martes, 19 de abril de 2011

Päivä Kelkkareitti (Día de la ruta en moto de nieve)



               
                Como os conté en la entrada de un día finés, las motos de nieve son algo que no debéis perderos si tenéis ocasión. Son divertidas, fáciles de manejar y la sensación de velocidad es increíble.  Debido a esto el día que alquilamos las motos fue uno de los días más esperados por todos. Llegados a la tienda de las motos nos hicieron firmar un papel donde declarábamos tener el carnet de conducir en vigor en nuestro país de origen y que por tanto teníamos los conocimientos necesarios para manejar la moto. Era un mero trámite. Una de las chicas que no tenía carnet dijo que se lo había olvidado en casa y firmó igualmente. Debe ser algo así como una forma de evitar la responsabilidad civil subsidiaria en caso de accidente. De hecho nos avisaron de que tenían un seguro en caso de accidente que cubría el rescate y traslado de heridos en caso de accidente y otro para daños en los vehículos de hasta seiscientos euros, averías más costosas correrían a cargo del accidentado. Cierto es que no era nada halagüeño así de inicio, pero como leeréis más adelante muy necesario.
Nos vistieron con unos monos muy parecidos a los que llevamos con los huskies, botas de moto, escafandra de algodón y casco. Teníamos una pinta horrible. Éramos como bebés grandes y gordos con el pañal dos tallas mayor, al que le habían puesto el casco de la hormiga atómica. ¿Pero a quién le importaba? Fuimos allí buscando adrenalina y entre las ganas de empezar y el descojone de vernos así vestidos fue la escusa perfecta para sacar la cámara y desesperar a los de la tienda al grito de “¡foto facebook!”. Cuatro instrucciones básicas sobre el manejo de las maquinas y la normas viales y nos pusimos en camino.

                El viaje fue muy ameno. No sólo por los sitios y parajes que vimos en los que cruzamos bosques lagos congelados y sendas varias, sino por que pudimos poner a prueba la maquinaria abriendo gas hasta alcanzar los ochenta-noventa kilómetros por hora. Yo concretamente me quede un poco rezagado del grupo a propósito para testar la velocidad punta de la moto pero no me atreví a superar los 120 kilómetros por hora. Las pistas eran buenas, nada que ver con la travesía a través de huertas y campas llenas de nieve virgen y socavones por cualquier lado que me hice cuando estuve en casa de mi profesora. Estas eran autenticas vías de circulación de motos de nieve como podrían ser las carreteras para los coches. Estaban bien alisadas y tenían buena visibilidad. Pero aún así, entre mi inexperiencia y que por muy liso que sea el piso no deja de ser nieve lo que se amontona en estas vías, a esa velocidad la sensación de que te la vas a dar es suficientemente intensa como para dejar de acelerar.

Las vías estaban muy bien equipadas. Tenían señalización propia, límites de velocidad (60 km/h en la mayoría de los tramos), señales de prioridad en los puentes y carteles indicadores en los cruces de caminos. También existía delimitación en los lagos congelados. Pivotes plásticos reflectante se apostaban a los lados de la senda clavados en el hielo dividiendo así el ancho del hielo entre rutas para esquí-fondistas, para pescadores en hielo y motoristas. Así mismo, como descubrimos después existe un mapa de carreteras para este tipo de desplazamientos muy comunes en estos lares. 

A los cinco kilómetros más o menos, y como ya nos habíamos familiarizado con el terreno y las carreteras empezamos a relajarnos en la conducción y a dar acelerones y a aumentar la velocidad. El instructor estaba muy atento a nuestros movimientos pero se le notó aliviado al ver que no tendría que ir a cuarenta todo el viaje. Y cuando todo parecía ir bien dos españolas tuvieron un accidente. Al tomar una curva la moto se ladeó un poco y cuando consiguieron enderezarla (iban muy despacio a unos treinta o cuarenta km/h) inexplicablemente aceleraron a todo gas y tomaron la curva en recto. Fue todo muy rápido. Al principio me sentí aliviado pues partieron dos árboles jóvenes contra los que se chocaron y que frenaron bastante el empotre posterior contra otra mucho más maduro y asentado. Desde la carretera tampoco se veía nada, ni siquiera si estaban bien debido a toda la nieve espolvoreada que dejaron a su paso y la humareda que salía del motor.

