuto y medio tarde (dos según el reloj de mi profesora) y ganarme la mirada asesina de ésta. El examen no era sencillo. Elegías entre todos unos cuantos papeles las que serian tus dos preguntas de examen y en base a ellas debías establecer un tratamiento y unas posibles consecuencias clínicas. Para más inri esto no debías contárselo a la profesora sino a un paciente real que tenía antecedentes de sufrir esa dolencia durante años y que tenía, además, la bonita experiencia de ir de un profesional a otro sin demasiadas soluciones (hasta mi profesora supongo, pues eran pacientes suyos). Como la taquicardia fruto de hacerme el Indurain para llegar a tiempo, el cerco sudoroso de la axila y la respiración entrecortada no ayudaban, como invadido por el espíritu del mejor actor holliwoodiense decidí que puestos a suspender, mejor suspender a puerta gayola y con las gónadas encima de la mesa por lo que renuncié a consultar mis apuntes antes de decidir el tratamiento ante la mirada atónita de mi profesora. ¿Para qué? Si no me sabía ni los encabezados de cada tema. Así que sin vergüenza ni ligero sonrojo me solté un órdago a grande cuando solo tenía dos pitos por mano y me salió bien. También he de decir que tuve suerte pues las preguntas que me hicieron no eran complicadas, pero con la seguridad que conseguí trasmitir el paciente parecía convencido (la opinión del paciente contaba un 25% de la nota) y el resto… bueno limando de aquí y allá conseguí aprobar. Aun no se la nota definitiva, pero sé que aprobé. Lo mejor fue al despedirme cuando mi profesora a sabiendas de que le había colado un triple sobre la bocina me despidió diciéndome: eres un chico con mucha suerte, ya nos veremos. No le faltaba razón.

                Nada más terminar el examen cogí un tren que me llevaba a Rovaniemi, al círculo polar ártico. Volvía a aquellas lejanas tierras pero esta vez sin nieve en el suelo ni el frio de la otra vez. Básicamente debía participar en unas jornadas sobre ecología e industria turística sostenible en el parque nacional de Oulanka (ya os contaré). Allí conocí a dos versiones de una misma sonata. Por un lado un grupo de españoles veintegenarios que no sabían ni tenían opinión alguna sobre cualquier cosa que saliese de irse de fiesta, las saunas finesas o el poker que estaban jugando cuando llegué. Apenas estaban informados de los movimientos del 15M ni tan siquiera interesados por lo que no estaban ni a favor ni en contra solo… pasaban. El mundo no iba a cambiar pero era mejor vaguear viviendo de los dineros de papá y mamá hasta completar unas vacaciones llamadas Erasmus (no textualmente pero básicamente lo que uno de ellos me dijo). Tan sólo un chico que hacía las practicas de un modulo de jardinería mostro un tenue interés y un francés que si estaba al corriente de todo y que lo estaba siguiendo de cerca. Por otro lado el grupo de estudiantes que nos acompañaría desde entonces hasta el fin del Erasmus: las americanas. 

 Parke Oulanka: Laponia. Este rio fue en el que hicimos rafting

  
                Son un grupo de unas veinte americanas que participan en unas jornadas internacionales con los estudiantes de intercambio fineses. Son gente simpática y agradable pero… muy yankees.  Lo suyo no es un veintegenariado al uso, más bien es un conformismo agobiante. Un pensamiento estático y adormecido impropio de una generación con acceso a múltiples fuentes de información. Resumiendo su forma de pensar: no hay que preguntarse porque son las cosas, las cosas son así como han sido siempre, por tanto, no hay porque preguntarse nada. Como os podéis imaginar, entre mi incontinencia verbal y mi cerebro bullente de ideas “revolucionarias” de cambiar sistemas democráticos etc.… me gane la animadversión de la mitad de las pobres americanas. Ya os contaré más a fondo el tema estadounidense. El resto del fin de semana resulto bueno. Mucha naturaleza y actividades, rutas por parajes increíbles, rafting y mucha visita ecoturista. Lo mejor que hice un montón de fotos geniales, la verdad no hay que ser un experto para hacer buenas fotos allí, dispares donde dispares todo es precioso.

