A
veces las prisas no son buenas pero, como dijo una vez Pablo Iglesias en una
charla, me empieza a apetecer tener sexo en la primera cita y no estar
demasiado tiempo mareando la perdiz para nada. Algo así nos ocurre a muchos activistas
(palabra que odio por cierto) comenzamos a perder la paciencia aunque,
analizando las cosas racionalmente, somos conscientes de que los procesos ocurren
cuando ocurren y no antes por mucho que se fuercen.
En
mi caso, siendo sincero, durante mucho tiempo me he enfrentado a marxistas ortodoxos y acérrimos
de la “pedagogía política” que aseguran que el proceso de transformación social tardará varias generaciones en llegar. Yo no tengo varias generaciones,
no por falta de paciencia o de años por cumplir (tengo 26 años), si no por
necesidades casi inmediatas que surgen en mi entorno. Sin embargo, en las
últimas semanas noto como otro sector comienza a decir que es el momento de
abordar la vía institucional para ocupar un espacio partidista desocupado
actualmente por el trasnochado elenco de partidos existente. Entre ambos, cómo
no, hay otro grupo minoritario que continúa en ese ridículo entrismo que
pretende que entrando en las bases de los partidos o sindicatos transformarlos desde dentro para que sirvan como
herramienta de cambio. Supongo que la verdad/realidad no se encuentra
totalmente en ninguno de los grupos mencionados y que todos, en su medida, algo
de razón llevan, sin embargo, como no podía ser de otra manera yo no abogo por
ninguna de las dos vías.
Por
un lado usar la vía institucional para transformar la sociedad es una de las
formas clásicas y probablemente más efectivas que existen. El problema no es
hacer un partido político, el problema es encontrar el clima sociológico que
haga que el partido resultante tenga algún tipo de opción y que, además, ese
partido sea capaz de sortear las numerosas trabas que propio sistema ofrece.
Las trabas propias del sistema incluyen el factor mediático, económico y policial-represivo
como principal problema. Los problemas del clima sociológico suponen sobre todo
el dualismo revolución v.s. moderación, la capacidad contra-hegemónica propia,
expectativas de la ciudanía y la capacidad de infiltración en los problemas de
la sociedad. Como último y por si fuese poco un partido político nuevo que
desee disputar el poder necesita irremediablemente unas estructuras de mínima
solidez tanto internas (métodos de participación, debate y estructuración
representativa) como ideológicas (finalidad y objetivos a corto, medio y largo
plazo). Y sí, estoy de acuerdo que es un análisis algo superficial, pero estos
son los problemas inmediatos que, al menos yo, veo como mínimos a las propuestas
que escucho.
Una
vez que enumeras problemas estos “vanguardistas del pulso político” se
suelen poner a la defensiva y empieza la retahíla clásica: “Si los partidos pequeños de la izquierda se
unieran… si los grupos sociales convergiesen… si los sindicalistas de base, los
de verdad, tomaran el poder…” Si yo fuera Supermán o el hombre
invisible ya me habría cargado a más de uno/a pero como no lo soy, no me lo
planteo, es así de simple. Después comienza la parte que yo llamo “lógica” “Si en el fondo todos buscamos los mismo… si
las izquierdas persiguen un futuro igual… Si Syriza pudo por qué nosotros no…
Mira Latinoamérica…” Dos datos obvios, no estamos en Latinoamérica y Syriza
no nace de repente sino que tras 10 años de intenso y duro trabajo se
encontraron con un clima propicio para ser escuchados. De hecho, probablemente,
si la crisis no les hubiera cogido con esos 10 años de trabajo previo no
habrían sido capaces de plantarle cara al poder. Lo que no hemos conseguido entender es que hacer política institucional es como coger una partida de ajedrez ya empezada: tienes las piezas que tienes, la fase del juego es la que es y las normas son las que son. Si crees que puedes ganar juega, sino... juega a otra cosa o cargate el tablero.
