Hay
ocasiones en las que uno repasa su vida profesional y se da cuenta de que la
mayor parte de las veces se ha sentido como un imbécil o con cara de gilipollas
en lugar de orgulloso con lo que hace. Por desgracia, en mi caso, a la cara de
idiota se le une la indignación y la rabia. Lo voy a dejar claro antes de
empezar: no me arrepiento de nada de lo que he hecho en los últimos nueve años,
mi crecimiento personal ha sido enorme, el profesional está por demostrar. No es
que lo ponga yo en duda, si no que pongo en duda que me dejen demostrarlo.
Te
quedas con cara de gilipollas cuando con 17 años decides que quieres trabajar
para ganarte tu dinero y usarlo, a diferencia del resto de los adolescentes que
te rodean, en financiar tus estudios jodiendote, parcialmente, el verano. Lo
único que a esa edad (junto con tocar una teta a mi compañera de pupitre
mientras degustas sus babas) merece la pena exprimir al máximo. No es que creo
que sea algo admirable ni digno de elogio si no que, allá por el año 2003 donde
los créditos fluían a espuertas, el vago que “estudiaba” contigo en clase y se
la sudaba todo, ganaba una pasta terrible en la construcción. Sí, aquel que no
se sacó ni la ESO repitiendo ni por diversificación, te miraba con aire de superioridad
desde su Audi o BMW, el más listo conducía un M3.
Te
quedas aun con más cara de idiota cuando otro de los “espabilados” que
comparten fines de semana contigo, te dice que su padre le ha dejado un par de
parcelas de garaje para que aprenda de primera mano cómo funciona el mundo inmobiliario
(ya se sabe, para que el chaval se haga un buen bussines-man) De este modo
mientras tú te tiras 12 horas diarias en un restaurante pseudopijo aguantando a
snobs variopintos por cuatro duros, el con dos clicks en internet se ha sacado
en diez minutos todo lo que fue mi sueldo ese verano.
Pero
no pasa nada porque tú estás labrándote tu futuro, encaminas la universidad y
serás un hombre de provecho: trabajador ante todo, honrado y con futuro
(valores grabados a fuego por mis padres). No es que reniegue de mis orígenes ni
que tenga aspiraciónes burguesas, provengo de un barrio y una familia
netamente obrero pero estas cosas jodían.
Después
llegó la universidad y elegí una carrera que yo creía científica. Digo creía
porque allí el pensamiento crítico y/o científico brillaba por su ausencia. Era
lo más parecido a una cadena de montaje donde entrabas sin tener ni idea y salías
sabiendo lo justo para servir de mano de obra en una gran empresa llamada
Osakidetza. ¿Pensamiento crítico? ¿Criterio? Mejor dicho… ¿algún tipo de
pensamiento? Era algo así como: Si sabes poner vías, inyecciones, cremitas y
leer prescripciones medicas ya estás listo para que pongan vidas ajenas en tus
manos, ale ¡a currar! Pero yo, preocupado realmente de mi formación no hacía más
que preguntar a mis profesores consiguiendo la mejor respuesta de todas: “No te preocupes por eso, tu céntrate en
aprobar y así en verano podrás trabajar” “¿Para qué quieres saber eso? Si de
verdad te interesa haz medicina” Pero lo peor eran las miradas de tus
hipócritas y trepas compañeros que pensaban que solo querías destacar para conseguir el favor del
profesorado… ridículo.
Acabé
enfermería pero por obra y gracia de unas incompetentes profesoras que
recorrigieron con otros criterios un examen que ya tenía aprobado (una larga
historia) tuve que ir a septiembre. Otra vez cara de idiota. Mientras tus
compañeros consiguieron contratos donde ganaban más de dos mil euros mensuales
yo tuve que encontrar uno de mileurista. Con lo que ahorré ese verano (unos
2000 euros) me fui a Valencia a estudiar fisioterapia, a seguir formándome. Ni
que decir tiene que mis compañeros siguieron encadenando contratos que, además,
compaginaban con otros empleos reportándoles en total unos tres mil euros
limpios al mes. Yo mientras tanto conseguí, de casualidad, un trabajo de
enfermero por 750 euros al mes en Valencia con el que llegaba justo a fin de
mes, ya que había decidido emanciparme de mis padres. En valencia ya se notaba
la crisis y la sobredemanda de enfermeras por lo que el trabajo no abundaba.
Ya
no solo era el piso, la universidad (gracias me cago en vuestra puta madre ricachona gobierno por negarme becas), la colegiación
y sus sangrantes mensualidades, comer y divertirme a veces… es que me dio por
seguir formándome en enfermería con cursos que me parecían interesantes y productivos
para mi formación. De este modo sumando los apuros económicos, las dificultades
de trabajar y estudiar al mismo tiempo, la formación postgrado y las
dificultades propias del recién emancipado era prácticamente el hazme reír de
quienes habían compartido conmigo formación.
