miércoles, 27 de abril de 2011

Oikeus olla ihmisiä (Derecho a ser personas)



                Una de las cosas interesantes que hago en Finlandia son las prácticas clínicas en centros sanitarios. Prácticamente a eso he venido a hacer, académicamente hablando, y es una de los puntos fuertes en mi decisión de venirme a este país. Como podréis imaginar muchas cosas aquí son diferentes tanto para bien como para mal haciendo que la comparación entre un sistema y otro sea, como se suele decir odioso. Sin embargo una de las cosas que poderosamente me llamo la atención desde el principio poco tenía que ver con sistemas de trabajo o protocolos, era el trato humano y sobre todo la consideración hacia el paciente.

Concretamente estuve en una residencia y centro de día de pacientes con daño cerebral, tanto adquirido como congénito. Ni que decir tiene que tanto en España como en Finlandia el respeto hacia estos es fundamental pero se lleva de manera diferente. Mientras en la península no hacemos más que suplir paternalistamente habilidades que creemos que no tienen, en Finlandia se potencian. Pero se potencian hasta unos límites barbaros. Aquí todos manejan cotidianamente dinero que ganan y gastan en la misma residencia, tienen un trabajo asignado en el centro sin el que es evidente que habría cosas que funcionarían peor y sobre todo tienen las pulsiones y necesidades humanas muy consideradas y toleradas.

  Si es posible, que sean ellos quien guien su camino, no caigamos en la sobreprotección.


                Estando un día en el comedor observé que todos los individuos con habilidades motoras mínimas se servían la comida del buffet. Uno de ellos concretamente se le notaba que tenía problemas para realizar dos tareas a la vez sino se esforzaba mucho. Tareas básicas como puede ser sujetar un plato con una mano y una cuchara con la otra. Cuando tuvo su comida en la bandeja y se dirigía hacia la mesa se choco con una banqueta que por allí había derramando el vaso de agua dentro del plato de comida. Imaginad que si para muchas personas ya es costoso evitar accidentes al transportar la bandeja, para él, que no puede controlar bien sus emociones, andar hasta la mesa relamiéndose ansioso por lo bueno de la comida y evitar tropezar es casi imposible. Pues cuando se tropezó ningún cuidador le ayudó a recogerlo. Y no solo eso, lentamente el hombre poso la bandeja dos o tres metros más allá en una mesa cercana volvió al sitio donde se había tropezado, exclamó una especie de grito mientras se auto propinaba un collejon importante, se tomo un tiempo para lamentar lo sucedido y cogió la bandeja de nuevo para cambiar el plato.

Le dejaron cagarse en todo, acordarse de su familia, de la familia del médico que descubrió su síndrome y hasta del que dejó la banqueta ahí para retomar su tarea libre de tensiones reprimidas… como cualquier persona. ¿Quién no se hubiera “cagado en tó” como mínimo? En España un cuidador se habría acercado, le habría ayudado a recoger el agua derramada o simplemente no le habría dejado lamentarse sino que le habría indicado el camino más corto hacia la mesa frustrando al paciente y dejándolo sin algo tan humano como decirse a uno mismo lo torpe que se es. Además que el hecho de no poder descargar su ira probablemente hubiera interferido en sus habilidades posteriores haciéndolas más nerviosas y torpes. Pero no fue así, y nuestro protagonista volvió a ponerse en la fila y pacientemente reemplazó su plato aguado por uno nuevo, volvió a la mesa recogió en agua derramada en el suelo y se puso a comer con el resto del grupo sin ningún problema.

                Otra cosa muy curiosa de la cafetería donde comían es que tenían que pagarse la comida. Era obligatorio. Por supuesto que todos los trabajadores de la cafetería conocían a los residentes pero aún así, si estos no enseñaban el vale de la comida que les daban en el trabajo o pagaban por su comida y café no había ni comida ni café. Que injusticia pensé yo al principio, pero pronto descubrí que nada más lejos de la realidad. Les obligaban a pagar por un servicio que el resto de los mortales paga por tener. ¿Acaso el resto no trabajamos para procurarnos comida, ropa y otros bienes? ¿Para qué trabajar si todo te lo dan gratis? En realidad el dinero es lo de menos. Pagar significa un medio para valorar el esfuerzo que supone levantarse todos los días para realizar una tarea importante para la comunidad y además aprender habilidades que les sirven para integrarse en la sociedad. Esto en nuestro país no pasa, al menos no en los sitios donde yo he trabajado. Allí los pacientes tienen un trabajo asignado por el cual reciben un sueldo simbólico pero tienen todos los servicios gratuitos. Esto provoca que por un lado cuando se reintegran en alguna actividad en la sociedad no valoran el dinero o lo malgastan en tonterías y por otro lado en momentos de apatía o depresión pierden el sentido e interés del trabajo que es lo que les conecta con el resto de comunidad y sirve a tiempo de terapia. Ni que decir tiene que para conseguir esto, detrás hay un trabajo descomunal de maestros y educadores quienes tienen que enseñarles como utilizar bien el dinero.

