miércoles, 20 de abril de 2011

Päivä Lumikenkäilyn (Día de las raquetas de nieve)



               
                El día de las raquetas de nieve bien podría tener otros nombres, de hecho nadie de los que fuimos habla de lo bueno que fue la caminata sino de que un idiota se cayó a un lago congelado. Lo cierto es que sobrevivió pero se ha ganado desde entonces las risas y bromas de la mayoría de sus colegas.

                Todo empezó como empiezan la mayoría de las cosas: por aburrimiento. Ya habíamos hecho de todo en Laponia y lo que no, lo teníamos perfectamente organizado para otros días. Así que buscando una opción barata (para una que había) y divertida de pasar un día se nos ocurrió hacer una de las miles de rutas que hay para caminar por los alrededores de Levi. Allí como en muchas ciudades Finlandesas existe una tremenda afición por el esquí de fondo con lo que en las oficinas de turismo podéis encontrar planos y mapas con las diferentes rutas disponibles categorizadas en dificultad y distancia. Otra opción es ir a tu ritmo guiándote por tu intuición pero creedme que allí los bosques son monocromáticos y los lagos tienen  sus diferencias pero a veinte bajo cero de media se te escapan como arena entre los dedos. Así pues nos fuimos a una tienda de Intersport a alquilar las raquetas y con los planos que nos dieron en información y turismo nos lanzamos a la aventura.

                Al principio fue todo muy bonito. Grandes paisajes con casas escondidas entre la naturaleza. Algunas en repechos, altivas, desafiando la soledad de hielo y viento que cubrían los lagos y otras, las menos, abigarradas en detalles y lujos cerca de carreteras principales donde por primera vez se veía, a lo lejos, algo de vida en lo deshumanizado del valle. El día no era el más propicio, las nubes no solo ocultaban el sol sino que jugueteaban con el viento y la niebla a fundirse y escaparse haciendo inhóspito un camino que por lo demás era precioso. Cruzamos un amplio lago alimentado por un riachuelillo pequeño y accidentado desde el que comenzamos a subir la colina más alta, que no tendría más de doscientos o trescientos metros, que encontramos por la zona. No fue difícil el acceso ya que el camino programado rodeaba el montículo pero a medida que ascendíamos el camino se escarpaba y las huellas de antiguos paseantes, disimuladas por la  nevada de la noche anterior, iban desapareciendo complicando cada vez más nuestro avance. 

       Lago que cruzamos para llegar al montecillo


                Pese a todo, algunos con más pena que gloria y otros que parecían llevar el espíritu de Admunsen todos conseguimos llegar arriba no sin resbalones caídas y tropiezos varios. Pareció que habíamos subido a una montaña tres o cuatro veces más alta cuando en realidad ese alto es parte de una ruta de trekking estival… pero con nieve todo cambia. Entre que la nieve que nadie ha pisado y no le ha dado tiempo a congelar sigue esponjosa y por tanto quebradiza, que no estamos acostumbrados a las raquetas ni a la marcha noruega con bastones y que tampoco somos deportistas de élite, tardamos casi una penosa hora y media larga en subir. Una vez arriba, cansados, deseando contemplar las vistas la sorpresa fue mayúscula: era la misma vista de siempre. Miles y miles de árboles espigados recio tronco y hoja rala, el lago que poco antes habíamos cruzado y la espesa niebla que dejamos atrás. Aún con todo y para no perder las tradiciones se volvió a escuchar repetidas veces “foto tuenti.”

                La bajada fue la mejor parte. Aprovechando que la nieve resbalaba desarrollamos una técnica que ni los antiguos samis: El culo resbalante. Y es que no había forma más sencilla, divertida y sobretodo segura que lanzarse bosque a través que con el culo como trineo y las raquetas a modo de freno. Aún así tampoco os lo recomiendo demasiado pues cuando te caes en los socavones que la nieve va formando… duele. Llegamos de nuevo al lago y al cruzarlo nos encontramos con varios grupos de motos volviendo a casa (empezaba a anochecer) y a un solitario pescador sentando frente al agujero del hielo con sus sedas y cañitas. Nos contó que dedicaba unas tres o cuatro horas de sus días de vacaciones (estábamos en plena semana vacacional finesa). Era su hobbie. Lo cierto es que no capturaba mucho, tan solo vimos una especie de salmonete pequeño y un pez tipo trucha pero más pequeño despedazado con la que cebaba el anzuelo. Sonriendo nos dijo que perdía más peces cebando que los que pescaba pero que se divertía así. 

