domingo, 17 de abril de 2011

Kämppäkaveri (Compañero de piso)




                Venirse a vivir a un país diferente es algo que se lleva mucho mejor si te rodeas de buena gente. Hacerte con una cédula internacional propia a modo de rebaño que hace todo más fácil y llevadero. Por eso cuando, a las tres semanas de venir, me dijeron que iba a tener un nuevo compañero de piso me alegré un montón. Por fin tendría un compañero de fatigas real con el que compartir experiencias. Es cierto que tenía otros compañeros en el resto de la residencia pero parece que hermanarse directamente con alguien con el que vas a compartir tantos ratos… es mejor.
                
                Lo primero que pensé al verle con su jersey de pico, gafapasta y pelito repeinado es que me había tocado una rata de laboratorio devora libros. Pero bueno con unas cuantas cervezas y buena fiesta cualquier oveja negra retoma el camino correcto y se convierte en el más capaz de los txikiteros bilbaínos. Nada más lejos. El chico de empollón nada, lo que pasa que me había tocado un chico “alternativo” y un poco pijillo. Genial me dije. Este seguro que guarda el tipo los primero días luego se desmelena y luego es una caña de muchacho. Además es húngaro, país no muy caro y perfecto para tirarse una vacacioncillas de vez en cuando con la escusa de visitar viejos amigos.
  
               Al principio todo fue muy bien. El chaval parecía majo, hablaba muy bien inglés y le gustaba salir de fiesta como el que más. Además también estudiaba fisioterapia lo que nos uniría más si cabe. Pero eso fue durando más bien poco, unas dos semanas. A partir de ahí cuando cogió la confianza suficiente y como se suele decir la confianza da asco… él me lo empezó a dar. Creo que si tengo que definirlo de alguna forma es: cerdo antisocial. Y no es que me caiga mal el muchacho, fuera de nuestro piso es un tío encantador con el que da gusto conversar y salir a tomar algo, pero dentro de casa es una especie de fantasma que pulula, sin decir ni hola ni adiós, del que solo sé que vive por los restos de mierda que va dejando después de cocinar. Bueno por eso y porque el mapache que ha nacido de la bola de pelos que hay en el desagüe casi me muerde un pie el otro día cuando me iba a duchar.
      
             

                Y el tío parece conforme viviendo así. Da lo mismo que la bolsa de basura lleve cinco días en la puerta esperando que un alma caritativa la arroje definitivamente al contenedor que el muy húngaro ni se inmuta. Que se hace esa especie de pollo precocinado grasiento que compra deja grasuza en todo el horno, pues esa misma grasaza seguirá ahí para darle sabor ahumado a la pizza de la cena del día siguiente. Si es que el chaval no limpia el horno, lo piroliza. Que las migajas requemadas de la bandeja del horno amenazan de cáncer a todo alimento que se pose sobre él, pues se le pone un papel albal encima ¡sin quitar las migas! Y se vuelve a cocinar hasta que se evaporen las cenizas. Así hasta el infinito. 

                 Y da igual lo que le digas. Oye… que habría que limpiar la cocina que ya no hace falta ni que unte de mantequilla las tostadas… con posarlas en la mesa me vale – Oh yes yes… y se mete en su cuarto. Oye que aquí antes había tres sillas y ya no hay ninguna, no sé que has hecho con los cucharas pero es que a ver cómo me como yo ahora la sopa – I don´t know… y para el cuarto otra vez. Tiene unos huevos que ni el caballo de Espartero (y perdón por la expresión) Lo dice así, sin inmutarse, sin hacer mueca alguna en esos diminutos y inexplicablemente juntos ojos que tiene. Y lo peor es que el hijo de la gloriosa Hungría me lo lleva haciendo desde que llegó. Desde entonces no solo he aprendido las maravillas de la fisioterapia sino que podría haberme doctorado en biodiversidad de la fauna y la flora que ha habitado mi piso. Como ya dije antes existe un mapache peludo en la ducha, por la que aun inexplicablemente sigue filtrando el agua, que ya se ha apoderado de un par de cartoncitos de papel higiénico a modo de parapeto. Así mismo he descubierto como las bolsas de basura, hartas de la agonía de estarse semanas sin que nadie repare en ellas, ellas mismas se agarran por las asas y se tiran solas al contendor ante la mirada impasible de mi compañero de piso.

                Ahora que yo he contraatacado. Si nos come la mierda nos va a comer a bocados. Ya no me preocupo por limpiar más que mi cuarto, a ver si con un poco de suerte los servicios sociales confunden mi piso con el de alguno con síndrome de Diógenes y se lo lleva algún centro para espabilarme al chiquillo. Pero se ve que no. La neblina verde fétida que sale de su habitación cada vez que seca la ropa colgándola dentro (aun no entiendo porqué no usa la secadora como todo el mundo) no ha llegado a suficiente nivel como para que declaren la zona insalubre. Tan solo sirve para que algunos compañeros pregunten si el mapache ha muerto definitivamente y su cadáver entraba en descomposición. 

        No es mi cocina, pero podria haberlo sido
  
                Con el tiempo hasta le estoy cogiendo cariño a esto de la mierda en casa, porque tener la casa como un estercolero mola. No gastas en aceite, las sartenes vienen aceitadas del armario. Además es todo muy sorprendente, yo he descubierto todos los colores por los que una mancha de tomate en el suelo pasa hasta que la descomposición la convierte en polvo y/o otra mancha ocupa su lugar. Ya no me cabreo porque nuestra mascota me muerda al entrar en la ducha… así no me corto las uñas y de paso de exfolio los tobillos. Y es que son todo ventajas. Que me enervo, me crispo, me entran los siete males porque utiliza el baño durante tres cuartos de hora dejándome los últimos cinco minutos para ducharme y prepararme antes de salir, luego cojo la bici y con esa ira homicida me recorro los tres kilómetros que separan la universidad de mi casa en cuatro minutos.

                Después de todo ya se me ha acabado el sufrimiento. Mañana se va para no volver. No ocultaré que no me da ninguna pena que espécimen semejante se vuelva a su amada patria y me deje en la soledad de mi piso vacío. Va ser un descanso tal que temo voy a engordar como doce kilos. Solo espero no tener que cabrearme demasiado para que el último día limpie a fondo toda la mierda que hay en mi cocina que con la montonera que hay nos da para seis capítulos de CSI y para que House resuelva doce o trece casos. Solo espero que si vuelvo a tener un compañero no intente forrar de bolsitas de pato WC la taza del váter para no limpiar, o que no deje el pan Bimbo enmohecerse hasta que surja vida de la rebanada.

2 comentarios:

  1. Descubrí tu blog por casualidad, mientras googleaba buscando explicaciones del Revontulten, ha sido todo un descubrimiento. :D
    Me he partido de la risa! me acordé mucho de mi ultima y única room mate. Suomi, por cierto!

    Pásala bien, desde el Caribe azul

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  2. Pues cuenta que tal te fue, asi compartimos experiencias todos

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