        Grupo de discapacitados de una asociacion local


                Trabajan en sitios muy útiles. Como en nuestro país, ellos también dividen el trabajo en función de las características de las personales de cada sujeto haciendo que muchos trabajos sean de lo más simple. Por supuesto, como allí, aquí también entran en talleres donde hacen chapas, botones, alfombras u objetos decorativos que, después, otras tiendas venden la ciudad. En concreto realizaban unas alfombras preciosas tipo Ikea que estuve a punto de comprar pero no pude pues las que tenían estaban almacenadas y formaban parte de un pedido próximo. El resto de los trabajos eran trabajos que realmente tenían un valor para la comunidad. Los hacían los menos independientes aquellos a los que sentirse útiles es más importante. Unos despejaban la nieve de las aceras, otros arrastraban los carros con los productos descargados de los camiones que traían todos los días materiales para la fábrica o las cocinas, otros ayudaban en la elaboración de la repostería que después todos degustaríamos en la comida y algunos (me pareció el trabajo más curioso de todos) se encargaban de poner todas las plantas en la mesa de regar para después quitarlas de ahí y devolverlas a su sitio. Resulta que una de las terapias que tienen es hacerles cargo del cuidado de una planta decorativa que colocan luego en las habitaciones. Pues bien se inventaron la “mesa de regar” para que los menos hábiles, con ayuda de cuidadores, tuviesen un trabajo útil que hacer. 

                También es muy llamativo como respetan los gustos de los individuos. Por ejemplo no les parece mal en absoluto que una persona de un sexo adquiera por gusto estético las costumbres del otro sexo. En concreto y como algo curioso un chico con síndrome de Down solía llevar las uñas pintadas porque le encantaba vérselas rojas ¿Por qué no? También otro muchacho joven de allí lucia un peinado bastante femenino, lo mismo que una mujer algo mas entrada en años llevaba una cresta al más puro estilo grunge radical bastante masculino por cierto. Y nadie se lleva las manos a la cabeza. Si lo pensamos bien que mas da la estética que lleves mientras se vaya agusto con uno mismo. Una lástima que en nuestro país no seamos así.

                Otra de los residentes que me llamo la atención sobremanera fue una mujer ya algo mayor que no tenia equilibrio suficiente para poder caminar sin caer. Sin embargo sí que tenía fuerza suficiente en las piernas como para impulsarse arrastrándose por el suelo. Para los que no sepáis mucho de esto, el equilibrio depende de muchos factores pero fundamentalmente del oído y de una parte del cerebro llamada cerebelo. Si alguna región está dañada o directamente muerta la función no se vuelve a conseguir y el aprendizaje es imposible. Por ello esta mujer no conseguiría jamás el equilibrio necesario para caminar de manera autónoma y segura. Por supuesto que tenía una especie de andador, tacataca y silla de ruedas y los fisioterapeutas entrenaban la bipedestación con ayudas técnicas pero a la mujer le gustaba el suelo. Mejor dicho le encantaba. En la zona de las habitaciones y la sala de estar se desplazaba arrastrándose por el suelo desde el que trepaba para sentarse en la mesa a comer, o desde donde se subía en la silla de ruedas para hacer actividades. Le habían reservado un sitio con colchonetas y manta para que después de comer se echara una siestecita. A nadie le sorprendía. Cuando pregunté qué pensaba la familia al respecto me miraron con cara extraña, como si hubiera dicho una barbaridad. ¿Por qué tendrían que oponerse? Me decían, así es perfectamente independiente para las AVD. No necesitaba ayuda para ir al baño, ayudaba a poner la mesa y recogerla y además siempre respetaba las normas que allí había como la de sentarse en la silla para leer. Me quedé maravillado.


                  Con todo esto la impresión que me dio es que en estos centros no solo les atendían sus necesidades sanitarias y sociales sino también humanas. La forma de considerarlo era lo más parecido a lo que a cualquier persona le gustaría manteniendo al máximo la potencialidad del individuo. Y lo mejor de todo, dejaban de lado prejuicios y estereotipos sin sentido que más que humanizar deshumanizan a las personas con tanta ayuda y suplencia. Terminé mis practicas en Antinkartano (el nombre de lugar) convencido de que desde entonces el trato con mis pacientes nunca volvería a ser el mismo en muchos aspectos. Más adelante os hablaré de consideraciones más profesionales pero desde luego el concepto de trato humano ha cambiado bastante para mí. Quizá los ejemplos que he puesto no son los mejores ni los más claros pero lo que allí aprendí, viendo la atención en su conjunto, fue a tener una visión del paciente mucho más humana, aceptando mucho más sus sentimientos, pulsiones y creencias por rudimentarias que estas sean. Aprendí a cederles el derecho de ser personas de verdad.


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