sábado, 23 de abril de 2011

Metsästys Revontulet (A la caza de la Aurora)


                Desde que llegamos a Finlandia supimos que la experiencia más inolvidable de todas iba a ser la de ver auroras boreales. Estábamos realmente ilusionados con ello pese a que el parte meteorológico que sacamos de internet no era muy halagüeño: solo la primera noche estaría el cielo despejado, la segunda parcialmente nuboso y a partir de ahí mal tiempo toda la semana. Otro dato que no nos daba mucha confianza es la experiencia de un grupo de compañeros tres semanas antes que trataron por todos los medios de verlas pero no quisieron aparecer. Pese a todo el ánimo seguía intacto y también teníamos algunos datos a favor, la semana anterior la temperatura fue de menos cincuenta grados, es decir, la atmosfera seguiría fría aunque en superficie “sólo” hiciera menos veinte.

                Pero con la energía desbordante típica del recién llegado nos planeamos la excursión. En un principio pensamos que dando una vuelta alrededor del pueblo en algún sitio de podrían ver así que nada más terminar de comer uno de los franceses y yo decidimos dar una vuelta exploratoria a la casa para ver si había empezado ya el suceso. Como solo íbamos a dar un vuelta mientras el resto terminaban de cenar y se preparaban y encima estábamos entusiasmados apenas nos abrigamos: pantalón de chándal, camiseta normal y corriente, abrigo de esquiar gorro y botas (yo como tonto que soy sin calcetines). Craso error. Cuando dimos la vuelta completa y nos íbamos a meter en la casa (temperatura del lugar veintitrés grados bajo cero) nos encontramos que los franceses, excitados como nosotros o más, lo habían dejado todo tirado y cogían el coche para ir a algún paramo remoto… así que no subimos al coche sin reparar en que apenas íbamos abrigados.



                No he pasado más frio en toda mi vida. Fue horrible. Ni haciendo flexiones ni saltando ni pegándonos el francés y yo había forma humana de entrar en calor. Al principio fue todo bien por lo que no reparamos en lo que pasaríamos después. Sin saber muy bien hacia dónde dirigirnos y con el hándicap que supone que se te congelen todas las lunas del coche (casi nos matamos al confundir un camino con un claro entre arboles) acabamos en una especia de nave industrial maderera que tenía alrededor un claro talado de arboles. Esperamos durante cerca de tres cuartos de hora y apenas vimos nada. Cometimos dos errores fundamentales. Primero fuimos demasiado pronto cuando la temperatura aun no había bajado lo suficiente (serian las diez y media) y segundo nos metimos en un claro rodeado de montes donde fue casi imposible orientarnos y encontrar el norte (pues es hacia donde se orientan).

                 Algo decepcionados cogimos el coche y empezamos a hacer cosas con sentido. Tomamos la carretera que unen Levi con las ciudades del norte y así la orientación (relativamente) sería la correcta. Quince minutos después y desde el coche, al pasar por un puente, vimos una nube muy rara que no sabíamos muy bien que era y le sacamos una foto. Fue increíble. Gritamos de emoción como si en ese momento Inhiesta se encontrase rematando contra Holanda: se veía perfectamente una mancha verde en el cielo. Fue una sensación rara, por un lado una euforia desmesurada pero por otro una decepción enorme: ¿Tantas ganas para ver una nube? Con más entusiasmo que tino empezamos a recorrer la carretera buscando comarcales o caminos que nos permitieran subirnos a algún cerro. Hasta que en un área de descanso donde paramos lo vimos perfectamente.

         Esta fue mi primera foto a "eso" que no sabíamos muy bien que era.

                Era extraño, casi podría decirse que mágico. Se notaban como unas ondulaciones en el cielo, como si el cielo se plegara y desplegara solo. Otras veces como nubes que no eran del color de las nubes, verdosas pero oscuras, extrañas, como si fuesen cortinas de oficina deformadas. Y de pronto ¡zas! Se iluminan y empiezas a verla de color. Las que vimos eran verdes y amarillentas. Algunas con un filo rojizo en la parte inferior. En realidad daban una sensación como de miedo. Porque nosotros sabíamos lo que eran pero en ese momento me imagine al primer hombre que vio eso y pude entender el temor. No tengo una palabra real para describirlas. Son preciosas, pero a la vez son raras. Si no te haces (o no te quieres hacer) una imagen previa de lo que vas a ver es como si algo raro fuera a suceder. Ya no solo por el color sino por lo rápido que se “apagan” o se mueven. Y sobre todo por su extraña forma. También es cierto que es una impresión inicial, después es genial. Da una emoción como cuando ves una lluvia de estrellas y una sensación de paz como al ver un atardecer cervecita en mano tirando en una hamaca.

