lunes, 20 de enero de 2014

La unidad de la izquierda





La irrupción de PODEMOS en la escena política no puede ser menos que una alegría para todos los que nos posicionamos (o eso creemos) en el espectro ideológico de la izquierda. Sin embargo, es necesario ser tan críticos con todas estas alternativas a las ya existentes como las organizaciones clásicas en la izquierda. Si se aspira (o eso se dice cada vez que se tiene ocasión) a crear un frente de izquierda o, mejor aún, un frente de masas capaz de ejercer un proceso transformador, necesitamos analizar con detalle las capacidades, intenciones y fuerza de las organizaciones así como su posible convivencia en un proceso político. 


El terreno sobre el que pisamos: tenemos la hegemonía perdida.

                La Tuerka ha sido de los pocos grupos que han sabido contraponerse de manera eficaz a este problema, sin embargo, es poco más que una gota dentro de un inmenso mar. Por mucho que en los bares escuchemos gente que pone en duda lo que hasta hace poco era incuestionable, seguimos enjaulados en un marco de pensamiento capitalista-emprendedor-neoliberal. Marco, del que será muy difícil desprendernos para hacer una candidatura electoral y mucho menos de la noche a la mañana.

                Sin una pedagogía política eficaz todos sabemos que la gente (nosotros incluidos) acabaremos besando nuestras propias cadenas. ¿Puede un partido sin bases potentes realizar esta pedagogía? Difícilmente. Su única estrategia viable es moderar su discurso o, al menos, hacerlo asumible con el pensamiento hegemónico medio para, una vez con masa, virar progresivamente a la izquierda. ¿Puede un partido con bases potentes  realizar esta pedagogía sin usar los canales adecuados a su tiempo? Difícilmente. Su única estrategia viable es adaptarse al contexto.

                Bajo esta premisa tenemos que las izquierdas nacionalistas combinan muy bien pedagogía y bases (han sido muchos años de trabajo) pero les falta el punch transnacional necesario para que su política pueda transformar su realidad. Tenemos a IU con unas bases fuertes pero que aún no han sido capaces vehiculizar su discurso con eficacia (aunque la aparición de Alberto Garzón y la pujanza de los cuadros más juveniles son una esperanza). Tenemos a Equo y los decrecentistas que ni tiene militancia capaz (en número), ni tiene capacidad de llevar su discurso a la gente más allá de las universidades y ciertas organizaciones ecologistas e intelectuales. Por último, tenemos a PODEMOS que tiene la mejor disposición para hacer llegar su discurso pero le falta músculo militante, bases al fin y al cabo, para que esa pedagogía se lleve a la práctica y, por lo que parece, son conscientes. 


  

Las experiencias vividas

El 15M nos debe servir de lección para muchas cosas. Lejos de las experiencias políticas de cada uno, creo que es importante darnos cuenta de lo allí vivido está más cerca de la tan mencionada “realpolitik” de lo que nos cuentan quienes se suelen sentar a dar charlas en las asociaciones y movimientos. 

Allí vimos lo difícil que es apelar a “la masa por la masa” para organizar una acción política pero, por el contrario, lo fácil que es atraer masa bajo determinantes ganadores de bajo perfil. “No nos representan” “Esto no es democracia” “Abajo el régimen” “Fin del bipartidismo PPSOE” fueron lemas atrevidos, ilusionantes y capaces de movilizar masas ingentes de personas durante 2011 pero no fueron capaces de articular nada por su bajo perfil pero, sobre todo, porque no tenía bases conformadas: era un encuentro ente gente inquieta. La diferencia entre un bar grande lleno de gente indignada y un centro político (aunque haya cervezas) son la unidad de respuestas a esos determinantes. Cómo se responde a “qué nos representa” “qué es democracia” “qué hacemos una vez caiga el régimen” o “qué hacer tras el bipartidismo” es lo que articula un partido. Por eso las ideologías diversas tienen tantos problemas de convivencia. 