No
solo ellos se habían comprado coches nuevos y habían viajado por media Europa, vivían
desahogadamente, se daban todos los caprichos que les apetecía y encima sus
cursos de mierda a distancia puntuaban incomprensiblemente hasta diez veces más
que los míos. Además tenían tiempo para ir al euskaltegui para aprender
euskera, que también puntúa para Osakidetza (gracias escuela pública por
enseñarme una puta mierda hacerme un analfabeto en euskera). Con este panorama
cuando vuelves en verano a tu tierra te quedas con cara de gilipollas. Aprendí
mucho como persona y como profesional y eso me hizo estar orgulloso de mi mismo…
pero con cara de gilipollas.
Terminé
fisioterapia mientras trabajaba por fin en Osakidetza los veranos cobrando un
sueldo muy alejado a lo que proporcionalmente gana cualquier obrero lo que, cierto es, me
permitió cierta solvencia. Entonces, decidí finalizar mi ultimo año de formación en Finlandia, un país donde aprendí muchísimo como profesional y como persona. Ni que decir
tiene que me gasté allí todo lo que tenía ahorrado (gracias Generalitat Valenciana
hijos de puta por no darme ni un céntimo en la beca de movilidad europea) ya
que seguía totalmente emancipado. Al volver a Bilbao cual fue mi sorpresa, la
sobreoferta de enfermería había terminado: llegaba la crisis.
Llegó
la crisis pero, en un alarde de optimismo, decidí gastarme mas de tres mil euros en un
postgrado súper interesante sobre fisioterapia respiratoria (tení un profesorado internacional de primer nivel) donde aprendí mucho
y me capacitó para trabajar en un área que en este país de mierda no presta
ninguna atención. Diría más, ni los putos médicos conocen la potencialidad de
estos conocimientos en el bienestar y tratamiento de pacientes. Además, como
no, Osakidetza se la pela no le importa que lo haya estudiado, ni lo puntúa. Para poder sobrevivir (porque
seguía emancipado pese a volver a mi ciudad) y al no encontrar trabajo de
enfermero me puse a trabajar en un bar de pijos malnacidos snobs en régimen de
explotación.
Ante
este panorama se te queda cara de idiota cuando tus compañeros, que siguen
trabajando (porque enchufados les conocen en los servicios donde ya trabajaron
y los reclaman dedocracia) te miran con una cara entre sorpresa e incredulidad al
verte sin trabajo. Tienes que oír cosas como: “A mí me va fatal hace casi dos meses que no me llaman, he tenido que
reducir gastos no sé como lo voy a hacer ahora, antes me gastaba casi todo el
sueldo cada mes” Se te queda cara de idiota cuando te dicen que están tirando
de ahorros para vivir… ¿Ahorros? ¿Después de cuatro años sacándose unos treinta
mil euros al año y viviendo en casa de sus padres?
Pues
resulta, para colmo de males, que cometí un error en el formulario de inscripción
de la bolsa de trabajo de Osakidetza. Un error que hace que en lugar de figurar en las
listas de contratación 1 (las que legítimamente me corresponden) estoy en las
listas de contratación 4. Es decir, que por delante de mí están incluso quienes
acabaron el año pasado la carrera y ni tienen experiencia ni formación de postgrado.
Y se te queda cara de idiota… y lo peor es que no hay posibilidad de
solucionarse en los próximos, como mínimo, dos años.
No
voy a desgranar mi currículum pero tengo dos carreras varios cursos postgrado y
una especialidad en fisioterapia que al parecer este país de mierda no pretende
aprovechar (con el ahorro económico que le supondría). Que tuve que mendigar
para hacer la investigación en mi tesina, en la que no pedía dinero sino que me
dejasen hacerla tranquilo. Que he trabajado (y aprendido) en un país extranjero
y que podrían aprovechar todo lo que yo he vivido. Que hablo perfectamente
inglés y manejo perfectamente las bases de datos científicas (me gustaría ver a
muchas de las que han sido mis compañeras de trabajo). Que después de todo eso,
del esfuerzo (para nada busco reconocimiento) de no depender en todo
este período de mis padres, de sufragar con mi trabajo toda mi vida los últimos
nueve años, de haberme dedicado a formarme como profesional crítico, científico
y académico soy un puto número en una lista. Un número que ni siquiera refleja
mi valía.
Se
te queda cara de gilipollas cuando te das cuenta de que si me hubiera quedado trabajando en Osakidetza
durante el tiempo de bonanza en lugar de crecer como profesional. Si no habría
cuestionado el sistema y me hubiese enfrentado a profesores y ególatras varios.
Si hubiese hecho la mierda de cursos a distancia y me hubiera olvidado de todo
lo demás… hoy no sería ni la mitad de persona que soy hoy, pero no tendría la
cara de gilipollas que tengo ya casi tatuada.
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