He escrito muchas cosas que no subo y que puede que empiece a subir. Algunas cosas fruto del momento y otras de la pausa, unas con vigencia permanente y otras no. La de hoy sigue vigente porque pocas cosas cambian cuando las mañanas dejan de serlo y las noches no sirven para dormir.
Me despierto y son las 12. Otra
noche trasnochada para otra mañana sonámbula. Otro día sin demasiado que hacer
pero con la falsa esperanza de hacer algo productivo. Y me siento y te escribo
y después comienzo a trabajar palabras que a nadie importan. Y leo y leo y me
formo porque a veces pienso que de letras apelotonadas en retina salen ideas
locas pero geniales para una gente a la que no le apetece reflexionar sobre
ellas. Entonces ingiero sinsabores de comida desestructurada por apatía en
la cocina mientras me desinformo con la televisión. Cuánta razón tenías en
tantas cosas.
Entonces
me hago tiempo a veces con risas baratas otras con juegos idiotas, las menos
leyendo pero siempre pendiente de actualizaciones en Facebook que no llegan,
que no me interaccionan. Las paredes me miran inquisitorias en espera de unas
respuestas que no tengo. Y me apuñalo preguntas duras para respuestas difíciles
que me interrumpe un sonido de llaves en la casa. Por fin alguien dentro, pero
la mierda se acumula y a nadie estorba.
Llega
la hora, como siempre apuro demasiado las manecillas, llegaré tarde. Hoy ha
sido el Facebook, ayer escribir o el Whatsapp, no lo recuerdo, y el anterior
recordar que tenía que ducharme. Salgo rápido, ojalá ágil, como si pudiese
arañarle segundos al tiempo. Comienza a notarse el invierno con su aire frio recorriendo
un cuerpo no abrigado lo suficiente. Quizá llueva. Definitivamente no había
mirado por la ventana en todo el día, para qué.
Las
voces del metro me trastornan aunque las apague con tu música en el mp3. Saco
una novela que debía haberme acabado hace semanas y me asaltan ideas geniales,
argumentos, formas de revolución que al llegar a mi destino no convencen a
nadie. Todo el mundo escucha su propia canción y la mía se apaga entre sus oídos.
Dos comentarios superficiales y vacíos sirven para desechar todo un
argumentario teóricamente estructurado. Se necesitan de emocionalidad y de un entusiasmo
que parezco no darles y prefieren pintar las aceras con tiza de colores a plantar
cara de forma solida y organizada. Son los adalides de la “evolución” interior
y el posthippiesmo progre.
Vuelvo
a casa con dolor de cabeza y un hambre punzante. Se ha pasado la hora de cenar
en contrargumentar y reexplicar conceptos que ya debieran haber sido
asimilados. Y me vuelvo en el metro pensando cuánta razón tenías en tantas
cosas. Me pienso en pasado y me detesto. Demasiado orgulloso para no escuchar,
demasiado entusiasta para no dejarme llevar, demasiado… demasiado para no pedir
ayuda, demasiado… demasiado para no perdonar, demasiado para no concederme ser
débil.
Entre
esto me pienso y no me encuentro. Me fui para conseguir una revolución personal
demasiado intensa para el tiempo que tuve. Me volví, aunque me costó, para
llevar a la práctica esa revolución y me encontré con otra que no quería a mí. Hoy
quizá tengan más sentido ambas revoluciones pero… para qué. Yo ya me he
revolucionado y reinstaurado en un nuevo régimen, débil aun pero firme y
asentado pero… ya para qué. La otra revolución no termina de llegar ni tampoco
termina de llegarme. Hoy tiene más sentido que nunca, pero sin ti… para qué. No
quiero una revolución sin ti y sin tanta razón como tenías en todo. Sin esas
conversaciones eternas o sin esos abrazos especiales.
Llego
a casa y la mierda se acumula en el fregadero, a nadie molesta. Me hago una
cena con lo primero que encuentro y al microondas. Dos conversaciones intrascendentes
y tres juegos del móvil después voy a mi colchón de tortura. De nuevo Morfeo no
me visita esta noche pero me deja pensamientos y sentimientos de ayer que me
desangran hoy. Y me entretengo en internet mientras de reojo miro el Whatsapp,
el Facebook y fotos que no me hacen bien pero que no puedo evitar mirar. Me
tumbo viendo una serie a la que no presto atención a la espera de dormir. Ayer
mi cerebro convirtió mis deseos en sueño y durante un tiempo todo tenía más
sentido y era más fácil. Las cosas se concedían posibilidades y
reconstrucciones, las conversaciones no se forzaban y los abrazos ya no se concedían,
se regalaban. A ver que me depara esta noche o este amanecer, lo que tarde Morfeo
en encontrarme acordándome de esas otras noches donde ocupábamos las horas
insomnes dentro de un coche con la luna de fondo, donde las palabras y las
caricias nos arropaban. Noches que ya solo me atrevo a recordar en duermevela
pero ya… para qué.
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