                Nada más volver ya tenía planes. Una buena amiga, que resulta ser mi primera novia, venía a verme. Era una visita de una semana y así de paso aprovechaba para visitar uno de mis destinos pendientes: Estocolmo (Ya os contaré en mas profundidad). El plan era el siguiente: bajarnos a Turku a pasar el día y visitarlo, coger el ferri nocturno rumbo Estocolmo y permanecer allí tres días. En la noche del tercer día cogimos otro ferri rumbo Helsinki, visitarlo durante el día y llegar a Pori a la noche para que a la mañana siguiente ella pudiera coger el avión de vuelta. Lo cierto es que fue una semana llena de sentimientos opuestos. Llevaba casi sin saber de ella en los últimos dos años si exceptuamos un breve periodo un año atrás donde pasamos una semana en Valencia (vino a verme). Desde que hace años superamos esa fase de remembers y recaídas que toda ex pareja tiene hemos sido muy amigos. Una amistad en mi opinión buena y de la que estaba orgulloso. Sin embargo, quizá por el tiempo, quizá por los derroteros de la vida o simplemente porque la gente evoluciona todo había cambiado. Ya no era la misma chica que yo conocía. Fue muy curioso ver cómo esa chica con la que tanto compartí y tanto me atrajo se había desvanecido por completo hasta ser una autentica desconocida con el mismo cuerpo. Empecé a darme cuenta que las cosas que me servían no hace mucho ya no eran suficientes, que yo mismo había cambiado expectativas y que, mientras el mundo caminaba en una dirección, yo seguía en un rumbo secante, el que me venía en gana.


     Estocolmo: Simplemente precioso


                Como siempre que todo humano entra en un conflicto de intereses o ideas la semana acabó como el rosario de la aurora. Una fuerte discusión por despedida y una incógnita por amistad que se resolverá con el tiempo. Tras ello, y casi sin apenas descansar, tocaba irse a tierras rusas. Como parte del curso internacional teníamos que visitar San Petersburgo donde aprenderíamos temas de gestión sanitaria rusas y las compararíamos con las de nuestros países de origen. Lo peor fue la burocracia. Dos viajes a Helsinki y uno a Turku para poder hacer el visado. Nos hicieron dar mil y una vueltas y, aun así, cuando por fin entregamos toda la documentación me hicieron firmar un papel en el que, si finalmente algo estaba incorrecto y no me reembolsarían los cincuenta y seis euros que costaba el visado.

                Por lo demás el viaje a Rusia fue genial (ya os contaré) si no fuera por el sesgo-lastre estadounidense que llegábamos con nosotros. Era como llevar una pesada mochila de treinta kilos ávida por sacar fotos-postal (sin mostrar mayor interés en lo fotografiado) y parar en las tiendas de souvenirs. Estuvimos allí tres días y casi uno entero viajando, pero mereció la pena. Fue una lástima no haber podido exprimir más el viaje pero dadas las circunstancias salió todo bien. A la vuelta del viaje me esperaba otra semana y media de curso internacional donde conocería mejor el mundo americano, pero esa es otra historia.

         Foto de americanas: Tipicas Matrioskhas en tipica tienda de regalos


                Básicamente este ha sido mi último mes. El mes en el que menos caso os he hecho porque realmente tampoco sabía que contar ni decir. Un mes en el que me replanteado muchas veces que hago aquí en Finlandia y sobre todo que haré al volver. Donde me dado cuenta que yo mismo he cambiado en muchas cosas y donde creo que el mundo que me espera a mi vuelta también ha cambiado. Empiezo a temer el retorno y, al rodearme de mi núcleo de siempre, notarlo todo diferente. Por otro lado, el surgimiento de protestas y sobre todo propuestas ciudadanas reabre un horizonte que daba por imposible y que por momentos se me hace más y más atractivo. En definitiva, me encuentro a la orilla de un rio del que nada conozco y del que no sé si seguir el curso o cruzarlo. Y de decidirme por una de ambas opciones tampoco sabría si sumergirme o tomar un rodeo. Prácticamente no sé nada, y lo peor me quedan diez días para volver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario