Parece
que en estos tiempos que corren es necesario inculcar la propaganda del sistema
de las formas más diversas. La última ocurrencia el aparato mediático ha sido
hacer reportajes sobre los presos y las cárceles. Utilizar la trastienda del
sistema, allí donde la represión y la violencia de estado se hacen más patentes,
para mostrar una versión edulcorada y parcial de este mundo de la piruleta que
es el capitalismo en ojos de los medios.
Prácticamente
el carácter de lo que se puede ver en estos reportajes se condensa en una de
las entrevistas. Un señor de unos cincuenta años, bigote cano, frente despejada
y gomina en los pelos restantes peinados todos hacia atrás, cuenta a la cámara que es inspector de la
policía. Que acude a la cárcel con la chica que limpia en su casa, rumana como
seña de identidad cuya madre esta presa. Al volver la joven, de veintinueve años
según el hombre, le pregunta al hombre por qué graba la cámara. No está cómoda,
no quiere que sepamos su historia. Sin embargo el inspector, esa buena persona
que lleva a la muchacha a ver a su madre zanja toda la discusión con una cara
de desprecio y un: “que no pasa naaaaaada. Sube al coche.” La chica obedece, no
deja de ser su jefe, su medio de vida (que le pagará una miseria y sin cotizar)
y se monta en un flagrante mercedes plateado.
En
esto se basa el programa. Realidad maquillada. Funcionarios de prisiones
extremadamente empáticos, buenrrollistas y con paciencia infinita. Presos que no
son victimas sino gente de “mal vivir” y que, aunque la cosa versa sobre ellos,
no tienen ni voz ni voto. Sin embargo,
para que no sospechemos manipulación nos advierten al inicio del programa:
España es el país con menor índice de delitos promedio y el que más presos
tiene. Algo muy lógico.
Quienes
hayan visto el programa dirán que no hay manipulación. Que algunos presos salen
hablando de palizas y malas prácticas por parte de los funcionarios. Quizá
quienes hablan de imparcialidad no se hayan percatado de los innumerables cortes
de esas declaraciones, el poco tiempo que se le dedica a esos personajes en comparación
de los que hablan de lo happy flower que es la cárcel y el tufo permanente a
corrupción que tienen todos los trapicheos que allí ocurren. Porque no nos
llevemos a engaño. Las palizas, torturas y vejaciones en las cárceles son algo
habitual. Porque el trapicheo de la cárcel se hace con el beneplácito y soborno
de los guardas. Y porque la cárcel mostrada es de las más modernas del estado.
Más
allá de las cuestiones propias de aquella cárcel en concreto, lo peor es la falta
de rigor e imparcialidad del reportaje. ¿Por qué se intentan suicidar los
presos? ¿Por qué organismos internacionales señalan a España como un país donde
la tortura es algo habitual? ¿Por qué la mayor parte de los presos son de clase
baja?...
…porque hay presos condenados a diez años por robos menores y quienes saquean un país quedan impunes o son indultados. Esa es la respuesta a todo.
Estos
reportajes solo sirven para producir asco, distancia y animadversión hacia “esa
gente”. Se hace apología de su incultura, sus dentaduras poco cuidadas y se
contraponen con los funcionarios de bien. No se habla de violencia de estado o
represión, ni siquiera de castigo, se habla de “pagar” la culpa, de “reinsertarse”,
de “posibilidades”.
Un
programa imparcial hablaría de los porqués de estos presos. De por qué un chaval
decide robar la caja de un supermercado tras no encontrar trabajo y no tener
para comer. De por qué acaban vendiendo droga. De donde están los grandes
beneficiados del negocio de las drogas. Un programa imparcial hablaría de que
solo aquellos a los que el sistema condena a la miseria pagan las consecuencias
de un negocio que enriquece a muchos. Hablaría de los paralelismos enormes
entre estos “pequeños delincuentes” con el obrero común y de los grandes capos
con los empresarios legales. Porque un programa imparcial acabaría hablando, de
forma más o menos explícita, de que las cárceles solo están pensadas para una
clase social concreta.
Es
que, estos programas que parecen acercarse a las clases humildes, esta
propaganda que está destinada a las clases trabajadoras solo sirve para
inculcar valores de clase. De la otra clase, no la nuestra, de la clase dominante.
Está hecha para que nos pongamos “del lado de la ley”. Para que condenemos a
quien se busca la vida para comer. Para que desplacemos la culpa contra las
víctimas del sistema y aceptemos la violencia institucional como el orden normal
de las cosas.
Al
menos puedo decir que conmigo no lo han conseguido. Que yo sigo sintiendmeo más
cerca el desdentado traficante de poca monta al que le quedan seis años por
salir que del funcionario de prisiones. Que sigo sabiendo, creyendo y sintiendo
que esas personas ridiculizadas en pantalla son hermanos de clase, de clase
trabajadora y que quienes están infligiendo la violencia institucional no son
de los míos. Más bien los tengo enfrente. Ojalá en algún tiempo en la trinchera
de enfrente. Ideológica quizá, pero trinchera al fin y al cabo.
Después
de ver el programa no solo me siento más de clase trabajadora aún, consiguen
que sienta más animadversión a este sistema que usa la violencia como forma de
mantener el orden establecido.
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