Durante aquellos meses todos deseábamos un cambio pero anticapitalistas y capitalistas no conseguían ponerse de acuerdo. Socialdemócratas y anarquistas se escandalizaban entre sí con discursos de realidad y aquello acabo diluyéndose. La única forma de “convivir” era enrasando a la baja, es decir, reproducir discursos muy similares a los que nos habían llevado al desastre pero algunos párrafos agresivos. Aprendimos entonces lo que querían decir las palabras de Henry Ford, inventor del automóvil y la cadena de producción estandarizada (sé lo provocador del ejemplo) “Si le hubiera preguntado a mis vecinos que necesitaban me habrían dicho que un caballo más veloz”




La difícil convivencia

                Una de las cosas que aprendí yo de mi experiencia en el 15M es que la revolución necesita direccionalidad o se autofagocita. En palabras de Trosky: “la revolución de los hambrientos termina en la panadería de la esquina”. Hace falta liderazgos amplios que dirijan, que enseñen, que instruyan en la direccionalidad. Esto no es igual a imponer el pensamiento. Es sencillamente que se puede considerar la opinión de cualquiera pero desde un marco ideológico definido.
                Es cierto que PODEMOS tiene definido una serie de líneas rojas, pero en mi opinión la afluencia de “recién llegados” (bienvenidos todos por supuesto) hará difícil la convivencia de izquierdas. ¿Cómo se tomará un ex votante del PSOE, convencido de las bondades de la socialdemocracia “a lo Europa en los 70” de la autogestión productiva o del desmantelamiento de la inversión privada capital-productiva? ¿Qué dirá del decrecimiento o de la prohibición de acaparar trabajos? ¿Qué dirá del derecho de autodeterminación de los pueblos? ¿Entenderá la necesaria retribución del trabajo reproductivo o de la eliminación de las consideraciones de género? ¿Tomará como propias las propuestas queer o de lo contrario se sentirá más cómodo con el falso feminismo de estado a lo Fernández de la Vega? ¿Cuántos socialdemócratas se unirán por cada queer? ¿Qué solución es más plausible que lo queer y el decrecentista se modere o que el socialdemócrata se radicalice?

                Nos guste o no, para que una persona que ha asumido el capitalismo como una vía y la socialdemocracia como alternativa más cercana a la izquierda la se “radicalice” o, al menos entienda como viable el anticapitalismo, hace falta tiempo. ¿Será suficiente tiempo de aquí a las elecciones europeas? No lo creo.



El miedo a la diversidad

        De manera machacona y permanente se habla de la unidad como condición necesaria e indispensable para la izquierda. Yo no estoy de acuerdo. Creo que es importante que entendamos que, mientras unos partidos trabajan con el centro ideológico (para “hacerlo” izquierda tibia) otros trabajan con la izquierda tibia (para hacerla moderada) y los de izquierda moderada trabajan con los suyos (para hacerlos izquierda radical). ¿Es posible la unidad a distintos ritmos? No lo creo.

       Creo que lo único plausible es la unidad direccional o, dicho de otro modo, la colaboración activa. Para las elecciones europeas, donde es importante dar un buen mordisco electoral y testar fuerzas, todas estas izquierdas deben colaborar, pero no para las municipales ni generales. Para los comicios estatales la colaboración se debe plasmar en el congreso con pactos útiles pero no durante la campaña electoral.

      Durante la campaña electoral debemos ser capaces de ampliar la representatividad de la izquierda. Que quienes tengan una visión muy altersistema y quienes aun se posicionen en la izquierda mas tibia estén representados. Que ambos nichos electorales puedan confluir en una manifestación y autocontagiarse sin decepciones por ser demasiado tibios o demasiado radicales. Olvidarnos de ser un pesado elefante para tratar de ser un banco de pequeños peces que deciden aletear hacia un mismo camino, cada uno a su ritmo, con sus diferencias, pero con la visión puesta en la convergencia. Un frente de masas funcional que no estructural.






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