A
veces las prisas no son buenas pero, como dijo una vez Pablo Iglesias en una
charla, me empieza a apetecer tener sexo en la primera cita y no estar
demasiado tiempo mareando la perdiz para nada. Algo así nos ocurre a muchos activistas
(palabra que odio por cierto) comenzamos a perder la paciencia aunque,
analizando las cosas racionalmente, somos conscientes de que los procesos ocurren
cuando ocurren y no antes por mucho que se fuercen.
En
mi caso, siendo sincero, durante mucho tiempo me he enfrentado a marxistas ortodoxos y acérrimos
de la “pedagogía política” que aseguran que el proceso de transformación social tardará varias generaciones en llegar. Yo no tengo varias generaciones,
no por falta de paciencia o de años por cumplir (tengo 26 años), si no por
necesidades casi inmediatas que surgen en mi entorno. Sin embargo, en las
últimas semanas noto como otro sector comienza a decir que es el momento de
abordar la vía institucional para ocupar un espacio partidista desocupado
actualmente por el trasnochado elenco de partidos existente. Entre ambos, cómo
no, hay otro grupo minoritario que continúa en ese ridículo entrismo que
pretende que entrando en las bases de los partidos o sindicatos transformarlos desde dentro para que sirvan como
herramienta de cambio. Supongo que la verdad/realidad no se encuentra
totalmente en ninguno de los grupos mencionados y que todos, en su medida, algo
de razón llevan, sin embargo, como no podía ser de otra manera yo no abogo por
ninguna de las dos vías.