             Signo de ojos de Mapache


Cuando me acerqué para ver que tal estaban las dos se movían y hablaban lo cual siempre es un dato positivo pero cuando me encontraba a cinco metros de ellas la que conducía se levanto la visera del casco y se me heló el corazón. Creo que ha sido la reacción más ridícula y penosa de mi vida profesional (no os voy contar mi vida pero para los que no lo sepáis trabajo como enfermero en ambulancias de emergencia en España) Resulta que estaba llorando y tenía todo el rímel corrido y esparcido por el parpado inferior y yo lo confundí en un primer momento con un signo de fractura de cráneo llamado signo de ojos de mapache. Ya no sólo porque me quede parado durante segundo y medio sin creérmelo del todo sino por la cara de subnormal que se puso al secarse las lágrimas y curarse el signo.

                Al final no paso nada. Ambas se encontraban bien. Una histérica perdida pensando que se había cargado la moto y le iba a tocar pagarla y la otra con una ataque de risa monumental del que sólo salía para decir entre dientes “que ostia macho, que ostia”. El humo del motor resulto de la combinación de un motor en pleno funcionamiento y el aire a veinte grados por debajo de cero. El instructor tuve que talar tres arboles con un pequeño hacha que llevaba encima y una vez sacada la máquina del bosque, de vuelta a la carretera con el susto en el cuerpo aún. 

                No llevó a una granja de renos que estaba situada en mitad del camino donde nos tomamos un café y conseguimos relajarnos finalmente. Hablando ya mas tranquilamente con el guía nos contó que los accidentes de moto de nieve son muy comunes en Laponia. Más concretamente cada semana dos o tres turistas tenían un accidente con sus travesías. Preguntamos por si hubo algún herido grave y en sus dos años de experiencia unas cinco personas tuvieron que ser trasladadas de urgencia al hospital de las cuales dos murieron. Por lo que nos dijo no existen estadísticas oficiales pero en torno a unos 5 o 6 turistas mueren al año en accidentes de este tipo (sin contar los propios fineses) y en las carreras profesionales de este tipo raro es el año que no hay un accidente mortal en alguna de las categorías. Todo esto no os lo puedo asegurar porque aunque lo he buscado no hay datos cien por cien fiables pero esto es lo que él nos dijo.



                Después de la conversación de accidentes y muertos que no tranquilizó para nada a las accidentadas nos sorprendimos enormemente con las preguntas que nos hizo. Resulta que era un fan acérrimo de la guerra civil española y le encanta leer novelas históricas al respecto. Nos hizo varias preguntas respecto a como se ve actualmente este periodo y si aún existen dos Españas tan diferentes. Satisfecha su inmensa curiosidad retomamos el viaje no sin antes constatar algo que ahora no me sorprende tanto pero que en su momento fue increíble. Tanto la escafandra como la visera del casco (donde apoye la escafandra) se habían congelado, tanto que era impensable volverse a poner la tela de algodón. Así que con la escafandra del guía y con la visera levantada continuamos el viaje. 

                Lo retomamos de forma cansina y lastimera. Las chicas no querían asumir riesgos y el guía tampoco estaba tan animado como al principio por lo que no pasamos de cincuenta en ningún momento. Bien es cierto que me rezagaba a veces y utilizaba las enormes rectas para sentir la velocidad pero pronto descubrí algo más entretenido: derrapar sobre la nieve y cruzar la moto en las curvas. Es algo demasiado fácil de hacer como para no probarlo. Al principio me daba algo de miedo pues más de una vez se me ladeó la moto y no es una sensación agradable, pero una vez juegas con el peso de tu cuerpo (tipo quad) y con la capacidad de resbalar de la nieve todo se convierte en un juego divertido y sobretodo más seguro que buscar la velocidad punta del motor. Así pues y con un final muy calmado volvimos al punto inicial deseando probar los manjares que nos esperaban en casa: arroz con salchichas.


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