viernes, 29 de marzo de 2013

Otro día más



He escrito muchas cosas que no subo y que puede que empiece a subir. Algunas cosas fruto del momento y otras de la pausa, unas con vigencia permanente y otras no. La de hoy sigue vigente porque pocas cosas cambian cuando las mañanas dejan de serlo y las noches no sirven para dormir.



            Me despierto y son las 12. Otra noche trasnochada para otra mañana sonámbula. Otro día sin demasiado que hacer pero con la falsa esperanza de hacer algo productivo. Y me siento y te escribo y después comienzo a trabajar palabras que a nadie importan. Y leo y leo y me formo porque a veces pienso que de letras apelotonadas en retina salen ideas locas pero geniales para una gente a la que no le apetece reflexionar sobre ellas. Entonces ingiero sinsabores de comida desestructurada por apatía en la cocina mientras me desinformo con la televisión. Cuánta razón tenías en tantas cosas.

                Entonces me hago tiempo a veces con risas baratas otras con juegos idiotas, las menos leyendo pero siempre pendiente de actualizaciones en Facebook que no llegan, que no me interaccionan. Las paredes me miran inquisitorias en espera de unas respuestas que no tengo. Y me apuñalo preguntas duras para respuestas difíciles que me interrumpe un sonido de llaves en la casa. Por fin alguien dentro, pero la mierda se acumula y a nadie estorba. 

                Llega la hora, como siempre apuro demasiado las manecillas, llegaré tarde. Hoy ha sido el Facebook, ayer escribir o el Whatsapp, no lo recuerdo, y el anterior recordar que tenía que ducharme. Salgo rápido, ojalá ágil, como si pudiese arañarle segundos al tiempo. Comienza a notarse el invierno con su aire frio recorriendo un cuerpo no abrigado lo suficiente. Quizá llueva. Definitivamente no había mirado por la ventana en todo el día, para qué. 

                Las voces del metro me trastornan aunque las apague con tu música en el mp3. Saco una novela que debía haberme acabado hace semanas y me asaltan ideas geniales, argumentos, formas de revolución que al llegar a mi destino no convencen a nadie. Todo el mundo escucha su propia canción y la mía se apaga entre sus oídos. Dos comentarios superficiales y vacíos sirven para desechar todo un argumentario teóricamente estructurado. Se necesitan de emocionalidad y de un entusiasmo que parezco no darles y prefieren pintar las aceras con tiza de colores a plantar cara de forma solida y organizada. Son los adalides de la “evolución” interior y el posthippiesmo progre.

                Vuelvo a casa con dolor de cabeza y un hambre punzante. Se ha pasado la hora de cenar en contrargumentar y reexplicar conceptos que ya debieran haber sido asimilados. Y me vuelvo en el metro pensando cuánta razón tenías en tantas cosas. Me pienso en pasado y me detesto. Demasiado orgulloso para no escuchar, demasiado entusiasta para no dejarme llevar, demasiado… demasiado para no pedir ayuda, demasiado… demasiado para no perdonar, demasiado para no concederme ser débil.

                Entre esto me pienso y no me encuentro. Me fui para conseguir una revolución personal demasiado intensa para el tiempo que tuve. Me volví, aunque me costó, para llevar a la práctica esa revolución y me encontré con otra que no quería a mí. Hoy quizá tengan más sentido ambas revoluciones pero… para qué. Yo ya me he revolucionado y reinstaurado en un nuevo régimen, débil aun pero firme y asentado pero… ya para qué. La otra revolución no termina de llegar ni tampoco termina de llegarme. Hoy tiene más sentido que nunca, pero sin ti… para qué. No quiero una revolución sin ti y sin tanta razón como tenías en todo. Sin esas conversaciones eternas o sin esos abrazos especiales.

                Llego a casa y la mierda se acumula en el fregadero, a nadie molesta. Me hago una cena con lo primero que encuentro y al microondas. Dos conversaciones intrascendentes y tres juegos del móvil después voy a mi colchón de tortura. De nuevo Morfeo no me visita esta noche pero me deja pensamientos y sentimientos de ayer que me desangran hoy. Y me entretengo en internet mientras de reojo miro el Whatsapp, el Facebook y fotos que no me hacen bien pero que no puedo evitar mirar. Me tumbo viendo una serie a la que no presto atención a la espera de dormir. Ayer mi cerebro convirtió mis deseos en sueño y durante un tiempo todo tenía más sentido y era más fácil. Las cosas se concedían posibilidades y reconstrucciones, las conversaciones no se forzaban y los abrazos ya no se concedían, se regalaban. A ver que me depara esta noche o este amanecer, lo que tarde Morfeo en encontrarme acordándome de esas otras noches donde ocupábamos las horas insomnes dentro de un coche con la luna de fondo, donde las palabras y las caricias nos arropaban. Noches que ya solo me atrevo a recordar en duermevela pero ya… para qué.

No hay comentarios:

Publicar un comentario