miércoles, 16 de febrero de 2011

Suomen yksi päivä (Un día finlandés)

                Una de las cosas que se oyen sobre los escandinavos es su frialdad. Desde el momento en el que decides venir hacia aquí mucha gente de tu entorno de una forma o de otra te previene de lo que ellos piensan que te vas a encontrar aquí. Es muy típico oír que son fríos, distantes y poco amigos de relacionarse en público y en cierta forma lo son, pero a su modo no como nosotros lo entendemos.

                Cuando llegué aquí me sorprendió cómo me acogió la universidad y cómo, poco después, me trataban en clase. Los finlandeses son callados, vergonzosos y les gusta mantener cierta distancia con las personas que se relacionan pero son extremadamente amables y hospitalarios. Sé que suena raro, y de hecho si me lo hubiesen dicho en mis primeras semanas aquí a mí también me lo hubiera resultado, sin embargo cuando llevas aquí un tiempo y conoces su forma de ser, cuando logras empezar a entender su forma de ver la vida te das cuenta de que lo que te han contando no es cierto. Comienzas a darte cuenta que suelen ser muy educados y que si se lo pides te ayudan en cualquier cosa. No es común, en cambio, que se ofrezcan ellos solos (son muy vergonzosos) pero esto no significa que no quieran ayudar. 

                Hace unas semanas mi profesora de prácticas me invitó a comer a su casa. Yo bastante extrañado ante esta invitación la rechacé lo más escusadamente posible ya que me parecía algo bastante extraño. Pero la invitación siguió hay día tras día, hasta que tuve que aceptar. Antes de que penséis que mi profesora estaba un poco loca (aunque un poco quizá sí que lo estuviera) he de decir que la relación alumno-profesor en Finlandia es mucho más estrecha que en nuestro país (ya os lo explicare en algún otro post)



                              Estos son los arboles tipicos de aqui, perdonad que no salgan enteros pero es que son enormes los jodios.


                Llegó el famoso día y después de la práctica me llevo en coche hasta su casa. Vivía en un pueblecito de no más de 80 habitantes en torno al lago Pyhäjärvi en el interior muy cerca de Ulvila a unos 50 kilómetros de la ciudad. Ella, que se hacía todos los días ese recorrido para ir a trabajar, no entendía muy bien mi cara asombrada. Todo eran arboles enormes y vegetación solo interrumpida por una carretera estrecha y serpenteante llena de nieve y grava que tenía continuos cambios de rasante: era como ir por una carretera de rally. 

                Al llegar a la casa me di cuenta que el pueblo consistía en múltiples casas de dos alturas esparcidas por un inmenso páramo casi sin árboles donde todo eran campos de cultivos ahora ocultos por la nieve. Alrededor de la casa había unos tres turismos, dos tractores una especie de cabaña garaje donde unos chavales arreglaban otro coche, varias motos y una montaña de troncos de árboles cortados en pedazos. Mi primera impresión fue como la de una película mala de tele 5 por la tarde: típico yankee urbanita que llega a un área rural llena de red necks” donde todo es estrambótico, nada más lejos de la realidad.


Minne menetkin, näetkö (Allá donde fueras haz lo que vieras)


                Tras las presentaciones de rigor, me invitaron a pasar a su casa y dejar mis cosas. Me dieron un par de esquíes y dos bastones y… ¡hala, a esquiar! Aún no os lo he contado pero si hay algo que les encanta a los finlandeses es el esquí de fondo. Siendo sincero, no le encuentro la gracia. Vale que esquiar es divertido, pero es divertido cuando bajas cuestas no cuando además de andar por terreno llano de vez en cuando tienes que subir repechos. Así que puse buena cara y traté de esquiar lo mejor que pude (otro día os explico mi relaciona amor odio con el esquí)

                Se nos hizo de noche (cosa que agradecí) así que tras hora y media besando nieve con la cara decidimos que lo mejor era comer algo para cenar. La planta baja de la casa era de un solo habitáculo presidido por una enorme estufa de leña que servía de horno tipo italiano, tenía un habitáculo para horno europeo (que no usaban) y unas tuberías vistas que subían a la planta de arriba y calentaban las habitaciones. La cocina, comunicada por el comedor, destacaba por su desorden: no es una parte fundamental en la vida finesa. El salón, como el de la mayoría de los europeos, giraba en torno a una gran televisión pero dejaba espacio suficiente para el esparcimiento. Más allá de los sofás, a mano izquierda había una mecedora biplaza con un revistero y útiles de ganchillo a su lado. A la derecha y en curiosa relación con las escaleras de subida había una maquina de correr y una bicicleta estática. La decoracion no era muy profusa, eso si, todo estaba hecho en madera. Le daba un aspecto acogedor aunque muy diferente a lo que seria nuestra forma de entender lo acogedor. Por poner un ejemplo no había cortinas y apenas cuadros decoraban una sosa pared monocromática.




Cuando todavía no estaban todos en la mesa comenzaron a servir la cena y a… la palabra es engullirla. Aún no os he hablado de la gastronomía finlandesa así que no os daré muchos detalles, sólo os diré que cuando estás en un sitio extraño no puedes andarte con remilgos ni descortesías así que, si te ponen spaguetti con kétchup o una especie de bocadillo de pan sabor a regaliz con mantequilla lonchas de queso graso y rodajas de pepinillos en vinagre por encima hecho con todo el amor del mundo… te lo comes con una sonrisa de oreja a oreja aunque por dentro eches de menos que Arguiñano no tenga videos con subtítulos en finés.
            
          Lo que vino después os lo contare en el siguiente post que este me está quedando muy largo y tampoco quiero aburriros

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