Partidos, grupos y sindicatos
No
lo voy a negar, tienen razón en algunas cosas (sobre todo en el plano teórico)
pero antes de hacer castillos en el aire hay que plantearse muy bien cuál es el
contexto y la realidad en la que uno se maneja. Es cierto que existe un espacio
político muy claro que no está siendo ocupado por nadie. Ni la izquierda
abertzale, radical en sus bases pero profundamente socialdemócrata en sus
cúpulas, quiere ocuparlo y menos aún dejar que sus bases lo planteen. Saben
que esta posición les permite una salida soberana con el PNV (si las
condiciones objetivas lo permitieran) a la vez que se mantienen en posturas
proclives a negociaciones y pequeñas victorias políticas que necesitan tras la
debacle sociológico-hegemónica tras el fin de ETA. Izquierda Unida por su parte
es una amalgama imposible entre partidos anticapitalistas, partidos a la
izquierda de la socialdemocracia (que no tienen muy claro el modelo económico)
y partidos socialdemócratas muy cercanos al centro izquierda. Es decir es un
mamotreto que en ocasiones avanza dos pasos para después retroceder dos y
medio. Hace tiempo que se anuncia una escisión (cada vez más evidente) pero que
nunca llega. Los años de declive tras la marcha de Anguita han supuesto muchos
pufos económicos, clientelismo y favores internos difíciles de solucionar con
escisiones pero aún mas difíciles manteniéndose unidos. Todo esto impide su
radicalización y acercamiento real al pueblo.
Por
otro lado la izquierda extraparlamentaria y los sindicatos tienen el mismo
problema que los grupos de activismo social: todos piden la unidad pero nadie
se une. Es sencillo de entender, todos piden la unidad hacia sí mismos y que
los demás acepten su cosmovisión. Así es imposible. Pero sobre cualquier otra
cuestión es imposible por la falta de autocrítica de estos grupos. Aunque
prácticamente todos dicen ser muy críticos consigo mismos es bastante incierto.
Pocos grupos sociales han sido capaces de aceptar que su trabajo durante los 90
en adelante (excluyendo a algunos de izquierda abertzale) ha sido parchear el
sistema y ser un motor socialdemócrata artificial, es decir, fueron parte del
sistema y una parte pequeña de quienes nos empujan al abismo. Cierto es, que
todo está cambiando, pero demasiado lentamente. Veremos que ocurre cuando el
fin de las subvenciones y las necesidades sociales, cada vez más urgentes,
lleguen a un punto de ruptura necesaria con las dinámicas que traían hasta ahora.
Los grupos de izquierda parlamentaria, en cambio, tienen el efecto contrario.
En su ortodoxia argumental y en esa posición digno-teórica pero poco práctica
han entrado en un bucle endogámico que les aleja kilómetros del pueblo. Algunos
siguen creyendo que como tienen razón acabarán escuchándoles, pero no hacen
nada porque la gente les entienda. Como decía Ludovico Silva: “Si los loros
fueran marxistas, serían marxistas ortodoxos”
Lo que la gente demanda
Hay
cosas innegables, la gente demanda cambios y partidos nuevos. Ya ocurrió con el
15M y parece que ahora se lo piden a Ada Colau y la PAH o lo intentan otros como
Frente Cívico. Solo hay una pega: ¿Quieren cambios profundos que propicien un Estado
más justo y equitativo o quieren mantener el nivel y la forma de vida que
conocían antes? De primeras parece una pregunta no excluyente pero en realidad sí
que lo es. Un Estado mejor, más justo y equitativo supone una revolución política,
social y cultural que pocos hoy están dispuestos a asumir. En primer lugar
porque supone esfuerzo, en segundo porque supone trabajar más y en tercero
porque irremediablemente se vivirá peor durante el proceso de transición. Lo
que la gente aún demanda hoy no es una revolución si no una cara nueva que
reforme lo que existe para hacerlo más agradable. Una pinza para la nariz
mientras siguen tragando mierda, saben que es mierda y lo asumen mientras
tengan azúcar para echarle. ¿Está la gente preparada para un partido de
discurso radical? Yo creo sinceramente que no. La hegemonía sigue del lado
neoliberal y los “intelectuales” de los medios siguen en poder de las clases
dominantes. Mientras los grupos no-partidos (sindicatos, mareas, plataformas y
grupos activistas) no consigan plantar cara a la hegemonía y radicalizar el
sentido común de las masas ningún partido podrá radicalizar su discurso. No se
dan las condiciones objetivas (aún) y la culpa no es de los partidos si no de
los grupos de ciudadanos que no estamos haciendo el trabajo que nos
corresponde. Si seguimos así de incompetentes la rueda capitalista nos
aplastará y, aunque echemos la culpa a los políticos, todos sabemos que la culpa
es nuestra.
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