lunes, 9 de mayo de 2011

Äärimmäinen urheilu (Deportes de riesgo)


                Una de las primeras cosas que te recomiendan todos los Erasmus al volver es que te agencies cuanto antes una bici. Es el medio de transporte ideal, muy versátil, cómodo, y te da una libertad bastante importante a un precio muy bajo. Todo muy lógico y muy normal… excepto en Finlandia. 

                La primera vez que vi una calle finlandesa, bueno mejor dicho, la primera vez que intuí que bajo toda esa nieve había una calle finlandesa supe que iba a ser toda una odisea aclimatarse y desde luego, de los doce o trece millones de pensamientos que se me cruzaron el último de todos fue el de cruzar eso en bici. Primero porque cuando llegue caían unas nevadas del copón, que parecía que toda la nieve del mundo se hubiera vaporizado y se descargaba contra este pobre país y segundo porque cuando no nevaba, con el inmenso frio que hacía, la humedad ambiental se congelaba convirtiendo el aire en un perpetuo sirimiri de escarcha que a velocidad de caminante cala, pero a velocidad de bicicleta taladra la piel cual aguijón de abejorro

                Y es que a temperaturas máximas de diez bajo cero y en una ciudad que solo por el hecho de estar en la costa corre un aire que da gusto verlo (porque lo ves corretear cargadito de sirimiri helado) subirse a una bici desafiando los elementos una de las más arriesgadas aventuras que hay. Y mira que uno es vasco, chicarrón del norte y como buen norteño con una piel de osezno bien repleta de su buena grasilla michelinera, pero ni por esas. Que frío. Y da igual que te abrigues. En Vitoria los lobos salen con bufanda pero es que en este país el viento viene con ganzúa y se mete por el único rincón que tu abrigo permite para dejarte los pezones como toalleros. Bien sea un bolsillo abierto, bien que se te ha movido el guante o que no te has subido la cremallera lo suficiente: a la tercera pedalada estas más congelado que el tío del anuncio de gas natural. Así que nada tú, que ya vas con el tiempo justo, empiezas a encomendarte a tus santa hombría para tirar para adelante (hombría que se ha subido al estomago cual koala tiritando en busca de algo de calor) te repites una y otra vez que tu puedes, pero no hay forma.

                 A escasos trescientos metros de donde saliste te encuentras: con el labio cuarteado, la babilla congelada en plena comisura labial, la garganta pidiendo auxilio y las anginas regocijándose: ya verás mañana… ya verás que gustico te va dar beber algo frío. Eso sin contar con que estas medio bizco porque tu ojo a tenido la brillante idea de dejar correr una lagrimilla que, por supuesto, se ha congelado y solo puedes respirar por la boca porque tu nariz, en un afán de ayudar, ha decidido moquear como si no hubiera un mañana y a la tercera respiración, toda esa mucosidad se ha fosilizado. Y es que el cuerpo es así, yo creo que en estos casos se ponen todos los órganos a pensar a la vez y deciden putear como mejor saben. En definitiva pedalear a veinticuatro bajo cero como hice yo en mi primera vez, no es sano. Y si no es sano de normal con viento en contra no digamos principalmente porque empiezas a hacer cosas sin sentido. Apartas la mirada para que no se te congelen las retinas… empiezas a dar frenazos de repente ya que tanteas el freno porque, como dejas de tener sensibilidad en los dedos, no sabes dónde está… un caos.




                Y luego está la otra parte que le da más intríngulis a la situación: la nieve. Si los coches llevan cadenas por lo que pueda pasar y en Finlandia usan neumáticos de clavos… ¿Por qué las bicicletas de aquí tiene la cubierta que parece los neumáticos de seco de Alonso? Así que te caes, te fostias allí por donde vas hasta que tus piernas parecen las de un dálmata. No sabría deciros cuantas veces me he caído, eso sí, no me las había dado tan grandes y tan variadas en mi vida. La caída por frenar tarde, por frenar en curva, porque se te va la rueda de adelante o la de atrás, porque te emocionas y acelerando se te va un pie… cómo no los sientes o los sientes mas bien poco... 

