jueves, 14 de abril de 2011

Husky Päivä (Día de Huskies)

               

                Unos de los atractivos turísticos estrella de Laponia son las rutas en trineo tirado por huskies. La verdad es que a mi subirme a un carro para que cinco perros tiren de él no me llamaba demasiado la atención, pero a los franceses le parecía algo sublime. En concreto era el sueño que desde niña tuvo una de las galas. Así con todo, y como era una escusa como otra cualquiera para adentrarnos y visitar los bosques finlandeses nos enrolamos en una ruta de 15 kilómetros. Era un poco caro, pero… ¿qué no lo era en el Benidorm fines?

                Nos recogieron a la hora acordada en la casita de madera donde nos establecimos y nos llevaron en coche casi una hora hasta llegar a la granja. Era una granja de tamaño medio (no sé exactamente como son las granjas de perros) que tenía unos cien animales. No todos eran huskies, sino que más bien había todo un mapa racial de perros pobladores de las zonas frías del mundo, y de mestizos que por apariencia se habían quedado con lo mejor de cada genética parental. Estaban todos enjaulados al aire libre. Las jaulas no eran el suelo de todo perro pero tenían en el espacio suficiente como para moverse y juguetear por allí. Tan solo una perra vieja, de movimientos cansinos y medio ciega vivía en completa libertad y, según nos dijo la dueña era la madre de toda la camada de huskies canadiense (la mayoría) y de los mestizos. También era el único perro que tenía el privilegio de dormir dentro de la casa pues a sus diecinueve años resistir este duro invierno le iba resultar imposible.

                             
                                Surcado las nieves

                En global daba fuertes sensaciones opuestas. Por un lado esa superpoblación canina encerrada, ladrando nerviosa, que miraba con ojos bravos al vernos pasar deseando que abriéramos la puerta, daba mucha lástima. Sin embargo el cariño con el que trataban a todos y cada uno de los animales y la atención que les prestaban fuera de la granja desechaba este primer sentimiento. Según nos dijeron todos los días los sacaban a correr un mínimo de tres a cinco horas en función de si eran perros de competición o no. No obstante el marido de la señora que nos llevo hasta allí se encontraba en los pirineos compitiendo en una carrera internacional. Aun con las jaulas el olor a excremento recién salido del horno y esas sensaciones iniciales, las francesas y españolas exclamaron al unísono esa frase que cataloga desde un koala, un gato o el hijo del vecino: ohh….que mono!

                Al llegar nos metieron en una tienda réplica de las típicas casas sami y nos equiparon por completo. Es increíble como para ir hasta el polo todos nosotros nos gastamos un dineral en ropa que tenia los nombres más variopintos hasta hacernos creer que comprábamos directamente en la nasa: Microfibre frozen resitant tecnology, Ultra-isolated laser tested, resistant neoprene maximun confort…etc. Pues cuando comprobó que algunos de nuestras ropas no eran las más adecuadas, nos sacó unos monos de tela de saco reforzada en doble vuelta de tela y… ¡Como abrigaba! Además de súper cómodo, resistente al agua y los golpes y vamos si me apuras… era ignifugo seguro. Y nada de ultra aislados por el laser comodidad testada, tela espartana de toda la vida de dios. De esta que si te la pones sin nada debajo nada más salir parece que has intentando beneficiarte a un puma o más bien a una manada entera. Con eso y unos guantes con el borreguito de siempre por dentro… a corretear con los perros.

                  Esta era una de las tiendas tipicas samis

                Antes de empezar nos dieron unas lecciones básicas de cómo manejar el trineo. Lo más importante de todo fue saber que un perro no se comporta como otros animales de tiro, él siempre intenta avanzar. Y lo mismo da que esta cuesta arriba que cuesta abajo, que vayan con la lengua fuera, el huskie si no nota la resistencia del freno echa a correr. Esto que parece una tontería lo hace bastante cansino porque parece que la genética del perro le dio la capacidad de correr largas distancia sin descansar pero no la de pensar que cuesta abajo correr como alma que lleva el diablo no puede ser bueno y te obliga a pisar el freno cada dos por tres. Y es que el freno del trineo es un freno de broma. Me recordó a los frenos de mi vieja bici del pueblo que tenían comida la goma y acababa siempre frenando con los pies. Esta tecnología punta consistía en un pedal situado entre los dos raíles donde se ponen los pies (lo que te obliga a estar a la pata coja para frenar suevacito) que en su extremo final tiene dos hierros que se clavan en la nieve. De normal los hierros hacen su función pero en los tramos de nieve suelta los perros se pasan por el arco del triunfo la orden de frenado y tomas las curvas que ni Valentino Rossi.

