viernes, 6 de mayo de 2011

Tottele Isoäiti (Obedecer a la abuela)



                Sé que no voy a descubrir América si os digo que en Finlandia hace un frío que no es normal. Un frío que yo sigo sin explicarme cómo es posible que en aquellos tiempos (según oh-dios-Wikipedia los primero pobladores datan del ocho mil quinientos antes de Cristo) en los que ni el gas natural ni los abrigos ultra aislados con laser existían, algún degenerado pudiera pensar en Finlandia como un sitio para asentarse. O le funcionó muy mal el GPS o el termostato del cerebro se les quebró, porque dios mío por muy bonita que encontraran la cueva ¿Qué demonios hacían allí? Vamos a ver, o muy malas personas debían ser los del sur o muy antipáticos para no poder reconciliarse y buscar un lugar más calentito a pasar el invierno. Pero se ve que eran muy tercos y se quedaron. No se sabe muy bien de donde vinieron los primeros pobladores pero con lo animales que tenían que ser pudieron ser perfectamente navarros que se perdieron recogiendo espárragos. Cuentan que en poco después se inventó la sauna, lo que no se es como no se quemaron a lo Bonzo antes para conseguir calor.

                De todas formas el frío tiene sus ventajas. Aprendes enseguida a no babear: se congela la babilla. A no comer chicle con la temperatura muy baja: se congela el chicle y morderlo es como masticar piedras. Y de repente tienes una obsesión por sonarte bien los mocos antes de salir a la calle no sea que se te congelen cosa que es de lo mas incómodo que hay. De hecho las madres finlandesas acuestan a sus hijos en los porches durante el inicio del invierno para dormir la siesta. Los tiene ahí salvo que la temperatura baje de diez bajo cero para que se vayan acostumbrando al frío y crezcan más sanos. Así no se constipan dicen. Yo estoy convencido de que supermán nació de una madre que se olvidó de mirar la temperatura y el niño durmió a menos quince. 



                Lo que de verdad me impresiona, ya que el frío lo suponía, son los cambios de temperatura. Con el tiempo los finlandeses han conseguido un sistema de calefacción y aislamiento térmico de las casas excepcional. Tal es así, que prácticamente todas las casas están a una temperatura constante de veintidós grados. Eso significa que cuando en la calle hace veinticinco bajo cero la diferencia térmica es de casi cincuenta grados. Y nadie se resfría ni se constipa ni nada. Así que luego escuchas a tu abuela decirte: hijo mío porque no te llevas una chaqueta que va refrescar. ¡Ja! Que refresque lo que quiera que mis genes han debido de mutar ya porque este invierno ni un solo estornudo… ¡y anda que no ha refrescado!

                Luego vienen otros, los mas sentidos, y te dicen que el problema son los cambios de temperatura, que claro te abrigas mucho por la mañana porque te congelas a doce grados y a mediodía cuando sales, a veinte, es mucho cambio de temperatura para el cuerpo llevando la misma ropa. ¡Ja! ¡Pero si los finlandeses ni se inmutan! De verdad yo creo que a ellos el frío y el calor ni les toca pasa por donde están les saluda les rodea y se marcha. ¡No se desabrigan nunca! Y cuando salen, con la misma ropa que llevan en el interior… ni se inmutan. Da igual que en el centro comercial estén dos horas que dos minutos, tu allí los veras a veintidós grados con su abrigo, su gorro, su bufanda a juego con sus guantes bebiéndose un café calentito y pasando la tarde. Claro tú que a tu cuerpo no le ha dado tiempo a dejar de quemar calorías para mantenerte en calor en cuanto entras allí dentro sudas como un cerdo, así que te quitas ropa. Y lo más increíble es que cuando te ven medio desnudarte, sudando como un pollo y con unos colores que ni los guiris en Sevilla, abren los ojos como platos y medio tiemblan del frio que les da verte.
- ¿¡Pero si vas en manga corta!?
- Pero que hace veintidós grados nene…
-¿Y no tienes frío?
-Tú que llevas la sauna incorporada dentro del abrigo gore-tex ese ¿no?


                Porque esa es otra: Las saunas. Esta gente después de chuscarrarse la piel a más de ochenta grados les parece de lo más de agradable tirarse a rodar por la nieve… ¡por la nieve! Reconozco que sentarse en un banquito al frescor finés (veinte bajo cero para mi es la mejor temperatura para relajarse tras la sauna) mola. Sí es sorprendentemente agradable ver cómo, envuelto en una nube de vapor, tus pezones van convirtiéndose paulatinamente en toalleros punzantes. Pero eso para los escandinavos es pecata minuta. Como diría una buena amiga mía para ellos es como ir a un prostíbulo a pedir un abrazo. Así que ni cortos ni perezosos cogen carrerilla y sin pensarlo ni dos segundos se tiran a la nieve e incluso algunos de ellos nadan en  lagos congelados.

Al principio te asustas, te das cuenta que eso no es posible que eso sea agradable para nadie… vamos que yo no he visto nunca a un reno darse un chapuzón en un lago voluntariamente para pasar el rato. Pero luego, en un alarde de gallardía (y pura inconsciencia también) te da por intentarlo, por derretir toda la nieve que hay a tu paso. Así que te agarras los machos enfilas el camino hacia la calle y según pisas descalzo la nieve un calambrazo recorre tu cerebro: no lo hagas. Pero claro, con la velocidad que llevas, por mucho que frenes no hay manera así que mas que tirarte a la nieve te caes, más que rodar te estampas con la nieve y ves como todas tus funciones vitales entran en estado de shock. Te cuesta respirar tu cerebro deja de pensar y solo te dice, ¡corre dentro…tira! Así que, cual resorte te levantas casi noqueado y vuelves a la sauna. ¿Dónde está el placer os preguntareis? Según ellos en el después, vamos en el darte cuenta que aun sigues vivo. Realmente hay que dar gracias a que cuando inventaron la sauna aun no se había descubierto la pólvora porque sino estos hubieran inventado la ruleta rusa-finesa… ¡las sensaciones placenteras vienen después!



                Así que os podéis imaginar a mi pobre madre cuando le conté que esta gente acostumbra a salir en pelotas a la calle con la piel hirviendo en post de congelarse el trasero para sentirse bien. ¿Y no se ponen una chaqueta una manta o algo? ¡Se van a resfriar! Todo mentira. No volváis a creer a vuestras madres y/o abuelas, ni hace falta esperar dos horas para meterse en el mar, ni beber un refresco después de haberte tomado el obligatorio vaso de leche nocturno hace que crezca un monstruo en el estomago que te coma por dentro. ¡Pues no me he hecho cubatas en el pueblo después de cenar! Ama (mamá en euskera) si lees esto… todos sin alcohol prometido. 

                Así con todo temo lo que pueda pasar a mi regreso peninsular. Los inviernos me parecerán una piltrafa y a ver como convenzo yo a mi madre, que ya piensa que nací sin sentido del frio, de que seis grados puede ser un calor sin igual. Por no hablar de mis compañeros de universidad en Valencia a los cuales temperaturas inferiores a dieciocho grados les parece como mínimo fresquillo y por debajo de quince prácticamente frío polar. Eso sí, torrándose a treinta y cinco grados en la terraza de una cafetería están como en casa, cual salamandra en su piedra… horrible.

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