                Claro luego cuando se va la nieve y aparece el hielo te quieres morir. Eso si que es una lotería en sí misma. La única forma de salir vivo de una calle helada es pasarla muy rápido si está muy lisa o con mucho cuidado si es abrupta. Si está muy lisa lo malo que tiene es el frenar que o te anticipas bien o terminas clavando los frenos y en consecuencia los dientes contra el suelo. Y si es más bien accidentada el riesgo que corres es que te puedes caer de la forma más ridícula de todas: en parado. No hay nada peor que se te pille una rueda entre dos bloques del hielo y totalmente quieto te vayas al suelo. Son caídas limpias sin riesgo ni dolor pero se descojona de ti hasta el más tonto, entonces te cabreas agarras la bici como si la dominaras mejor que nadie y te decides a salir de ahí cuanto antes a toda pastilla, resultado: te vuelves a caer.

                Mención aparte tiene el sistema que utilizan aquí para las bicicletas. Resulta que existe un organismo que se dedica a la obra social con indigentes y personas en riesgo de pobreza que se encarga también de los estudiantes. Sí aunque parezca increíble allí pueden ir personas con problemas reales en busca de comida, mantas o ayuda de algún tipo y estudiantes que viven a costa de sus padres de igual a igual. De hecho si fuéramos (que nunca hemos ido) los lunes y jueves reparten comida entre la gente necesitada. Les dan arroz, pan, algo de embutido, carne y creo que como unas sopas. Además allí puedes resguardarse del frío (en Finlandia, Pori al menos, está prohibido mendigar en la calle durante el invierno) comer y tomar un café caliente a un precio simbólico. Otro departamento de este lugar es el de alquiler de bicicletas. Aquí tiene un taller y almacén de bicicletas donde si pagas sesenta euros ellos te dan una bici y se encargan del mantenimiento. Si se te pincha rompe o tiene algún fallo mecánico ellos lo arreglan y te la devuelven. Un vez no necesites la bici la devuelves a la organización y ellos te reembolsan cuarenta euros que habían tomado como fianza. 

                De momento y en lo que llevo aquí he tenido dos bicis. La primera una bicicleta normal aunque un poco antigua de paseo pero con un sillín horriblemente duro. Cuando la vi por primera vez recién sacada del taller no tenía muy buena pinta pero lo cierto es que era bastante manejable pero se pinchó. Al día siguiente del pinchazo volví a la tienda para arreglarlo y en lugar de cambiarme la rueda me dieron otra bici que allí tenían para que pudiera volver a casa cómodamente. Creo que esta bici es una de las mejores cosas que tengo en Finlandia, me encanta. Es un modelo de carretera antiguo con manillar de competición corto y ruedas finísimas (ni os imagináis lo que es mantener el equilibrio en el hielo con ella). Es genial. Cariñosamente le llamo la “Espada”. Y es que una de las mejores cosas que tiene es una palanca que tira de una correa que va directamente al piñón y que su función es ganar eficacia mecánica en cada pedalada. Con esta palanca accionada con cada pedalada avanzo una barbaridad y como pesa muy poco lo cierto es que me muevo por la ciudad a todo meter. Como me dijo el señor que me la dio en la oficina social es la: high speed handgrip. Una caña. Las vueltas a casa desde entonces en plena embriaguez son mucho más divertidas. No solo porque vacilo a la mitad de los que voy sino porque las caídas son mucho mas brutales. 




2 comentarios:

  1. jajaja, eso si es arte para escribir sobre la bicicleta, que puntazo, a mi tambien me ha pasado eso de caerme por tumbarme mucho en una curva y que todos se partan el culo de mi, pero yo cuando me levanto tambien me rio que es sano.
    saludos ciclistas desde Vallecas

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  2. Gracias Javier. No sé si has probado a rodar por pistas de hielo y nieve, mas allá de lo cómico que puede ser en un entorno urbano, un pique sano sobre esta superficie es una experiencia para vivirla. Eso si, te recomiendo que lo hagas con neumaticos de clavos xD.

    Gracias por el comentario, un saludo

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