                Tardamos como una hora en encontrar aquella área de descanso y estuvimos viendo las auroras cerca de dos horas y media. Así que, teniendo en cuenta lo bien equipados que íbamos algunos de nosotros… la experiencia no fue tan buena. Al principio saltas un poquito, disimuladamente, estas en la fase macho alfa también llamada “nos la sacamos y la medimos (sí los tíos somos así). Miras al francés congeladito perdió como tú y le dices que por muy francés que sea, tú eres un chicarrón del norte. De paso aprovechas y recuerdas que por mucho que digan la mascota francesa más que un gallo es una gallina. Poco después los saltitos son más que evidentes y se acompañan de sacudidas de brazos y piernas dejas de sentir las rodillas y las gónadas pasan a un modo que denominaríamos retráctil. Estas en la fase gregaria o intelectual. Comienzas a increpar al grupo sobre algún punto cercano donde se verían mejor y con más precisión y belleza o te inventas lo que sea para volver al coche. Al no oír tus sugerencias pasas directamente y en segundos a la fase de suplica combativa o aceptación.



Ahora ya no puedes negar que tienes un frio que parecen doce fríos juntos y empiezas a picar a tu colega francés con lo que sea con tal de que te pegue. Si, habéis leído bien. Tampoco pelea… pelea, algo mas amistoso: empujoncitos, toquecitos en el hombro, carreras… párteme la cara a ver si aún tengo sensibilidad… lo típico. Hace tiempo que has dejado de sentir los pies con lo que andar por la nieve empieza a ser peligroso y comienzan los uy-uy-uy-uy-que-me-mato con lo que te pasas la mitad del tiempo en alerta (un horror). Y es que si te caes pues te caes y ya está, te quedas tranquilo me caído pero no me he escalabrado. Si solo sufres amagos es una ansiedad pre-hotión difícil de soportar y más cuando ya has dejado de tiritar y empiezas a preocuparte por ello. Irremediablemente pasas a una siguiente fase: la del dolor. Te comienzan a doler todas las partes que antes no sentías, es como si algún gordo de ciento cincuenta kilos estuviese de puntillas sobre tus pies. Lo mejor es que ya por fin, en ese punto, volvimos al coche rumbo a casa.  El termómetro interior marca -34 ºC pero os aseguro que la sensación térmica tuvo que ser mucho peor.

Una vez en casa y con los pies aun dormidos vi como las puntas de mis dedos tenían una cierta coloración azulada (no os voy a dar la charlita médica pero eso bueno no es). Tampoco voy a ser exagerado no era un color demasiado preocupante y en cuestión de un minutillo al calor de la casa todo volvió a la normalidad y el hormigueo desapareció. Los siguientes días seguimos saliendo a buscar auroras siendo estas cada vez más espectaculares. Un día llegamos a verlas directamente desde la casa, con lo que si nos hubiéramos movido habrían sido realmente increíbles. Por suerte no hizo tan malo como nos advirtieron y pudimos disfrutar de cielos casi despejados por completo hasta el jueves cuando las nubes ya poblaron el cielo y empezó a nevar.

Con todo solo deciros que fue algo increíble. Jamás hubiera imaginado que las vería tan bien. Sobre todo porque, pese a la “decepción” inicial el resto fue todo cada vez mejor y las fuimos aprendiendo a apreciar y a verlas sin tanta ansiedad con más detenimiento y calma. A disfrutarlas más en definitiva. Además aprendí la importancia de ir bien preparado a los sitios y… aunque sé que aquí estoy exagerando, creo que ahora me parecerá aún más increíble cómo pueden soportar los alpinistas esas temperaturas y las congelaciones que sufren a veces. Como siempre os digo: podría haber sido peor.

¿Que bonito con el reflejo del lago verdad? Que buen fotografo soy... es el capó del coche que lo usé de tripode xD

No hay comentarios:

Publicar un comentario