        Esto es lo que pasaba si te quitabas las raquetas


                Y entonces llego el momento cumbre de la expedición. Después de sacarnos fotos con el pescador y alucinar al ver que el objetivo de la cámara estaba congelado, seguimos la caminata. Uno de los franceses iba mucho más adelantado que los demás. Justo por detrás le seguía yo, como a unos siete metros, unos veinte o treinta por detrás el resto. Nos acercábamos al riachuelo de antes para sacarle unas fotos. De repente el francés dijo: “ne vous approchez pas, parce que j´ai entendu la fissure de la glace” que quiere decir: “No os acerquéis que he oído el hielo crujir”. Yo que entre que soy muy tonto y que no tengo ni idea de francés entendí: “Venid para aquí que esto es muy bonito” Así que como podéis imaginar escuche perfectamente al acercarme lo que es un bloque de hielo, que parece seguro, crujir bajo tus pies.

                Os prometo que hasta ese momento creía que el peor sonido que un humano puede escuchar era el bufido de un tigre bengala hambriento al oído o las palabras de un medico cabizbajo diciendo es maligno y terminal: ni mucho menos. El peor sonido del mundo es notar como bajo tus pies, cual bramido de ballena oyes como un lamento seguido del mismo sonido que se produce al morder un hielo. En ese momento, aunque nunca has oído algo así, sabes que bueno no puede ser así que tu cerebro, cual película de Steven Spilberg, activa el modo slow motion y ves como a cámara lenta tus pies ya no se apoyan sobre nada. No os voy a aburrir con socorrido pasaje de ver tu vida en una película ni una luz al final ni nada. Yo vi a Dios.

Más concretamente vi a Bear Grylls. Le vi perfectamente en el episodio en el que se tira a un agujero en un lago congelado y explica cómo salir. Sí, yo tampoco le encuentro el sentido y si creyera en las apariciones marianas sé que ahora mismo debería rezarle a él en vez de a Jesús, pero es lo bueno de ser agnóstico… que me la pela. Lo cierto es que de verdad que me acordé, visualicé perfectamente lo que dijo en el capítulo: busca un punto de hielo firme y concentra todas tus fuerzas para saltar a él en un solo golpe o movimiento y una vez allí gatea todo lo que puedas para repartir el peso. Y así lo hice. En mi caso fue más fácil porque no llegué a sumergirme por completo y reaccioné pronto por lo que pude apoyarme en los fragmentos que flotaban aun sin despedazar y el agujero era más bien pequeño. Solo sumergí la pierna izquierda y la derecha hasta la rodilla, eso sí me entró agua por la tripa al cogerme al hielo y creo q fue lo peor porque lo de las piernas se focaliza allí pero el frio de la tripa me llegó hasta el cerebro.  Es curioso como durante meses discutí con algunos amigos que tachaban de farsante a este personaje por utilizar un equipo detrás para grabar sus programas. No es que yo fuera un fan suyo pero siempre he creído que lo más valioso eran los consejos que daba y el resto… un show. ¿Cuándo vas a necesitar utilizar la piel de una serpiente bífida del Orinoco para filtrar orina de búfalo en un desesperado intento por no deshidratarte? Bien, pues yo nunca creí que tuviera que salir a gatas de un agujero en el hielo, por muy pequeño que este fuera.

 Foto con el pescador, la nieblilla es porque se congelo el objetivo de la camara

No lo voy a negar: pasé miedo. De hecho si no llega a ser porque se me congeló el ojete igual hasta hubiera tenido un accidente esfinteriano. Lo más triste de todo es que la gente del grupo que iba más rezagada apenas se enteró de lo que ocurría y creían que estaba haciendo el tonto gateando por la nieve.  Y una vez visto el agujero, que no tendría más de dos metros y medio o tres de diámetro, a cualquiera le hubiera parecido mucho más ridículo haberlo pasado mal. Como consuelo me queda que el francés se asustó tanto como yo al verlo en directo, tanto que pronto empezaron a decir que me quitara la ropa o las botas por el frio, pero me negué. Si me las llego a quitar ya no me las hubiera podido volver a poner.  En realidad no pasó nada grave porque el lago estaba cerca del pueblo con lo que no dio tiempo a que perdiera demasiado calor con la ropa mojada. Resulta realmente incomoda esa ropa tan aislada del exterior que cuando se moja, en su aislamiento te mantiene el agua dentro y parece que estés pisando un cubo de barro húmedo y cremoso.

                Poco después me encontraba en la casa disfrutando de un nuevo y suculento plato de, como no, espaguetis con salchichas. Todo quedó en una anécdota pero le hace pensar a uno las consecuencias de no hacer caso a lo que los lugareños le advierten. Al poco de llegar a Finlandia mi tutora me advirtió que jamás, por nada del mundo, caminase sobre un rio congelado y menos aún si no lo conozco. El espesor del hielo puede variar debido a la corriente del agua que circula por debajo y esto no se aprecia desde fuera porque el hielo se adelgaza de abajo hacia arriba y no al revés. Así que aquel riachuelillo, por pequeño que fuera, derritió el mas de metro de hielo que había en el lago (puede que en la orilla fuera menos, pero es lo que el pescador nos dijo que él mismo había medido) dejándolo en un espesor suficiente como para que ochenta y tres kilos lo partieran. Al final y como casi siempre: podría haber sido peor.


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