                 Nosotros en concreto estuvimos a punto de volcar dos veces. Y es que se nos olvidó preguntar cómo se tomaban las curvas con ese trozo de madera. Si echabas el cuerpo hacia el lado interior de la curva el trineo culeaba y muchas veces te subías a la montonera de nieve que delimitaba la carretera. Si lo hacías al contrario al principio funcionaba, pero en cuestión de segundos el patín se hincaba en la nieve y volcabas. Solución: ni idea. Al final lo mejor era frenar bien al entrar en la curva y así por lo menos la galleta posterior era más suave. 

                Nos colocaron en parejas, una por cada trineo y en cada uno cinco perros que tiraban. Uno conducía el aparato y el otro viajaba delante sentado contemplando el paisaje. Yo me puse con un hispano-francés (de padre español) súper gracioso bastante amigo mío que, al grito de vamos peguitos bonitos, iniciamos el viaje. No fue del todo mal aunque lo cierto es que a mi sobraron siete u ocho kilómetros. Cierto es que hubo cosas que no ayudaron mucho, por un lado cada vez que tras una cuesta abajo había una curva no me daba tiempo a rezar todos los salmos que compensaran mis pecados cometidos y veía la muerte cerca al superar la curva sobre solo uno de los patines, por otro y lo peor de todo: llevábamos un peguito pinchado. 

            El de delante de la izquierda, el blanco... ese es el peguito pinchado


Me cago en tu padgre peguito de miegda” creo que fue la frase que más escuche después de “fgrena, fgrena que nos mataguemos”. Se ve que se habían pasado con el salvado en la dieta de los perros, o que el virus de la cagalera también hizo turismo esa semana pero los jodidos perros se pasaron toda la travesía cagando. Más concretamente el perro de delante del todo a la izquierda un precioso huskie blanco más que ano lo que tenia era un aspersor sin fuerza que le salpicaba toda la pierna haciendo el olor duradero e insoportable. No sé si os lo he dicho antes en algún otro post pero uno de los inconvenientes del frio polar es que los mocos se te congelan y te obligan a respirar por la boca. Debido a esto al final de la ruta no me quedo muy claro si el origen de la frase huele que alimenta es lapón o que directamente mi bufanda sufrió una condensación de vapor de excremento pero lo cierto es que al terminar fue como si llevara un chicle de “menta” en la boca: horrible.

                Al finalizar el tramo volvimos a entrar en la tienda del inicio donde nos esperaba un fuego para volver a entrar en calor, fuera hacia veinticinco grados bajo cero. Así mismo también nos ofrecieron una especie de té hecho con bayas que dicen que es muy típico de la zona. Lo cierto es que te lo ofrecían en todos y cada uno de los sitios a los que fuimos pero el sabor era siempre el mismo, sin matices. Mismo sabor, textura y siempre igual de dulce, sin matices “artesanales” con lo que no me queda del todo claro si lo habían hecho ellos como decían o era producto del mercadona finlandés.

                Nos tiramos casi una hora allí bebiendo de los cuencos de madera que nos ofrecieron y poniendo los pies al calor del fuego (el calzado era lo único que no nos dieron) y sacándonos fotos. Yo en concreto más que fotos de huskies, que tengo muchas, no pude evitar sacar foto al “palo de mear” que tenían en la zona donde amarraban a los perros al trineo. Debido al frio y las múltiples meadas caninas aquello era como un Calippo de limón brillante y apetecible que seguramente durante la primavera se convertiría en Eau de Huskie perfumando todo aquel bello paraje. Una hora más tarde volvimos a la casita de madera en busca de la sauna para entrar en calor y de la variada dieta que nos hicimos allí: espaguetis y salchichas.


                                         Este es el famoso palito de mear

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